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La teoría de sanar

Jade

—¿Ayer tampoco pudiste dormir? —pregunté entrando a la habitación, en pijama y con unas pantuflas de conejitos.

Liam giró su cuerpo en el colchón para luego mirarme fijo con sus ojos agotados, contorneados por una sombra violeta. Su mirada estaba apagada, supuse que era por el cansancio que venía acumulando por no dormir nada últimamente.

—Adivinas —respondió, cortante antes de volver a su anterior posición.

Sin habernos dado cuenta habíamos creado una rutina para antes de dormir. Era básica y sencilla: Yo me colocaba el pijama en el baño, Liam prácticamente se desnudaba en mi habitación, ambos nos encontrábamos allí, intercambiamos —como mucho— tres palabras, le ofrecía a Liam la cena, él la rechazaba, yo lo obligaba a comer al menos un trozo de pan, él lo aceptaba luego de hacer un berrinche, y yo terminaba bajando a cenar con mi padre para no dejarlo solo.

—No es tu culpa —le recordé por décima vez en el mes.

—¿Qué? —soltó, confundido reincorporando su postura.

—Lo que pasó. No es tu culpa, Liam.

Él se sentó en el colchón, miró para el techo, mordió su labio, frustrado guardando algo que llevaba dentro y, minutos después, abrió su boca:

—¿Le has puesto la comida a Rocco?

Bien. Hagamos como que él nunca me ignoró.

—Sí, mi padre le ha cogido unos palitos pequeñitos con sabor a carne para perros en el super. Supongo que irá bien con eso. Ambos se están encariñando.

—Así es.

Lo único que salía de su boca desde el día traumático eran oraciones simples como: «Así es» «Has lo que quieras, Jade» «Dormiré un poco más, tú ve» «Estoy intentando leer» Y claro, entendía todo lo que pasaba dentro de él, pero convivir así todos los días se estaba volviendo algo tedioso para mí.

—¿Hoy vas a comer en la mesa o prefieres...?

—Dormiré un poco más.

Liam mentía, intentaba hacerme creer que dormía al menos algo pero no. Siempre, antes de cenar, lo espiaba por el pequeño hueco de la puerta para ver si dormía y me lo encontraba mirando el techo con las manos sobre su abdomen desnudo. Placido. Sin ninguna emoción. Perdido en sí mismo y en sus pensamientos, otra vez.

—Estaré abajo, en la cocina —murmuré a punto de atravesar el marco de la puerta. Luego, solo me detuve en seco, dándole la espalda al pelinegro y abrí mi boca recordando algo—: Mi padre ha hecho tallarines con salsa. Los que a ti te gustan. Creo... creo que le gustaría verte degustando su plato —sin respuesta alguna. Bajé la cabeza, decepcionada—. Buenas noches, Liam.

—Buenas noches, Jade —lo escuché susurrar por lo bajo.

Me limité a sonreír por el pequeño avance. Liam no solía responderme cuando lo intentaba convencer para que baje a cenar con nosotros, simplemente prefería estar encerrado en mi habitación, que en ese momento yo ya lo consideraba como su cueva, y ya.

Bajé la escalera con un poco más de ánimos que de costumbre. El olor a la salsa recién hecha invadió mis fosas nasales. No podía creer que a mi padre no se le habían pegado los fideos. Créanme. Eso realmente era un milagro.

—Otra vez no bajará a comer, ¿no? —cuestionó mi padre con cierto tono de obviedad. No respondí su pregunta. Me limité a mirar hacia abajo—. No estés mal, cariño —tragó grueso—. Toma asiento.

Efecto Mariposa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora