1✧

962 101 23
                                    

Estoy muy nerviosa — no sólo porque es el primer día de clases, lo que significa volver a la rutina diaria de estudiar hasta el punto de quemarme el cerebro, si no que es mi último año antes de finalmente ir a la universidad a comenzar la vida de adulta.

Lo normal es que todas las chicas se pongan muy lindas para su primer día, y no voy a mentir.

Estuve paseándome todo el día anterior fuera de la tienda de cosméticos, entrando y saliendo, mientras dudaba si compraba algo para poder verme bonita hoy — pero como a mi madre no le gusta el maquillaje, ni siquiera pude comprar un brillo labial.

—Chloé, te quiero a las cinco en casa. El padre Richard irá a cenar con nosotras —escuché decir a mi madre a mi lado.

—Si mamá, ya me lo dijiste —respondí en un tono aburrido, sin prestarle demasiada atención.

—Oh, hija. Ni siquiera te peinaste —me reprochó, acercándose a mí para pasar sus dedos entre mis mechones de pelo, en un intento de peinarlos.

Intenté correrme a un lado, tratando de evitar que lo tocara demasiado.

—Si me peiné, mamá —dije, apartando disimuladamente su mano—. Sabes que mi cabello parece de león.

—Te ves linda, a comparación de esas niñas de allá —señaló a un grupo de chicas que conversaban con unos chicos en un auto hablando—, se ven tan vulgares… con esos ojos pintados y sus bocas rojas.

—Es la moda, mamá —negué con la cabeza—. Y no se ven vulgares, se ven lindas.

—¿Lindas? ¡Já! —se burló— Parecen payasos.

Su comentario me puso tan incómoda, que solo quería bajar del auto lo antes posible. Tomé mi bolso y le di un beso en la mejilla, antes de despedirme.

—Me voy, llegaré tarde.

—Bueno, ve con cuidado y recuerda que a las cinco debes estar en casa.

—Si, mamá.

Me bajé del auto y caminé hasta llegar a la entrada de la escuela — no saludé a nadie ni me acerqué a mis amigas.

Resultó que, a medida que fuimos creciendo, ellas fueron madurando de una manera diferente a la mía, y ahora me veían como un bicho raro.

Mientras ellas salen a fiestas… Yo me limito a pasar todos los días en obras de caridad para la iglesia.

Las clases comenzaron con normalidad. Me senté al fondo del salón para que nadie pudiera verme.

Era una buena estrategia para evitar preguntas de los profesores sobre la clase — sentarse atrás es lo mejor y en especial si es al lado de la ventana.

Me desvié de mis pensamientos cuando un chico alto se sentó a mi lado — olía como si estuviera bañado en perfume de hombre.

Saqué mis lápices y mi cuaderno para empezar a anotar apenas comenzara a hablar la profesora. Mi mirada fue nuevamente al chico que llamó mi atención momentos antes. Hice una mueca al ver que sólo tenía un lápiz roto, y un cuaderno desahuciado lleno de garabatos.

—Buenos días a todos —saludó la profesora—. Saquen sus cuadernos, que empezaremos con ecuaciones… ya saben cómo funciona la clase.

La profesora, que era pequeña y regordeta, se paró frente a todos antes de volver a hablar.

—Si tienen, dudas levanten la mano o se acercan a mi escritorio para poder ayudarlos —su mirada fue al chico sentado a mi lado, y noté cómo se cruzó de brazos al percatarse de su presencia—. Hola, Eddie. ¿Otra vez aquí?

—Hola profesora —respondió rápidamente, en un tono alto—. Verá… amé tanto su clase, que no tuve una mejor idea que repetirla. ¿No cree que es un lindo gesto?

—Qué gracioso, Munson —dijo la profesora, en un tono irritado.

El chico de mi lado que respondía al nombre de Eddie, tenía el cabello muy largo, y vestía ropa de callejón.

Mordisqueaba su lápiz distraídamente, y estaba casi acostado sobre la mesa.

Comencé a anotar en mi cuaderno las operaciones matemáticas y a resolverlas como pude. Al ser un repaso de la materia del año anterior, no se me hizo tan difícil lograrlo.

Tuve mi cabeza metida en el texto toda la clase, y de vez en cuando le preguntaba a la maestra lo que no recordaba para refrescar mi mente.

—Psss.

Miré a mi lado, encontrándome a ese tal Eddie mirándome.

—Oye, chica —llamó mi atención nuevamente.

—¿Si? —respondí extrañada, sin querer girar por completo mi rostro hacia él.

—Necesito un favor —murmuró—. Estoy cansado ¿Podrías avisarme si la maestra viene hacia acá? Quiero dormir un poco.

—Estoy ocupada —dije en un tono cortante, aún escribiendo sobre mi cuaderno.

—Genial, otra sabelotodo.

—¿Disculpa? —finalmente llevé mi mirada a él, dejando a un lado mi lápiz por un segundo.

Lo vi sonreír de lado, mientras negaba con la cabeza, haciéndose el desentendido.

—Nada, solo sigue haciendo esa cosa que haces, puedo dormir sin tu ayuda.

Volteé a ver de nuevo mi libro, y seguí escribiendo hasta que Eddie pateó mi mesa.

Lo miré enojada, sólo para notar que estaba con la cabeza sobre sus brazos, prácticamente formando una almohada para dormir.

Lo empujé de una manera similar a la que él había hecho momentos antes, a lo que él reaccionó de inmediato, levantando su cabeza y sin quitar esa sonrisa odiosa de su rostro.

—¿Qué te pasa, niña?

—No me molestes, déjame hacer mi tarea tranquila.

—Bien, bien —levantó ambas manos en modo de defensa—, pero no llores.

Volví a lo mío, dispuesta a ignorar su presencia — pero continuó sin dejarme tranquila.

Podía sentir su mirada sobre mí, mientras de vez en cuando estiraba su brazo para rayar mi mesa con su lápiz — el cuál estaba completamente mordisqueado.

—¿Cuál es tu nombre?

—Primero me pateas la mesa, y ahora quieres saber mi nombre —bufé, negando con la cabeza—. Fantástico.

Pero él simplemente se acercó más a mí, al parecer esperando una respuesta.

—Soy Chloé Sheldon —dije finalmente.

—Eddie Munson —se presentó—. Pero puedes llamarme Eddie, aprovechando que estamos en confianza.

—¿Y no te parece mejor que te llame payaso?

Lo vi relamer sus dientes, y con su expresión burlesca se alejó de mí. Sin decir alguna otra palabra, volvió a su posición anterior, apoyando su cabeza sobre sus brazos para intentar dormir.

Bad Idea, Eddie Munson✧Onde histórias criam vida. Descubra agora