20. Miña terra galega

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Mimi miró a Miriam con ojos de súplica, aunque no sirvió de mucho porque solo recibió una sonrisa amplia como respuesta. La andaluza se veía atrapada entre los brazos de la madre de Miriam, sin ni siquiera poder soltar la maleta. A la larga, y tras un par de segundos, se conformó con la posición y se relajó con una sonrisa ante aquel cariño de bienvenida.

-¿Cómo ha ido el viaje?-les acabó preguntando una vez soltó a las recién llegadas, Marité.

Finalmente, Mimi soltó su maleta por fin en el suelo, y después de abrazar también a Ramón, echó un largo vistazo a la casa:

Un pequeño escalón separaba la entrada del salón y comedor; cocina abierta y con una isla bien grande. La luz solar entraba gracias a las puertas correderas que daban al jardín; era un ambiente acogedor y lleno de recuerdos; miles de fotos decoraban las paredes y las estanterías, la gran mayoría de los hijos de los Rodriguez.

Durante unos segundos echó demasiado de menos su antiguo hogar y a su madre.

-Bien, se nos ha hecho corto.

-Habla por ti, leona-se giró para volver a la conversación.

Miriam puso los ojos en blanco y le quitó importancia con un movimiento de mano.

-No deja de quejarse porque ha venido conduciendo ella-contraatacó sin inmutarse-. No le hagais ni caso.

Fue en aquel momento en el que Marité no dudó en darle un golpe a su hija en el brazo:

-¡Auch!

-¿Y cómo la dejas conducir solo a ella, eh?

-¡Pero...!

Mimi se tapó la boca con una de sus manos, divertida por la situación; al igual que había hecho Miriam minutos antes, ella tampoco la iba a rescatar:

-Ves, tu madre opina como yo. Eres toda una princesa, Miriam.

La leona abrió la boca como un pez y parpadeo ante la sonrisa perversa de Mimi y la incredulidad de su madre.

-Yo... es que flipo. ¡Flipo! ¡Vamos a ver a Yaco, papá, que eres el único que me entiende!

Mimi miró a Marité, una vez se quedaron a solas. La mujer más mayor no apartaba los ojos de las puertas correderas, y de su propio jardín, donde ya la ofendida jugaba con su perro con total felicidad.

Se notaba que echaba de menos su tierra y su gente; y ellos también la echaban de menos a ella.

-Ha sido cosa mía-empezó a decir casi susurrando para no romper el momento-. El viaje ha sido tan tranquilo... que lo hice casi del tirón. Hasta que nos paramos a comer.

-Bueno, sois jóvenes. Pero la próxima vez que vengáis... no tengáis tanta prisa-Marité le acarició la cara-¿Quieres algo de limonada casera?

Mimi asintió con la cabeza y la siguió hasta la cocina.

Era la segunda vez que conocía a los padres de su mejor amiga y se sentía tan cómoda con ellos como si fueran conocidos de toda la vida; la trataban como una más de la familia. La próxima vez que vengáis... estaba incluida en el pack con Miriam. Durante unos segundos se quedó pensando en como ella misma se lo contaba todo a su madre; y cuando era todo, es todo. Le había contado la travesía con Alan y también el coqueteo con Miriam, lo confundida que estaba por su mejor amiga. Lo mucho que quería estar con ella pero a la vez el terror que sentía...

Con Alan sentía que se había dejado llevar por la atracción, pero no le aportaba nada esa persona. Y luego estaba Miriam, que si no fueran mejores amigas... Si no sintiera tanto miedo por quererla bien y dejarse querer.

I've always liked to play (with fire) Miriam²Where stories live. Discover now