── 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 › 0 0 8

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La espada hizo un ruido terrible. Lucyphella lanzó el arma a pies de la escalera del trono. Los tres hombres que estaban presentes en la sala real vieron a la mujer de cabello oscuro eh iris magenta con sorpresa. Guardaron silencio. La mujer habló con rabia al instante de tener la oportunidad.

—¡Mi hijo no volverá a alzar una espada nunca más!— determinó la madre con un tono de voz cubierto de alteración y preocupación —¡En mis días de vida, hasta que caiga muerta... Adri no alzará una espada otra vez!

—Lu-Lucyphelle— la voz del emperador sonó tan nerviosa.
Su hermana menor era tan aterradora cuando tenía sus ataques de rabia y éste suceso parecía ser uno de ellos —Calmate un poco hermana pequeña, ¿de dónde te ha nacido semejante desfachatez? Prohibirle a Adri tomar una espada en estos momentos... Cuando ha demostrado ser un genio-...

—¡Es un niño!— gritó. El soberano apretó los dientes con tanta rabia, el trono estaba pagando esas consecuencias —Mi hijo tendría que pensar en jugar, el hacer amigos, en sus estudios y en su vida social. ¡No en espadas, en guerra y tampoco en sangre, y muerte!, ¡Estoy en contra de todo eso!

—Lucyphella, ¡Ese niño es la futura estrella de nuestro Imperio!

—¡Es mi hijo!— determinó la pelinegra —¡Yo lo traje al mundo, es mío y como es mío yo puedo decidir por él en su vida!

Los gritos del emperador se devolvieron a su garganta al percatarse que la princesa joven subía los escalones hacía el trono de forma amenazadora. Una mirada suya hacía Regis y Benet bastó para que estos dos desenfundaran sus espadas.

—No voy a permitir que uses a mi hijo a tu beneficio— murmuró cerca del rostro del de ojos carmesí —Ya tienes suficientes marionetas a las cuales manejas a tu maldito antojo. Mi hijo no será parte de ellas.

—¿Cómo te atreves...?— bramó entre temblores de terror y enfado.
La princesa bajó los escalones cuidando de no pisar la tela de su vestido.
Los dos guardianes devolvieron sus armas a sus estuches al ver a la mujer retirarse.
Eilo gritó finalmente y descargó todo el enfado —¡Esa... Esa...!— ni siquiera tenía el valor de insultarla sin ella estar presente. Su miedo a Lucyphella siempre fue motivo de burla de su padre. Lucyphella siempre fue la favorita porque todo el valor y astucia que debió de haber suyo terminó siendo de ella —¡Se volvió completamente loca!— recriminó delante del Duque y el soldado —¡Prohibirme a mí, el hombre más poderoso después de Dios en esta tierra, el brindarle a Adri un futuro brillante...!, ¡¿Qué clase de madre le impide a su hijo tener un gran futuro?!

—La clase de madre que verdaderamente aman a sus hijos— miró de reojo al peliplateado, ¿tal vez fue un comentario indirecto no tan directo a su abandono?

—¡Si verdaderamente amará a mi querido sobrino permitiría que siguiera puliendo su don para convertirse en un gran apoyo para este lugar!

—Lady Lucyphella tiene razón— lo que Regis dijo sería tomado como un chiste por aquellos otros dos de no ser que su rostro presentaba una seriedad solo clara de él cuando hablaba con la verdad —Ella es dueña del príncipe, solo ella.

—¡Yo soy el Emperador!

—Pero ella es su madre— contraatacó a lo dicho por esté —Deje que el camino que su Alteza Real quiere trazar para el Príncipe Heredero fluya.

—Regis— nombró entre risas —Quisiera no darme cuenta de que estas aprovechando esta situación para deshacerte de la responsabilidad de cargar con Adri... otra vez.

Esta vez fue Regis el que bramó con rabia.

Lucyphella cayó rendida a la cama de su dormitorio. Sus lágrimas no paraban de fluir, se sentía como una villana. Miró detrás de ella. Adri tampoco dejaba de llorara debajo de las mantas.

—Sé que ahora estas enfadado conmigo— intentó sentirlo, aunque sea tocandolo por encima de las mantas, pero el pie que ella logró sentir fue retirado de su tacto al instante —También tienes preguntas, como la del por qué no dejó que entrenes con la espada. Te juro que todo tiene un 'porque'. Solo que no puedo decírtelo aún.

Silencio.

Ni siquiera un grito. Ni siquiera un sollozo más de parte suya.

—Adri— le llamó con lamento —Ángel mío. Perdóname, te lo suplico.

—Déjame solo— pidió en un hilo de voz.

—Adri-...

—¡Te dije que te vayas!— quitó las mantas con prisa. Los plateados ojos del príncipe estaban rojos, su cara pálida y su nariz mocosa. Estaba enfadado con su injusta madre —¡Déjame, déjame, déjame...!— gritó devolviendose a esconderse.

—Lo siento tanto, Adri.

𝐏𝐑𝐈𝐍𝐂𝐄 𝐅𝐋𝐎𝐘𝐄𝐍 . ¡Father, I don't want to get married!✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora