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El viaje fue más corto de lo que Susan había esperado y al encontrarse frente a la fachada de la residencia de Cambridge solo pensó en volver al carruaje.

—Milady debemos darnos prisa.—la apremió su doncella llevando uno de sus baúles en sus manos.

El mayordomo, que ya se encontraba en puerta esperándola, la saludó con una leve inclinación de cabeza.

—Me alegra volver a verla, milady.—le confesó cuando ella llegó a su altura.—Espero que ya se encuentre recuperada.

—Sí, ya estoy bien.—frunció el ceño.—Espera...¿Cómo sabes eso?

—Una de sus sirvientas nos lo comento.—admitió algo apenado. No se suponía que ella reaccionaría de esa forma tan brusca, pero era comprensible considerando que hasta ahora la dama había confiado demasiado en la discreción de su servicio.

—¿Mi esposo lo sabe?

Philip asintió.

—¿Hay algo más que les haya comentado?

Susan tenía miedo de que la visita del señor Bastián sea motivo de elucubraciones del servicio.

—No milady.

Al oírlo la dama respiró más tranquila.

—¿Dónde está el marqués?

—La espera en el comedor principal, ya mismo es hora de la comida.

—No tengo apetito.—continuó su camino hacia su recamara.

—Pero milady...

—Él lo entenderá.—subió las escaleras con la espalda tensa como una vara. Detestaba su matrimonio, pero por el bien de su familia tenía que conservarlo a toda costa.

—La mayoría de sus pertenencias ya están siendo ordenadas, milady.—informó su doncella señalando los cajones con su ropa.

—Gracias Penny.

—La cocinera preparó uno de sus platillos preferidos...¿no va a comer?

—No, estoy cansada.—se quitó la capa que le había acompañado durante todo el viaje y la depositó en uno de los baúles antes de lanzarse de espaldas a la cama.

Fue un impulso muy poco femenino de su parte, pero si quería permanecer allí sin sentirse agobiada tenía que tomarse ciertas libertades. Acarició el mullido cobertor en tono azul claro y arrugó el entrecejo.

—Esta suave.—lanzó el comentario.—Muy suave.

La sensación algo dura de la cama la primera vez que durmió allí se había ido.

—Milord envío a hacer algunos arreglos a su habitación para que se sintiera más cómoda.—le explicó una de las sirvientas.

—Demasiado considerado de su parte.—ironizó acurrucándose contra las almohadas.—En cuánto acaben de arreglar abandonen mi habitación.

—Sí señora.

Penny y las demás doncellas estuvieron de acuerdo y apenas culminaron sus actividades la cobijaron con una manta para que pudiera dormir tranquila por el resto de la tarde.

***

Benedicth recibió de su mayordomo la noticia de que su esposa no bajaría a comer y se resignó a hacerlo solo. Comprendía que necesitaba descansar, pero al llegar la noche le fue inevitable acudir a su encuentro con un plato de comida en su mano.

—¿Milady?—la llamó tocando un par de veces, pero no hubo respuesta.

Abrió la puerta con cuidado y la encontró profundamente dormida. Dejó el plato en la mesita de noche y con cuidado se acercó a despertarla acariciando su hombro.

Un Amor AmargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora