De cuadros

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Dereck

Cada día que pasa es un martirio al no saber nada de Laia. La he llamado a su antiguo número, pero no responde. Pasé hoy cerca de su casa, pero no vi ningún movimiento de nadie, pareciera que desaparecieron todos.

Tengo tanto que hablar con ella. No quiero ni pensar que realmente está considerando apartarse de mí para siempre.

Sé que fallé, que probablemente me odie más cuando se entere de que tendré un hijo con otra mujer. Aunque haya estado borracho, no borra el hecho de que le fui infiel.

—¿Necesita que lo lleve a otro lugar, joven?

Él solo escuchar su voz me irrita, a pesar de estar consciente que no fue solo de ella la culpa.

—Detente en la panadería. Te enviaré la lista de lo que vas a ordenar a tu teléfono.

La vi a la distancia cargando con todas las bolsas que le entregaron. Pedí una lista gigantesca de dulces que probablemente termine regalándolos.

A veces siento que, sin darme cuenta al momento, me desquito demasiado con ella por mis frustraciones.

Incluso su eficiencia y el que mantenga la compostura por más cosas que le pido, en estos momentos me jode.

—¿Quiere algo más?

—Que no me dirijas la palabra en lo que resta de día, con eso me es suficiente.

Asintió con la cabeza, poniendo en marcha el auto.

La he tenido de arriba para abajo todo el día y no es porque necesite nada, en realidad, solo quería descargar esta maldita impotencia con alguien. 

Según llegamos a la casa, mi madre salió a recibirnos y maldije internamente el que se haya dado cuenta de todas las bolsas que ella estaba cargando sola. Últimamente está muy al pendiente de todo.

—¿Qué haces cargando con todo esto? El doctor te lo dijo, que evites hacer fuerzas innecesarias— me dedicó una ligera mirada, antes de llamar a Thomás para que fuera él quien se ocupara de llevar todo dentro.

—No se preocupe, todo está bien. Esas bolsas no pesan, señora.

—Eso crees, porque piensas que puedes con todo, pero no olvides que tienes a mi nieto aquí dentro y debes pensar en el— tocó su barriga y ella desvió la mirada—. ¿Cómo te sientes? Te ves muy pálida. ¿Te estás tomando las vitaminas?

—Sí, ya me las tomé.

—¿Comiste fuera?

—Sí, ya comí— mintió.

Ahora que lo pienso, estuvimos todo el día fuera, pero ella no comió nada por mi culpa, por haberla mantenido ocupada.

«¿Por qué miente?».

—¿Y qué comieron? ¿No me digas que dulces?

—Pareciera que Catalina es tu hija aquí y yo estoy pintado. 

—Será mejor que guardes silencio. Tú y yo tenemos una conversación pendiente.

«¿Acaso se dio cuenta de su mentira?».

—Anna preparó tu estofado de res favorito, sé que te caerá muy bien a esta hora. Ve a comer— le dio una nalgada, viéndola mientras que ella caminaba de prisa hacia dentro de la casa—. Y tú, querido— su expresión de sonriente pasó a seria—. ¿Qué demonios estás haciendo con Catalina? ¿Cómo puedes desprenderte tan fácilmente de ella y de tu bebé? ¿Acaso has olvidado que está embarazada? Ella necesita cuidarse, comer y descansar. Si esta actitud tan despreciable y desagradable hacia ella y tu bebé continúa, te cortaré los huevos y se los daré a comer a los perros. Cuando pienso que no puedes hacerla peor, me demuestras que sí puedes y que tienes una maestría en cagarla en grande. Acompáñala y asegúrate de que coma.

—Sí, mamá.

Entré a la casa, me lavé las manos para así ir a la mesa del comedor con ella. Tras verme, se puso de pie con su plato.

—¿A dónde vas?

Miró hacia la cocina y negué con la cabeza al darme cuenta de que no quiso hablar por lo que le había pedido en el auto.

—Ya puedes hablar. Por lo visto, buscas hacerte la víctima frente a mi madre.

—Eso no es cierto, joven.

—Lo que sea. Come y vete a dormir.

—Enseguida. Permiso.

Se fue hacia la cocina y la vi a lo lejos comiendo de pie, y charlando con Anna.

En serio que las acciones de esta mujer me están alterando y sacando de quicio.

No le dije que se fuera y lo hizo para hacerme sentir mal, lo peor es que lo estaba logrando.

Me quedé sentado, esperando que terminara de comer, es solo que ella no había terminado, cuando salió corriendo de repente y Anna se le fue detrás.

«¿Qué sucede? ¿Por qué tanto alboroto? ¿Por qué corrió así? ¿Estará todo bien?».

Me levanté para ir detrás de ellas y vi a Anna en el pasillo frente a la puerta del baño del primer piso.

—¿Qué pasa con Catalina?

—No se preocupe. No es nada malo. Ella se encuentra bien. La mala barriga ataca a la mayoría de las mujeres embarazadas, joven.

—¿Mala barriga?

—Sí. Siempre que come termina vomitando todo. Esperemos que a medida que avance el embarazo, esos síntomas se desvanezcan.

«No estaba enterado de que estaba pasando por esto».

—Ve a la cocina— le pedí a Anna.

—Enseguida, joven.

Me acerqué a la puerta, intentando escuchar si todo estaba bien ahí dentro.

—Cata, ¿estás bien?

Abrió la puerta, tapándose la boca con un papel.

—Sí, todo está bien— sonrío nerviosa—. Lamento haberlo preocupado y hacerle perder su valioso tiempo. Iré a mi habitación.

—Espera…

—¿Sí?

—Yo… lamento… —me costaba mediar palabra—. Olvídalo. Ve a dormir.

Dulce Veneno 2 [✓]Where stories live. Discover now