20

5.3K 720 249
                                    

Sintiéndose más tranquila, Susan ingresó a la residencia acompañada del vizconde, quien con una sola mirada y un ligero asentimiento de cabeza le infundió algo de valor.

—Nos vemos en la cena, milady.

—Allí estaré.—prometió sin borrar la sonrisa de sus labios antes de retirarse.

Regresar a su habitación esquivando a su familia fue difícil, pero no más que enfrentarse a su esposo que la esperaba al otro lado de la puerta. Lo había visto entrar hace apenas unos minutos y en lo único en qué pensaba es que daría lo que fuera por tener su propia recamara.

Con cuidado abrió la puerta y lo encontró cambiándose frente al espejo de cuerpo entero. Parecía algo tenso mientras se acomodaba el pañuelo.

—Milady.—se giró a verla de inmediato, lo que la tomó por sorpresa.—¿Dónde estaba? ¿Se encuentra bien?

—Sí.—tragó con fuerza reprochándose por haberse detenido a observarlo.

La dama caminó hacia el armario y eligió dos vestidos. Iba a poner a prueba el gusto de su esposo y su capacidad para serle útil en su nuevo objetivo.

—¿Está segura?—insistió el marqués acercándose a ella por detrás. Era como una sombra que velaba sus pasos.—No creo que piense que quiero obligarla a nada, pero tarde o temprano tendremos que formar una familia.

—¿Cuál vestido le gusta más? ¿Este o este?—hizo caso omiso a sus palabras mientras levantaba ambas prendas para que él pudiera observarlas mejor.

—Si está molesta lo entenderé, así que no tiene que fingir que no.—insistió.

—Nadie está fingiendo, milord.—colocó ambas prendas en la cama.

—Podemos hablarlo, Susan...

—Lo único que deseo es saber su opinión sobre estos vestidos, eso es todo.

—Bien...—miró ambas prendas.—...El rojo.

—Eso era todo.—forzó una sonrisa y tomó la prenda entre sus manos.—Ahora si sería tan amable de ayudarme con las cintas de este vestido se lo agradecería.

Susan le dió la espalda y algo dentro de él se removió al verla tan perdida. Lo único que había hecho hasta ahora era concederle su espacio y pretender que ambos estaban bien cada uno por su lado. Pero no era así.

No había querido admitirlo, pero desde que había vuelto a ver a su esposa había notado ciertos cambios. Lucía más delgada, con ojeras bajo sus ojos y su carácter era tan volátil como el clima en un día nublado.

—Tengo algo de prisa, milord.

Benedicth se apresuró a desatar las cintas y observó cómo ella corría hacia el biombo. Él acabó de colocarse el pañuelo mientras la esperaba. Juntos bajaron a la cena y disfrutaron de una intervención musical mientras comían.

Su esposa estaba algo distraída, pero verla terminarse todo el plato lo reconfortó de sobremanera. No quería que volviera a enfermar.

—¿A usted le gusta tocar?—preguntó sentándose a su lado una vez que la cena terminó.

—No realmente, lo hago muy mal.—contestó la dama recordando lo que había vivido junto al señor Bastián en la casa de campo.

El vizconde se encontraba al otro extremo del salón, tan cerca y a la vez tan lejos. Susan había tratado de llegar a él un par de veces, pero Lord Rosemont parecía estar ocupado en conversaciones con otros nobles.

—Alguna vez me gustaría escucharla.—oyó que decía su esposo.

—Eso no pasará.

—Usted me ha visto bailar, me parece lo más justo.—trató de bromear, pero ella no lo tomó bien.

Un Amor AmargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora