── 𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 › 0 1 0

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Él no había dejado de derramar lágrimas durante toda la noche. Se sintió herido por el acto que su madre hizo. A la espada la ganó justamente contra Max, él logró un acto increíble ¿pero era del desagrado de su madre?, le quitó de forma brusca el arma de sus manos y solo gritó: «¡No permitiré que levantes una espada más en tu vida!» para después llevársela a saber dónde y dejarla allí. Era injusto, por supuesto que lo era. ¿Qué motivos hizo cambiar a su madre así con respecto a los entrenamientos?

—¡Lucyphella!— oyó el tono de voz alto de su tío. El emperador sonaba muy enfadado. ¿Quizás su madre le dijo sus intenciones actuales con respecto al abandono de sus clases? Tal vez él hubiera deseado que su sobrino de sangre bastarda fuese un gran guerrero, ¿Por qué su madre no? —No puedes solo ir y gritar en la Sala Real que le quitarás el entrenamiento de espada a tu hijo así como así, ¿Comprendes el hecho de que estas perjudicando el futuro del niño?

—Yo soy su madre— excusó la pelinegra —Solo yo sé lo que más le conviene a mí hijo. ¿Por qué estas aquí?— preguntó mientras se alzaba del sillón —Ve a cumplir tus tareas y deja que yo eduque al niño que di a luz como desee.

—Vas a terminar arrepintiendote de todo esto, cuando te des cuenta será demasiado tarde.

—Mi padre me ha educado con su mismo pensar— aclaró la menor provocando la rabia en el más mayor —Él jamás se ha equivado con las decisiones de sus hijos, entonces yo no seré la excepción. Te pido, hermano, que te retires de aquí y respetes mi palabra final.

La discusión de su tío y de su madre se pudo oír hasta desde ese lugar.
Aún no podía dejar de sentir enfado, sobre todo tristeza. Amó esa espada desde el momento en el que Max se la entregó en sus manos como recompensa, su primo le hizo jurar que nunca la abandonaría, ¿Qué pensaría ahora él?

—Mi príncipe. —alzó la mirada y halló el bello rostro de su nana.
Helena consoló al pequeño príncipe de la forma que Lucyphella no lo hizo. Abrazó al pequeño hijo bastardo del Duque Floyen y entre mismos y caricias le ayudó a sentirse menos agobiado—. Los días en nuestro imperio son grises porque el usted sufre. Deje de llorar, se lo suplico. No haga que una tempestad caiga sobre todos.

El cielo se había tornado gris. Las nubes cargadas de agua no darían a basto a los habitantes del Imperio. La lluvia inició con suavidad y a medida que pasaban las horas, iba incrementando en fuerza. Los truenos y relámpagos llegaron también, pero a eso de las doce de la noche, cuando nuevamente el Príncipe Adri lloró con más desconsuelo.

Con cada lamento que él ahogaba sobre la almohada un fuerte estruendo, como si un golpe a un tambor de guerra se tratara, sonaba y aterraba a todos.

Los relámpagos iluminaban la noche. Algunas casas no soportarían por demasiado tiempo la tempestad, otras ya habían sido derrumbadas. Lucyphella no puede imaginar todo el destrozó que esto ocasionará, sobre todo a la región más pobre del imperio.

—Helena. —llamó a su dama de honor. La castaña llegó al instante—. Quiero que mañana me reportes la cantidad de casas que la tempestad de esta noche derrumbó... Y cuántos muertos ocasionó.

—Sí, su alteza real. —la princesa imperial no visitó a su hijo en toda la mañana. Helena comprende que esa mujer es un cuerpo sin alma ahora mismo, un cascarón vacío. ¿Quién es ella para juzgar a la mujer que le brindó tanto en la vida?, su deber estaba claro. Cuando la princesa no puda ver a su hijo al rostro, ella ocuparía el papel de madre. Lo haría con tanto cariño y amor.

—Adri. —nombró de repente a su hijo.
Helena devolvió la atención, pero con sorpresa—. ¿Él sigue enfadado conmigo, verdad?

—Su alteza, creo que sería bueno si usted va a visitarlo. —aconsejó—. Tal vez parezca estar enfadado, pero en realidad él la necesita.

—Lo que menos necesita en verme la cara. —negó el consejo mientras su voz delataba sus ganas de llorar—. Regis me odia. Adri me odia. Los dos hombres por los cuales daría la vida... Los perdí.

—El Duque Regis... Él sí. —la princesa miró de reojo a la criada—. Su alteza real, el Príncipe Adri... Aunque usted más lo niegue, para él será imposible. Usted es su madre. Usted le dio la vida. El lazo que une a una madre con su hijo es mucho más fuerte que cualquier otra cosa.
Consuele al príncipe. Él la necesita mucho.

Desde el primer día que ella supo que llevaba una vida dentro suyo, las emociones se habían mezclado. La felicidad, tristeza, miedo, euforia... Todas se mezclaron eh hicieron que quedara tan inmóvil.

Tantas preguntas la habían golpeado de repente. ¿Cómo reaccionará Regis al enterarse?, ¿Qué sucederá con su padre, el Emperador?...

Tuvo tantas oportunidades para deshacerse de él. Aún así, jamás lo hizo.

Ella deseaba tener al hijo de Regis. Deseaba conocerlo. Ver a quién más se parecería y, lamentablemente, ha heredado tantas cosas de su padre.

—Vete. —oyó el débil 'vete' que provino de debajo de las mantas.
Lucy caminó hasta estar al lado y subirse a la cama. Tomó la vela de la mesa de al lado y la apagó. Sumergió la habitación en completa oscuridad.

—¿Puedes llegar a perdonarme? —acarició lo que parecía ser la espalda del niño por encima de las mantas—. Te prometo que algo así no volverá a suceder. Quiero que entiendas que me preocupo por ti. Aprender a usar una espada no te ayudará en nada.

—¿Por qué te opones tanto a que aprenda a usar una espada?

«Porque no deseo que te parezcas a él.»

𝐏𝐑𝐈𝐍𝐂𝐄 𝐅𝐋𝐎𝐘𝐄𝐍 . ¡Father, I don't want to get married!✓Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora