CAPÍTULO 6 PARTE 2: PRÍNCIPE DE CABELLO RIZADO

1 0 0
                                    


—¿Helado de limón? —me pregunto riendo —eso es muy raro.

—¿Visitar Puerto Cristal y querer irse? —lo ataqué con mi pregunta —Eso es más raro.

Ed no se defendió, ignoro mi ataque guardando silencio.

Nuestros amigos escogieron el sabor de sus helados. Mientras Ed pagaba al heladero, ese era momento que tanto buscaba, así que aproveche.

Tome el helado del niño que se robó mis primeros besos.

—Espérame en la mesa —ordenó Ed cuando vio que tomaba su helado.

Los demás ya estaban sentados, por unos minutos no goce de la atención de nadie, entonces corrí a sentarme en una mesa vacía. Con prisa, pero cautela, saque de mi bolsillo el picadillo y lo vertí entero en el helado de Ed. Si él lo consumía, debía quedarse a mi lado, para siempre. Ese era el efecto que esperaba causara mi preparación

—¿Todo bien, Ana? —me sorprendió Ed por la espalda.

En ese instante me asusté. Mi cabeza se inundó de mil escenarios donde el picadillo traía desgracia.

"¿Y si lo hice mal? ¿Si le causa enfermedad? ¿Si esto cambia mi historia y perjudica el futuro? ¿Si rompo la confianza de Ciara?..."

Yo no podía ser tan irresponsable, yo no podía actuar para mi beneficio, egoísta, dejando de lado las consecuencias que podía llevar a otros. Ni siquiera estaba segura de ser capaz de generar efecto en mis preparaciones, nunca antes lo había hecho del todo sola. Me arrepentí de mi acto, quise remediarlo antes de que fuera irreparable.

—¿Tiene chispas, mi helado? —Ed lucia confundido, tomo su helado para probarlo.

—¡NO, ESPERA! —lo detuve —No pediste chispas, se equivocaron. Será mejor que lo cambiemos por otro.

—No hay problema —se llevó una cucharada a la boca y lo miré con angustia —. Me gusta, sabe a flores más que a chispas.

Lo probó una vez más, mi estómago se hizo un revuelto.

—Está muy bueno —dijo tras la segunda probada.

Ya nada más quedaba esperar.

—Estás muy pálida, ¿está todo bien? —coloco el helado sobre la mesa y me abrazó con cariño.

—Estoy triste porque te marchas —le engañe.

—Las cosas son así, pero estaremos bien —beso mis labios con sutil dulzura que calmó mis nervios. Con suerte mañana no se marcharía, con suerte mi acto no traería mal a nadie.

Todos nos esperaban en la mesa, riendo, disfrutando del helado, del penúltimo día del festival.

—Cuéntanos de la princesa Ana, Ed —casi suplico Belén.

El niño de cabello rizado lo pensó un poco, como quien no sabe por dónde empezar, o quizás no sabía que decir sobre ella.

—La princesa Ana es, hasta ahora, la única descendiente del quinto rey ariano.

Yo reí sin disimulo, con mucha ironía. Todos me miraron con seriedad, incluso Belén, que conocía los motivos de que me diera gracia la historia.

—Entonces, es la princesa del reino Arial —concluí.

—Sí, eso dije —Ed me miro con molestia antes de continuar la historia —. Es conocida como la princesa pérdida, pues un día después de su nacimiento desapareció y hasta el sol de hoy no ha vuelto jamás.

—¿Qué cuentan las hadas sobre esto? —pregunto Rita —¿Qué cuenta el cuento que leíste?

—Desapareció porque su gran amor debía nacer el mismo día, pero murió. El séptimo y último hijo del rey de Sodab. Se reunieron en el cielo, porque ella no podría permanecer en el mundo, si él no permanecía aquí también. No encontraba sentido su vida sin un príncipe que la rescatara y cuidara para siempre; sin un motivo para que esos dos reinos cumplieran la profecía y se unieran en un pacto puro y sagrado, un pacto de amor.

La voz de Ed era clara y seria, parecía que creía cada palabra que pronunciaba.

—Hoy, ambos reinos sufren las consecuencias de no poder unir sus fuerzas, de casi estar en quiebra.

—¿No podía la princesa casarse con alguien más? —la pregunta de Van, me parecía lógica en ese preciso momento. Pero contradecía mi acto egoísta, de darle a Ed una preparación que lo hiciera permanecer a mi lado.

—Él era su amor —contesto Ed muy seguro de lo que decía —. Tanto era él su verdadero amor, que su corazón recién nacido lo sabía, y se apagó cuando sintió que él no permanecería en el mundo.

Podía ver la ignorancia rebosar de cada palabra que pronunciaba Ed, desde la fe de un ser que cree en cuentos de hadas. Disimule, guarde silencio por respeto y disimule.

—Las princesas sufren mucho —comentó Belén —Nacen con grandes responsabilidades, sufren intentando cumplir cada una de ellas. Sacrifican...

—¡BASTA BELÉN! —la interrumpí con energía. Podía tolerar que Ed pensara de esa manera, yo no tenía idea de cómo había sido educado. Pero jamás hubiese aceptado que Belén hablara de esa forma —Las princesas no existen, Belén. Saca de tu cabeza esas ideas.

—¿Cómo puedes decir que no existen las princesas? —se pronunció Ed en contra de lo que yo decía —Si las princesas no existen, ¿Cómo explicas mi existencia?

Lo miré confundida, no entendía a que se refería.

—¿Cómo explicas que soy tan real, que fui capaz de besarte y tú de enamorarte? —él acababa de decir que era un príncipe. Un príncipe de cabello rizado, bonita sonrisa y actos amigables, pero príncipe al fin.

Mis amigos, Belén y yo, palidecíamos del susto.

—Ustedes, los seres de la realeza, acabaron con la paz que existía en el mundo que habitamos hace casi doscientos años. Claro que existen las princesas, los príncipes como tú, los reyes y reinas, eso lamentablemente es cierto. Pero no existen las princesas o príncipes que cuentan las hadas. Las princesas no tienen buenas intenciones, no viven para esperar el amor y brindar alegría. Y definitivamente los príncipes no son caballeros valientes, que gozan de cálido cariño y honesta virtud —me puse de pie y tomé a Belén del brazo —. Tú has demostrado que son seres violentos con tu juego del tiro, engreídos, presumiendo su falsa superioridad, valentía y personalidad. Pero sobre todo, dejaste claro que les hace falta honestidad, que se valen de mentiras para maravillarnos y obtener lo que desean; reinos, poder, o incluso, besos.

Belén apretó con fuerza mi mano, ofreciendo su apoyo.

Corrimos sin mirar atrás, sin detenernos.

Al llegar a casa, paramos frente a la puerta. Nos abrazamos, respiramos profundo.

Estábamos listas para enfrentar a Ciara. Ella tenía que contarnos la verdad. 

Cuentos de Hadas: Historia del primer amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora