Capítulo 20

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Después de que Falk y Gideon discutieron por más de media hora las estrategias que debíamos ejecutar, realmente no llegamos a nada. Por más vueltas que le dieran al asunto, el conde siempre tenía un as bajo la manga que podía desmoronar nuestro intento de salvar a mis hermanos.

-¡Basta ya con esto, Falk! -exclamé. Falk sostenía a mi pequeña muñequita de papel y la dejaba caer una y otra vez sobre el lugar que simulaba la ubicación de Westminster. -Gideon y yo iremos a Westminster. Ustedes se quedan aquí. -le ordené. -Cierren las puertas, que nadie, absolutamente nadie entre o salga.

Ambos me miraron como si me hubiera vuelto loca.

-Aún no hemos resuelto todos los puntos clave. -Empezó Gideon -Si lo analizamos bien, podríamos tener la ventaja decisiva...

-¡Cierra la boca, Gideon! Haremos lo que yo he dicho. ¡Quiero ver a mis hermanos! ¡Y no dejaré que pasen más tiempo con ese loco! -grité cual niña pequeña.

Ellos seguían mirándome como si me hubiera subido a la mesa y hubiera empezado a bailar la macarena, pero al menos Gideon tuvo el tacto como para dedicarme una sonrisa de complicidad, aunque no podía quitar su mirada horrorizada.

-No me parece un mal plan. -comentó Gideon. -De todas maneras no hemos conseguido resolver nada, Falk. Puede que el plan de Gwendolyn funcione.

Le dirigí una mueca que pretendía ser la misma sonrisa que él había esbozado hace unos cuantos segundos, y lo único que conseguí fue que ensanchara aún más su sonrisa.

-Muy bien, iremos ahí en cuanto... -comencé a decir con cierto liderazgo, pero mi intento de imitar la conducta de los De Villiers fue un rotundo fracaso cuando la puerta se abrió violentamente.

Raphael y Leslie entraron a la Sala del Dragón como si el mismo conde les estuviera pisando los talones. Xemerius los seguía, esta vez aventando chorros de agua por todas partes, a menudo sobre Raphael, quien no podía explicarse cómo diablos había logrado mojarse la camisa.

-Mira esto. -Raphael le arrojó un periódico enrollado a Gideon, que lo atrapó con destreza. -Westminster está muy concurrido. Al parecer ha sucedido algo que no muchos pueden explicarse.

Observé a Gideon, que abría mucho sus ojos.

-"Posible crono viajero en la Abadía de Westminster" -leyó Gideon. -"Ayer por la tarde, justo en frente de la Abadía, un hombre de mediana edad se materializó ante el asombro de todos los presentes. El crono viajero, al sentirse observado, abrió las puertas de la Abadía y se refugió en ella, sin embargo, cuando las autoridades entraron, dijeron no haber visto a nadie dentro...."

Oh, por Dios. Esto sí que no podía ponerse peor. Era posible que el conde siguiera viajando en el tiempo, aun cuando se suponía había dejado de hacerlo hace unos dieciséis años.

Mi celular comenzó a vibrar sobre la mesa y corrí a atenderlo, esperando que fuera mi madre o alguien que pudiera asegurarme que mi familia se encontraba bien.

Una voz suave e inexplicablemente helada me envolvió durante los segundos que duró el mensaje.

"Te espero en 1926..." dijo la voz del conde.



Diamante (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora