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—No te culpes, Luna yo tampoco lo recordaba con claridad.—admitió apenado.—Fue tu padre durante nuestro juego de poker en York House que me hizo caer en cuenta del pasado que compartíamos.

—¿En serio?

El marqués asintió sumido en sus recuerdos.

Benedicth no disfrutaba mucho de las apuestas, pero no podía negarse a la invitación de su suegro y más aún estando bajo su techo.

Al llegar se sorprendió al no encontrar a su cuñado por ningún lado. Se suponía que Duncan Crawing también participaría del encuentro, pero allí solo estaba el duque sentado en su silla alcochada mirando cómo sus invitados se divertían.

—Su excelencia.—lo saludó con una leve inclinación de cabeza y tomó asiento frente a él.—¿Nos uniremos a algún juego? ¿Su hijo también participará?

—No.—uno de sus sirvientes trajo las cartas y las depositó en la mesa.—Jugaremos póker.

El lacayo empezó a repartir las cartas antes de iniciar el juego. Una partida tras otra fue perdiendo. Cada vez que creía tener una mano ganadora, su suegro decidía duplicar la apuesta o se retiraba antes de siquiera poder revelar sus cartas.

A su cuarto intento el duque lo detuvo y decidió cambiar la apuesta. Ya no jugarían por unas cuantas monedas, ahora el premio sería su matrimonio. Si el duque ganaba Benedicth aceptaría que su esposa se marchará de su lado si ese era su deseo y si él ganaba, nunca más los duques opinarían en su relación para bien o para mal.

Era una oferta tentadora para alguien como él que apreciaba su privacidad y odiaba la intromisión ajena, pero la sola idea de que su esposa se alejara de nuevo le disgustaba en demasía, así que prefirió no jugar. No importaba si lo consideraba un cobarde, en este mundo había cosas más importantes que su orgullo.

—¿Está seguro?—insistió el hombre mayor.

—Lo estoy.

—Bien.—apartó los naipes de su camino.En el poker no se juega con cartas, sino con personas. Al jugar contra usted descubrí dos cosas...—lo miró—...que siempre sabe cuándo detenerse y que mi hija le importa. Y eso sería más que suficiente sino fuera porque hay algo que me molesta.

¿A qué se refiere?

Me refiero a que cada vez que habla de mi hija en pasado lo hace como si fuera una extraña a quien conoció hace poco.

—No niego que coincidí con Lady Susan en varias veladas, pero nunca compartirnos más que saludos formales hasta hace dos años.

—¿Y qué me dice de la noche en la que lastimosamente murió su madre?—arqueó una ceja.—Seguramente recuerda que mi hija y mi esposa estuvieron allí.

¿Qué?

Benedicth había puesto todo su esfuerzo en olvidar esa noche, pero ahora que lo pensaba hubo una pequeña dama que le hizo mirar al cielo y olvidarse, aunque sea por unos segundos, de su dolor.

Y esa mujer al parecer era Susan, su Luna.

Luego de que ambos compartieran sus impresiones de aquella caótica noche lo único que les quedó fue esbozar una suave sonrisa mientras contemplaban la luna que se cernía sobre sus narices. Tan espléndida y mágica como la recordaban.

—Odio ser la única sin ropa.—Susan hizo un puchero mientras se acomodaba mejor a su lado y fingía estar molesta.

—Puedes quitarme la ropa si quieres, pero no me responsabilizo de mis actos. Mi cuerpo se cansó de tantos meses de abstinencia.

Un Amor AmargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora