Capítulo 7

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Miré hacia el otro lado de mi cama. Estaba vacío. Yo seguía con la misma ropa del día anterior, así que me levanté de un salto y me fui directamente a la ducha. Una vez dentro, escuché cómo Xemerius silbaba desde el otro lado de la habitación.

-¡Xemerius!- grité liberando toda la alegría del día anterior.

-¡Buenos días, chica del pajar!- me respondió.

En ese preciso momento me di cuenta de que no sabía nada de Gideon. Tomé con preocupación el shampoo caro con aroma a rosas y toronja y empecé a lavarme el cabello.

¿Y si estaba con Charlotte? ¿Y si se había ido y lo habían asaltado?

-¿Dónde está Gideon?- pregunté.

-Lamento decirte que tu príncipe se fue apenas te quedaste dormida.- contestó Xemerius desde la ventana.

Después de esto revisé mi teléfono. Cinco llamadas pérdidas y doce mensajes de texto. Sonreí instantáneamente, pero el gesto se borró al descubrir que ni una sola era de Gideon.

Me levanté sin preocuparme más sobre el asunto y me vestí cómodamente. Una blusa color gris que contrastaba con mi pantalón azul y mis Converse negros. Me cepillé el pelo (que caía en ondas gracias a una trenza que me peiné justo después de irme a bañar), me puse un poco de rímel, delineador y lápiz labial.

Salí con paso firme de mi habitación, como una persona que resultó ser la ganadora de un maratón, con Xemerius escupiendo una extraordinaria cantidad de estupideces sin parar, que era lo más increíble del caso.

-Buenos días, Gwendolyn.- dijo una voz melodiosa justo detrás de mí.

Mi autoestima se cayó en automático al piso cuando vi a Charlotte.

Sus zapatos de tacón eran bellos y altos, pero nada pretenciosos. Llevaba un vestido hermoso: la parte de arriba era blanca y remataba en una falda negra con la cantidad suficiente de vuelo para que Charlotte luciera mejor que nunca.

Sentí una piza de envidia al ver su cabello. Brillaba más que nunca y el pañuelo que le rodeaba la cabeza en un peinado pin-up combinaba completamente con su atuendo.

-Ya te había mencionado que saldría con Gideon, ¿no es así?

Zorra.

-Por supuesto que sí, queridísima prima- le respondí de acuerdo a esas estúpidas reglas de comportamiento que nos había obligado a aprender la tía Glenda.- Te ves excepcional. Suerte con Gideon.

Mientras decía esto me alejé y me encerré en el baño llena de rabia. ¿Así que esas tenemos, eh, Gideon? ¿No que te importaba un comino Charlotte? Al parecer me has dejado completamente sola en vez de besarme para prepararte para tu futura cita con Charlotte.

No aguanté más y textee a Leslie explicándole esta complicada situación. Pero justo después de enviarlo recordé que iría a un día de campo en sepa Dios donde, y por supuesto, ahí no había ni una pizca de señal.

Por fin resolví en mandarle un mensaje a Gideon.

"Yo también sé jugar, principito." Escribí llena de ira. No sabía exactamente que quería decirle con eso, pero sentía que era suficiente para que notara que estaba seriamente enojada.

"¿A besar?- respondió luego de unos instantes.- Eres la mejor en eso."

"No te hagas. ¿Primero me besas y luego te vas con Charlotte?" hacía demasiado esfuerzo para reprimir que el enojo saliera por mis dedos y rompiera la delicada pantalla del iPhone.

"No sé de qué me hablas, pudincito." ¿Qué? ¡Qué! No podía más. Mi cabeza estaba a punto de explotar.

"¡Ay, por favor!" respondí llena de enojo. Apagué el celular. No quería seguir leyendo las estúpidas excusas de ese imbécil.

En vez de eso decidí relajarme. Necesitaba mucha tranquilidad. Necesitaba a alguien que me diera esa paz que yo siempre añoraba tanto. Alguien que me hiciera sentir segura y a salvo. Necesitaba a mi abuelo.

Cogí una pequeña bolsa, un abrigo y un gorrito y salí de a casa dando tumbos. Por alguna extraña razón, me alegré de ver a Gideon, que estaba apoyado sobre una de las puertas de su mini. Me dirigió una hermosa sonrisa. En ese momento me percaté de que había dejado olvidado mi teléfono en el baño. Lo fulminé con la mirada y éste me la devolvió extrañado. Sin más subí a mi bicicleta y me alejé lo más rápido que pude de ahí.

Mi cara seguía ardiendo de ira, y por algún extraño motivo había empezado a sollozar. ¡Lo que faltaba! Me sentía débil. Limpié las lágrimas de mi rostro.

Estaba parada ante la puerta del cementerio cuyo nombre desconocía. Para que fuera un día normal, el cementerio estaba bastante concurrido. Debía haber un entierro. Enfoqué la vista y me di cuenta de que algunos iban con ropa de otras épocas, a los cuales o ya había calificado acertadamente como fantasmas.

En la búsqueda de la tumba de mi abuelo me encontré con la gente que estaba en el funeral. Iban todos de negro, como dictaba la tradición.

Levanté mi cabeza y vi a un hombre recargado en el árbol más distante del lugar de entierro. Fui hasta él.

-¿Disculpe?- le dije. El hombre me miró. -¿Sabe quién está...?

-¿Muerto?- completó el señor. -Eres valiente, pequeña. Por fin me encuentro con alguien que no le teme ni a la misma muerte.

Levanté la vista, y junto a la lápida recién puesta vi una foto en la que el mismo señor que tenía al lado, salvo que en esta sonreía con el reflejo de la vida en sus ojos.

-Digamos que yo no debo temerle a fallecer. Pero debo tener cuidado con este estúpido corazón.- lo miré y señalé mi pecho, justo donde se encontraba el ya muy mencionado órgano.

-Esta cosa tan imbécil debería servir solo para bombear sangre. Nada más. Yo sigo aquí porque mi corazón no me permite irme. Y es tan solo una persona. Alguien que yo amé, pero que nunca me correspondió.- explicó mientras señalaba a una mujer, que no paraba de llorar como una magdalena, y probablemente de la misma edad que el señor.

Miré mi reloj. Si no me apresuraba, llegaría tarde a mi casa, lo cual me traería como consecuencia una regañina segura.

-Debo irme.- me despedí del señor.- Espero que tenga la mejor de las suertes y que por fin tenga algo para que su corazón deje de sufrir tanto dolor.

-Yo también lo espero.

Me fui de ahí corriendo y registrando lo más rápido que mis ojos me permitían todas las lápidas, sin exceptuar ninguna.

Cuando llegué a la de mi abuelo me frené en seco.

-¡Abuelito!- dije mientras pasaba mis dedos por las letras de su nombre. ¡Y vaya que nombre! Lord Lucas Montrose, haciendo énfasis en la palabra "lord".- Te extraño tanto... ya hablamos de esto, hace dos días, pero más de treinta años para ti, probablemente. Mi corazón me está jugando una mala pasada... No me deja... no me deja... pensar con claridad.

Escuché algo cómo "¡Vaya qué tipo de dama!" y estaría, quizás, un poco halagada, si no fuera porque quien las pronunciaba lo hacía con una nota extremadamente perceptible de desprecio. Me giré. ¡No! ¡No me dirás que es...!

-Buenas tardes, lady Lavinia.- respondí con el mismo tono que ella misma había usado. Ambas podíamos jugar a este juego.

-¿Cómo osas dirigirte a así a mí... tu...?- era muy cortante, pero me alegraba que estuviera aquí. Ella se había quedado atrapada aquí en la tierra, en lugar de ir a donde todas las personas que mueren van... a ese Algo con A mayúscula, según mi amor Augustus Waters.

-Ya habrá tiempo para presentarnos. Ahora lárguese, si es que aprecia la poca dignidad que le queda.- la interrumpí. Me miró con su perfecta cara de perplejidad y luego se alejó, levantando la barbilla y dando pequeños saltitos.

Volví la vista a la tumba, ésta vez con lágrimas en mis ojos.

-¿Sabes cuánto te extraño?- le susurré al vacío. -Creo que tú serías el indicado para ayudarme con esto y poner mi cabeza en orden.

Y así estuve cierto tiempo, no tengo idea de cuánto, de rodillas y sollozando en silencio ante la tumba de mi abuelo.

Diamante (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora