7.-Hera: Identidad

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Me despierto sola, sin que nadie me obligue a abrir los ojos, por lo que tengo tiempo a pensar en la situación. No me hace falta comprobar si la voz sigue en casa porque le oigo respirar, de forma relajada, por lo que sé que duerme. Me asomo por el borde de mi cama y lo veo, en el mismo sitio que ayer, durmiendo en el suelo, cogido a un antiguo peluche que solía encantarme de niña. El peluche de un lobo negro y de ojos amarillos me cautivó porque era la primera representación que veía parecida a mi, y recuerdo rogarle a mi madre para que me lo comprara durante semanas. Dormi abrazada a el tanto tiempo que su pelo se volvió áspero, casi chicloso. La voz lo abraza, pareciendo tan niño como lo era yo en ese entonces, inocente y lleno de paz. Su pelo, al igual que el mío, es del mismo tono de negro que el del peluche, que reposa entre sus brazos. Apenas le veo la cara, solo la mandíbula, que sobresale entre su pelo. ¿Por qué duerme en el suelo? ¿Por qué no duerme en la cama de mi madre o en el sofá? No tiene ningún sentido. Lo miro un poco más, con la misma camiseta de manga larga negra que parece demasiado fina para el frío que hace.

—Voz.—Murmuro por primera vez desde anoche. No recuerdo su nombre y preguntárselo, siento que lo va a ofender más que llamarlo familia. Se mueve, dándome la espalda, revolviéndose en el suelo para encogerse en posición fetal, abrazando a mi lobo con fuerza. La camiseta se le mueve un poco, lo suficiente como para dejar ver su lumbar, llena de una clase de cicatrices que no parecen accidentales. No sé que historia haya detrás de ellas, pero parecen profundas y dolorosas, la clase de heridas que tuvieron que durar semanas, quizás meses.—¿Voz?—Pregunto de nuevo, pero no obtengo respuesta, por lo que me levanto y me dirijo en silencio absoluto hacia la cocina. No sé como solucionar esto pero si sé que un buen desayuno lo hace todo mejor y mientras no podamos salir al exterior donde haya humanos...

En la cocina hay todo lo que me gusta y lo que no, claro. Hay cerezas, fresas, incluso media piña. No sé que le gusta a la voz, por lo que corto varias opciones de frutas, incluyendo un bol de cereales y un vaso de zumo de naranja. Lo cojo todo en una de las bandejas con dibujos de flores de mi madre y camino hacia mi habitación. Dicen que se caza más moscas con miel que con vinagre y eso es precisamente lo que quiero intentar con la voz.

No está, la voz no está en su sitio y me preocupa por lo que recorro toda mi habitación con la mirada. El lobo está sobre mi cama, entre mis almohadas, perfectamente apoyado.

—¿Voz?—Pregunto alto, lo suficiente como para que mi voz rebote en mi habitación y parte del pasillo.—¿Voz, estás aquí?—Nada por lo que echo a caminar hacia el salón. Tendría sentido que haya ido al salón si se ha despertado, ¿no? No quiero tener que buscarle de nuevo por el pueblo, por lo que en cuanto llego al salón y no le veo, chillo de nuevo. El sonido de agua corriendo me alerta y me paro en el pasillo, justo delante de la puerta del baño.—¿¡Voz?! ¿¡Estás bien?! ¿Estás en el baño?—Grito tan fuerte que mi propio sonido me molesta. La puerta se abre de golpe y la voz me atropella en el proceso. Me empuja por la propia inercia al intentar salir y yo reboto contra la pared a mi espalda. La bandeja se resbala de mis manos y cae al suelo con un sonido estrepitoso que me hace cerrar los ojos. Noto los cristales de los vasos y el plato en los pies, cayendo afilados.

—Por los cielos, criatura.—Se queja y yo abro los ojos sin moverme ni un solo centímetro. —No te muevas, anda.—Lleva el pelo mojado, totalmente empapado, con gotas que le caen sobre los hombros. Los hombros. Le estoy viendo el pecho y... Es devastador. Nunca había visto algo así, no solo porque no tenga mucha experiencia viendo a hombres desnudos, sino porque el nivel de cicatrices que tiene es... Tienen relieve, relieve que indica profundidad, y son tantas... ¿Cómo puede tener tantas? Atravesándole el pecho, los abdominales... Dios santo los abdominales. Noto el calor, centrándose en mi pecho, subiendo por mi cuello, haciendo que mis mejillas se calienten. Agacho la cabeza en un golpe seco, mirándome los pies. Lo último que quiero es molestarle preguntando algo fuera de lugar o que me pille mirándole como si fuera un bicho raro. —Te he dicho que no te muevas.—El tono serio y autoritario de su voz me ancla en el sitio, asustada y a la vez, muerta de vergüenza.

PROYECTO Y-13: ResurrecciónWhere stories live. Discover now