11.-Viggo: Deseo de cumpleaños cumplido

23 3 11
                                    



Camina como si no me hubiera dicho que le gusto, con total tranquilidad, disimulando, por supuesto, porque sé que está nerviosa al extremo. Se mete en la cocina y la sigo, dándole unos segundos de cortesía por si quiere ensayar con qué cara mirarme. Me apoyo en el marco de la puerta y la observo, mirando el fregadero con ambas manos apoyadas en la encimera de la cocina y las mangas de la sudadera subidas hasta los codos.

—Ya habías comido.—Dice sin más. Me mira y yo asiento.—¿Por qué no me lo has dicho?

—Tenía más hambre.

—No.—Sonríe y abre mucho la boca, señalándome con el dedo índice. Cojo aire por la nariz y me preparo para aguantarla, porque va a decir una sarta de idioteces, como siempre.—Te gusto. Yo también te gusto.

—¿Qué?

—Que te gusto. ¿Por qué otra razón comerías dos veces? No has querido herir mis sentimientos, así que te has comido lo que te he preparado.—Cruza los brazos sobre su pecho y me mira, esperando una respuesta. No puedo ser inmaduro, no ahora, no cuando ella lo ha confesado después de que, ¿toda su vida yo esperarlo?

—¿Se suponía que era un secreto?

—¿En serio?

—¿Por qué te sorprende?—Yo también cruzo los brazos sobre mi pecho y nos miramos, retándonos mutuamente con los ojos. Si no nos pareciéramos tanto, diría que está disgustada, pero siendo tan parecidos y conociéndola, sé que simplemente está sorprendida, quizás demasiado. ¿De verdad no se lo olía? Hasta yo mismo me he reñido por lo obvio que era a veces, celoso de todos los que si podían tocarla, aunque murieran luego, o incluso peor, celoso de aquellos que la tocaban y luego podían obtener un beso. —¿Vas a decir más obviedades o prefieres hablar de algo más interesante?

—No hay nada más interesante que esto.—Espeta rápidamente.—¿Desde cuándo te gusto?

—Que engreída que eres. Típico de las diosas, solo quieres que te halague.—Pongo los ojos en blanco pero ella sonríe y frunce los labios, ocultando una risa demasiado adorable. Nos hemos abrazado, besado y declarado todo en menos de veinticuatro horas, algo con lo que llevaba soñando unos cuatro años, quizás más. Se acerca pero no demasiado, por lo que corto la broma.—Hace unos cuatro años, tal vez.

—¿¡Cuatro años?! ¿Y cuánto hace que me gustas tú? ¿Lo sabes? ¿Lo recuerdas?

—Más o menos lo mismo... Bueno, no, un poco antes.

—Todo este tiempo, lo has sabido y no me lo has dicho. No entiendo porque.

—Porque era condicionarte y probablemente tampoco me hubieras creído. ¿Qué te iba a decir? ¿Que no buscaras el amor que yo quería darte en alguien más? Hubiera sido ridículo e injusto estando atrapado en tu mente.—La claridad con la que hablo es rara porque estoy muy acostumbrado a hacer bromas para ocultar el hecho de que tener algo con ella iba a ser prácticamente tan imposible como escapar de ella. Terriblemente irónico. Hera no se acerca más, solo me mira, como si estuviera esperando algo, algo que le cuadre en esa cabeza plagada de inseguridades y tonterías.

—No sé qué decir.

—No digas nada, pues.—Lo solvento rápido y pienso en que hacer. No sé como comportarme, no solo porque esté fuera de su mente, sino porque ahora, ella también está dentro de la mía.

—¿Por qué te gusto?

—¿Es ahora cuando te llamo engreída y tú me dices que no?—Se ríe pero se acerca hasta apoyarse de espaldas en la nevera, bastante cerca de mi. Mete ambas manos en los bolsillos de la sudadera y esnifa el aire sonoramente. Sé que está algo incómoda, quizás muerta de vergüenza, pero no recuerdo que le costara demasiado aceptar los sentimientos del vigilante de la playa. ¿Por qué los míos si? Yo la conozco más que él, yo valoro cosas que él ni siquiera ve.

PROYECTO Y-13: ResurrecciónWhere stories live. Discover now