Capítulo 9

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La luna llevaba horas adornando el cielo, horas frías y largas, horas inestables y transitorias, horas crueles, llenas de rabia contenida y sentimientos no dichos, horas letales y fulminantes, horas incapaces de permitir que aquel corazón joven pudiera estar tranquilo. No engañaba a nadie con esa falsa calma, cualquiera que lo mirara por más de dos segundos seguidos, podía ver la transparencia del dolor que llevaba consigo, podía ver la pena que abundaba en sus ojos y no era para menos, fueron meses enteros los que guardó silencio, meses en los que tuvo que aprender a callar lo que crecía en su pecho y su boca desesperadamente quería gritar y ahora estaba ahí, esperando, aguardando, tratando de demostrar todo lo contrario a lo que sentía.

Si lo miraba friamente, lo que estaba sucediendo era algo evitable, totalmente evitable y lo sabía, tal vez era precisamente eso lo que lo ponía de ese humor tan turbio y variable, aunque no era precisamente su culpa, una parte de él se sentía responsable, a fin de cuentas vivió durante meses bajo el mismo techo y pudo intentar cambiarlo, pudo intentar mejorarlo, pudo intentar que abrazara los sentimientos nuevos y eso...eso ahora daba vueltas en su cabeza una y otra vez, daba vueltas sin rumbo fijo. ¿Qué habría pasado si hubiese actuado diferente? ¿Qué habría sucedido si las palabras hubiesen sido dichas de la forma correcta? 

No tenía sentido lamentarse ahora, no tenía sentido culpar al miedo, al miedo que creció en su pecho y se adueñó de su ser, porque eso había sido, miedo, miedo de caer en los hilos enredados de un sentimiento llamado amor, miedo de perder la cordura ante un ser tan sublime, miedo de perderse en las turbias aguas de aquel sentimiento puro que a menudo te hace perder el rumbo, él tenía miedo de entregar su corazón sin embargo, lo supo, lo supo enseguida, lo supo desde la primera vez que lo vió y hoy lo lamenta. ¿Cómo no hacerlo si su temor a enamorarse había provocado que se alejara de él? ¿Cómo no hacerlo si al final había ido en contra de sus propias barreras y se enamoró? Si, obviamente lamentaba el momento exacto en que decidió que alejarse sería una buena idea.

-Idiota.

Susurró para sí mismo cuando la primera lágrima descendió por su mejilla, él no lloraba, no era hombre de debilidades, durante toda su vida le había tocado ser fuerte, le había tocado enfrentarse a situaciones y momentos críticos, no, no era hombre de llantos o lamentos, demasiadas cosas dependían de su fuerza de voluntad, de su carácter firme y de su capacidad para mantenerse cuerdo pero nada de eso servía ahora, de nada valía todo aquello cuando en este momento,  su corazón estaba prácticamente en pedazos a espera de una noticia que no llegaba.

La próxima vez que miró el reloj de su muñeca había transcurrido una hora más y la noticia esperada seguía sin llegar, su estado emocional no era precisamente bueno y estaba a punto de perder la poca cordura que le quedaba. Miró a su alrededor y no vió más que sombras, tal vez estaba rodeado de personas que aguardaban como él pero sus ojos no eran capaces de notarlo, no cuando la luz que iluminaba sus pupilas, se encontraba luchando por su vida en una cama de hospital.

-Debes calmarte un poco. -La suave voz de su abuela lo trajo de vuelta, había olvidado que no estaba solo, Esperanza estaba ahí, obviamente estaba ahí, había sido ella quien lo llamó cuando ocurrió la desgracia.

-Estoy calmado. -Quizás debió ser menos torpe para dar la respuesta, ella no era la culpable de lo sucedido, mucho menos merecía un trato así pero nadie podía culparlo, la persona de la que se había enamorado sin poder evitarlo, llevaba horas completas conectado a miles de cables para evitar un desenlace trágico, más.

-Se que no quieres hablarlo pero soy tu abuela y te conozco, quiero que sepas que entiendo como te sientes porque también es importante para mí pero no te culpes.

-¿Por qué dices eso? -Fue una sorpresa escucharla pronunciar aquellas palabras, realmente no pensó que le atinara de esa forma a todo lo que estaba sintiendo y la voz no le salió tan firme como había pensado, tal vez, solo tal vez, había bajado las defensas.

-Mi niño, puedo verlo en tus ojos, como mismo pude ver desde el primer día que sentiste algo por él. -Joel alzó su mirada hasta toparse con el rostro dulce de la mujer que lo había criado como a un hijo y quiso llorar cuando le sonrió con ternura, quizás necesitaba eso, una mirada suave, de esas que te demuestran que no estás solo.

-Abuela...

-No tengas vergüenza, no estoy para juzgarte, puedes confiar en mí pero de verdad quiero que entiendas, mi niño, que no hiciste nada mal, lo que pasó no es culpa de nadie, ni siquiera de él.

-Dejó esa carta...dejó esa carta donde dice que...

-Lo se, lo siento, no debí mostrártela. -Esperanza suspiró con pena, la imagen de un Erick ensangrentado sobre la alfombra no podrá salir de su mente jamás, a penas entiende como tuvo la fuerza de llamar a Joel, de llamar a los paramédicos, solo es consciente de algo y eso también le duele, solo es consciente de aquel papel escrito en la penumbra de una habitación con olor a alcohol, aquel papel en el que se leía que todos sus bienes eran delegados a ella y todo su amor a Joel.

-¿Cómo pudo hacerlo? Abuela yo...yo no entiendo, yo no puedo...yo...yo soy el culpable.

Y no pudo más, eso fue todo lo que aquel rizado soportó antes de comenzar a llorar como si fuera un niño pequeño y es que nadie lo podía juzgar, nadie tenía el derecho de cuestionar sus lágrimas porque solo él era capaz de saber cuanto dolor cargaba ahora mismo, solo él conocía la magnitud del sentimiento que había desarrollado hacia aquel pequeño ojiverde, solo él sabía lo horrible que fue leer esa carta, lo horrible que fue escuchar de la voz temblorosa de su abuela...que Erick había intentado suicidarse.

-No eres el culpable, Erick es un niño con un pasado complicado y un presente bastante...difícil.

-Pero...leiste lo que escribió...leiste que...

-Que se enamoró de tí.

-Y me marché...me marché, abuela, lo dejé, lo dejé aún sabiendo que era un chico inestable, que era delicado y vulnerable.

-No lo dejaste, Joel, tú no sabías que Erick te quería, solo trataste de hacer lo mejor para los dos, estoy segura de que decidiste marcharte porque pensabas que no respondía a los mismos sentimientos que tienes por él y pusiste distancia para no sufrir, para no incomodarlo.

-Yo no debí irme, debí permanecer junto a él. -Sollozó una vez más mientras su abuela lo abrazaba con fuerza, era un momento difícil para todos, la incertidumbre, la pena, el amor y la culpa revoloteaban como aves alrededor de ambos mientras se pedía en silencio por un milagro.

-Puede permanecer junto a él a partir de hoy, joven, Erick Colón acaba de despertar.

La luz llegó en la voz de un desconocido y al alzar la mirada desconsolada, Joel vió la bata blanca del médico que trajo de vuelta toda su esperanza.

La luz llegó en la voz de un desconocido y al alzar la mirada desconsolada, Joel vió la bata blanca del médico que trajo de vuelta toda su esperanza

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