33

3.8K 615 125
                                    

Las mañanas en Cambridge House habían pasado de ser oscuras y sombrías a ser un trajín vertiginoso con las dos damas parloteando sin parar durante el desayuno.

Susan tenía que reconocer que la señorita Liseth tenía un don excepcional para contar historias. Cada una más hilarante que la anterior.

—Suena como un hombre encantador.—la marquesa sonrió luego de oír como Compton improvisó un baile en honor a su esposa mientras recorrían Italia. Al mercader no parecía importarle llamar la atención con tal de complacer a su esposa.

—Sí, era encantador.—replicó Liseth con un aire melancólico. Al parecer había dicho algo que no debía, pues tanto el duque como su cuñado la amonestaron con la mirada.

—¿Lo era?—prosiguió el marqués en un evidente respaldo a su esposa. Su intención no era lastimar a Liseth, pero nadie tenía el don de leer mentes.

La mujer asintió.

—Mi esposo está muerto Benedicth.—agachó la mirada apenada y entonces todo cobró más sentido para él.

—Lamento mucho tu pérdida, Liseth.

—Fue un error haber parado en España.—añadió y sus ojos se cristalizaron.—Tú tenías razón nunca debimos ir.

El marqués negó con la cabeza mientras recordaba la conversación que mantuvieron antes de que ella dejará el país.

—Y nuestra última parada será España...—oyó que decía.

—¿Disculpe?—fingió estar escuchando.

—Le decía que Liss y yo vamos a recorrer algunos países ahora que estamos casados y al final visitaremos España.

—No es buena idea. La situación está tensa en ese país.—aconcejó.

—Solo es una pequeña escaramuza.—el señor Compton negó con la cabeza.—Nada que el ejército español no pueda solucionar.

—En verdad lo siento.—insistió.—Hubiese preferido estar equivocado.

Cuando Liseth se marchó el rey recién acababa de recibir una carta de la reina consorte de España pidiendo ayuda. Aún no había nada claro, ni siquiera la participación inglesa era segura. Tuvo que pasar un año para que se realizará la primera convocatoria oficial.

—Lo sé, Benedicth.

—¿Cómo pasó?—preguntó Susan. No era fácil pasar una pregunta así luego de semejante confesión.

—Todo se dió muy rápido.—una lágrima se deslizó por la mejilla de la dama y todos guardaron silencio.—La reina consorte se ha vuelto loca y está atacando a su propia gente ante la mínima sospecha de ser del bando Carlista. Ha desalojado cientos de casas y dejado en la calle a miles de familias inocentes. Los dueños de nuestra posada también fueron acusados de contribuir a la causa Carlista.—añadió entre gimoteos.—Junto a ellos y al resto de huéspedes fuimos llevados a unas residencias del gobierno para un interrogatorio. ¡Ese sitio era como el mismísimo infierno!—Darren le pasó su pañuelo para que pudiera secar sus lágrimas.—Cuando al fin nos liberaron, ya teníamos esa marca en nuestras espaldas y el repudio de la gente por ser “traidores”, nadie nos hablaba, ni siquiera nos miraban, esa indiferencia y crueldad mató a mi esposo.

—Pero entonces...¿cómo pudo salir de ese país?

El semblante de Liseth cambió de acongojado a rabioso.

—Por mis medios y con ayuda del duque de Rivintong.—apretó los dientes.—Su excelencia es el único noble inglés que tiene contacto con la reina y vive en las cortes españolas. No sé cómo puede dormir rodeado de esas víboras.

Un Amor AmargoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora