Capítulo 1

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El día pronosticaba ser todo lo malo que podía salir, debió imaginarlo desde que despertó dos horas después de lo previsto pero tampoco era algo nuevo para él, nada que ver, el menudo ojiverde estaba acostumbrado a excederse en las noches y amanecer después sintiéndose pésimo. Hoy no era la excepción, era miércoles, el peor día de la semana porque era cuando correspondía la junta con los inversionistas. Odiaba reunirse para escuchar ideas absurdas de personas sosas y cansonas, odiaba tener que soportar a alguien más ordenándole que hacer. ¡A él nadie le decía que hacer! Era el dueño de todo ese imperio y el simple hecho de que dos o tres idiotas tuvieran un porcentaje pequeño, no les daba el derecho de dirigirlo, no, la empresa era suya y la única palabra que tenía valor, era la de él.

-Odio los miércoles.

Gruñó enojado mientras caminaba al baño, sabía que iba tarde pero no le importaba, necesitaba una ducha porque se sentía sucio, algo que también era bastante común, digamos que Erick cuando bebía tenía cierta inclinación a cometer errores, errores que terminaban siendo revolcones lujuriosos con tipos desconocidos pero que inevitablemente se convertían después en algo parecido al arrepentimiento y es que cuando el efecto del alcohol pasaba, venía el asco, el asco que le daba saber que cualquier idiota pudo entrar a su trasero. A veces se preguntaba si era cierto lo que le decía su mejor amigo, eso de que estaba descarrilado y necesitaba centrarse, a fin de cuentas ya tenía veinticinco años, era joven, si pero no era un niño, él era un adulto con responsabilidades, con un imperio a su nombre y cientos de personas bajo su mando pero no... realmente lo que decía Chris no era más que una estupidez, él no era la clase de persona que cree en sentimientos, mucho menos se ha planteado  entregarse a un solo hombre, eso del amor y las mariposas...es para los idiotas.

¿Quién en su sano juicio tendría sexo por el resto de su vida con una sola persona? Era imposible para él, jamás podría siquiera pensar en pertenecerle a alguien, nadie tiene el derecho de mandar sobre él, mucho menos de creer que es su dueño, nadie merece tenerlo en su cama más de una noche, tampoco es que él así lo quisiera, de todos modos siempre que tenía encuentros sexuales sin más objetivo que pasarla bien un rato, terminaba asqueado y quizás algo arrepentido, a fin de cuentas nadie estaba a su altura y le jodía el hecho de que esos hombres que tenían el privilegio de entrar en él, pudieran de alguna forma intentar sacar provecho, a fin de cuentas Erick era bastante popular en la ciudad, no todos los días un chico de veinticinco años dirige la empresa más renombrada en la industria cosmética.

Cerró la llave de la regadera y caminó desnudo hasta el closet de las toallas, envolvió su delicada figura y siguió rumbo a la habitación, era grande, inmensa, mejor dicho y él disfrutaba pasearse por ella mientras la ciudad se rendía a sus pies a través del ventanal. Su lujuso apartamento de soltero estaba ubicado en uno de los edificios más imponentes de la zona, vivía solo obviamente, no tenía padres y la única familia que le queda, hace años pasó a su lista negra, un primo lejano que quiso pelear por la herencia que su papá dejó al fallecer, tonto, tonto iluso que creyó que le robaría lo que le pertenció inclusive antes de nacer. Erick terminó con cualquier lazo pobremente existente entre aquel despreciable señor y hasta el día de hoy, la soledad ha sido su mejor amiga, a fin de cuentas, las únicas personas que realmente lo amaron, perdieron la vida en un terrible accidente cuando él acababa de cumplir sus veintiuno, desde ahí...desde ahí tuvo que crecer y madurar a la fuerza y aunque costó sudor y lágrimas, hoy puede decir que las personas que le dieron la vida, están orgullosas de él donde quiera que se encuentren, aunque la parte del sexo descarado e irresponsable, está seguro de que no tanto.

-¡Oh! Perdone, señor, no sabía que estaba acá. -La voz de la única persona que tenía permitido habitar su apartamento además de él, rompió el silencio de su mañana y aunque seguía envuelto solamente en la toalla, no le tomó importancia, esa señora lo había visto nacer, había estado cerca desde que tiene memoria y al fallecer sus padres, fue lo más cercano a una familia que tuvo.

-No se preocupe, Esperanza, yo debía estar en la empresa hace más de una hora. -Respondió con una sonrisa, la tierna viejecita le resultaba muy adorable, siempre tan atenta y respetuosa, Erick realmente la apreciaba y aunque no lo dijera en voz alta, le gustaba que estuviera rondando, por eso le había ofrecido su propia habitación para cuando quisiera quedarse, ya que vivía en el otro extremo de la ciudad y a su edad le resultaba difícil movilizarse en transporte público.

-¿Quiere que le prepare algo rápido para desayunar? ¿Tal vez esos huevitos con tocino que tanto le gustan?

-Me encantaría porque te quedan deliciosos pero debo irme pronto o tendré a Christopher molestando intensamente porque voy tarde.

-Entiendo, no se preocupe, lo dejaré para que se termine de arreglar y vuelvo más tarde a arreglar su habitación. ¿Algo especial para la cena? -Cuestionó sonriendo tiernamente y Erick se preguntó que sería de él sin ella en su vida, a pesar de que era su empleada, la señora Esperanza era un lazo de muchos años, fue ama de llaves de sus padres desde que se casaron décadas atrás y de cierta manera también ayudó a criar a Erick.

-Por favor...¿Me haces esa pasta con albóndigas que me gusta?

-Claro que si, cuando llegue la tendrá lista. Que tenga buen día, señor, con permiso. -Avisó haciendo una reverencia y casi estuvo a punto de salir de la habitación cuando Erick habló.

-Esperanza, me conoces desde que estaba en el vientre de mi madre, no me llames señor, dime Erick.

Ella no respondió, no con palabras sino con una bonita sonrisa que hizo arrugar sus envejecidos ojos café, Erick también mantuvo una sonrisa en sus labios hasta que Esperanza se fue y solo entonces dedicó su tiempo a elegir una combinación de ropa para su día. Se decantó por una camisa negra y un pantalón del mismo color, no usaba trajes a pesar de que tenía un closet gigante lleno de ellos, solo para eventos sociales o muy marcados momentos en los que fueran necesarios pero se sentía más cómodo vistiendo un poco más casual, elegante y refinado pero casual. Erick tenía un gusto exquisito por la moda y los cientos de piezas de marcas famosas que colgaban en su guardarropas, lo demostraban sin embargo siempre procuraba sentirse bien al vestir, sentir que lucía perfecto pero bajo sus propios términos. Puso un poco de su perfume favorito detrás de sus orejas y después de acomodarse el cabello en un bonito desastre natural, tomó una respiración profunda y dirigió sus pasos hacia lo que sería el resto del día que más odiaba en la semana.

-Odio los miércoles.

-Odio los miércoles

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