Capítulo 21

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Me qué helada en el momento en el que el mensaje se terminó, y el conde me inspiró tanto terror que tuve que apoyarme en el sillón debajo de esa sirena tallada que tanto me gustaba.

Gideon corrió instintivamente hacia mí y me ayudó a no caer.

-¿Qué ha pasado? –preguntó Leslie, alarmada.

Tuve que tomar aire unos cuantos segundos antes de contestar.

-El conde quiere verme en 1926. –respondí. De pronto, empecé a reír. Luego empecé a reír aún más fuerte hasta terminar riendo a carcajadas.

-¿Y qué es lo que quiere? ¿Por qué precisamente debe ser en 1926? –preguntó Falk.

No sabía la respuesta. Ni siquiera sabía por qué mierda comencé a comportarme de esta manera. Y de pronto esa respuesta llegó a mí, como si fuera realmente obvia.

-Lucy. –susurré. –Paul, mis hermanas...

-Vaya tramposo. –resopló Raphael. –El clásico truco de "tengo a tu familia. Más vale que me entregues lo que quiero".

Gideon seguía en silencio, mirando fijamente algún punto en el librero. Parecía sumamente concentrado.

-No tenemos tiempo que perder. –los apresuré a todos.

Leslie telefoneó a su madre y le dijo que llegaría tarde a casa. Tenía el volumen tan alto que todos en la sala podíamos oír la conversación. Nadie dijo ni una sola palabra. Cualquier cosa que dijéramos le podría dar a su madre una idea equivocada, o peor, podía comenzar a sospechar algo.

Todo hubiera salido mejor si Raphael no hubiera comenzado a reír ante la voz indignada de la mamá de Leslie: "¿Estás con ese muchacho? Te lo advierto, Leslie Hay, que si no llegas a casa a más tardar las diez en punto, me encargaré personalmente de dejarte secar al sol, colgada por las orejas junto a las sábanas..."

Y cuando esa extraña e informativa charla terminó, casi nadie recordaba realmente que era lo siguiente que debíamos hacer. El nerviosismo nos comía vivos a todos, y cualquier momento que nos hiciera escapar la realidad era una bendición.

-¿A qué día los tenemos que mandar? –preguntó mister George, que en ese momento acababa de entrar a la habitación, pero tenía el sentimiento de que había escuchado toda la plática de Leslie.

-¡Mierda! –maldijo Gideon. -¿Alguna idea?

Raphael se puso a rebuscar entre todos los bolsillos posibles de su pantalón, mientras parecía que Leslie trataba desesperadamente de recordar algo.

-¡Lo tengo! –exclamó Raphael sosteniendo un pequeño papel por encima de su cabeza con aire triunfal. -¿Servirá esto de algo?

Raphael le tendió con delicadeza el papel a su hermano, quien lanzó un pequeño chillido de emoción. Algo totalmente inesperado de él.

-Aquí está su fecha, madeimoselle. –dijo mientras me tendía el papel a mí.

"XV – I". Era todo lo que el papel decía. No fue muy difícil recordar lo que me había dicho Lucas acerca de las fechas que debían ser introducidas en el cronógrafo.

-15 de noviembre. –murmuré, ante la sorpresa de Gideon, que probablemente pensaba que yo no tenía ni idea. Aún seguía recordando todo lo que Lucas me había enseñado sobre el funcionamiento del cronógrafo.

-¿Debo pedirle a Madame Rossini que empiece a buscar los atuendos? –preguntó Falk.



-¡Très chic! Un elegante vestido color vino totalmente en vogue durante el otoño de 1926. –comentó Madame Rossini mientras me embutía en la suave tela del vestido. –Hará un poco de frío, pero esta tela refleja un poco el calor corporal, así que no tenemos que preocuparnos por una chaqueta.

Madame Rossini iba y venía por todo el taller de costura. Al principio se había mostrado totalmente indignada por nuestra petición de vestidos para 1926 en el menor tiempo posible.

-¿Un vestido paga 1926 en menos de una hoga? ¡La moda está liada con las pgisas!

Menos mal que entre todos esos vestidos madame Rossini había decidido confeccionarme uno por su propia voluntad, para cuando se presentara la ocasión.

-Ya creo que ese condé puede leeg el pensamientó. Al menos no se mostró tan desconsiderado como para hacerme coser un nuevo vestido.

Empezó a ponerme unos cuantos collares de cuentas que simulaban pequeñas perlas, cuando Gideon apareció por fin con su traje de caballero de 1926.

-Y para ti, muchacho, es una suerte que haya logrado encontrar ese traje que hace años confeccioné para Paul...

También a Paul debía sentarle de maravilla ese traje. A mí seguía pareciéndome que todos los De Villiers tenía la increíble cualidad de verse bien con cualquier cosa, en cualquier época, aún incluso con pantalones bombachos o de media pierna, un cuello de tela rígida o una levita floreada.

-¿Está listo el cronógrafo? –le pregunté a Gideon.

-Naturalmente. Sólo nos haces falta tú, pequeño cuello de cisne. –bromeó.

Y es que Madame Rossini se mostraba tan absolutamente encantada con el largo de mi cuello (a comparación del suyo, que era casi inexistente), que seguía colocando collares y más collares en torno a él. Estaba segura de que con un poco de peso más me iría de boca al suelo.

-¿Acaso escucho que me estás apresurando, pequeño rebelde? –Madame Rossini pareció haber entendido el mensaje indirecto de Gideon. -¡Pues que esperen!

Una vez que Madame Rossini hubo colocado lo que a mí me parecía por lo menos media tonelada de piedras de fantasía, Gideon me tomó de la mano y me arrastró a la Sala del Cronógrafo sin detenerse ni un solo segundo.

Él entró a la Sala del Cronógrafo mostrando toda su arrogancia, tan elegante que parecía sacado de una de esas películas de época que alguna vez había visto con Leslie.

Y yo... yo entré con la elegancia de un potro aprendiendo a sostenerse sobre sus patas, según me había juzgado Xemerius en medio de una sonora carcajada.

-¡Directo a 1926! –exclamó cuando presioné midedo contra la ya tan familiar aguja y desaparecía en medio de una luz rojobrillante.

Diamante (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora