Inseguridades

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Insistió en que desayunaramos los dos. No quería despegarme ni un segundo de él, por lo que nos unimos hasta para bañarnos. Su cuerpo se sentía más fresco luego del baño, pero sus orejas aún delataban que la fiebre todavía persistía. Sé que no se irá de un momento a otro, que debo dejar que las medicinas hagan su trabajo, pero no me gusta verlo tan decaído. 

Quería cuidarlo, pero parecía que fuera él quien me estaba cuidando a mí. No sé si era efecto de la fiebre, pero recostó su cabeza en mi pecho, mientras su mano se cruzaba de un extremo a otro de mi cintura. Su temperatura corporal se percibe tan agradable. 

Esto no es algo que ocurra todos los días, tal vez por eso, secretamente me estaba aprovechando de su cercanía y enredando sus cabellos entre mis dedos. 

«Me pregunto, ¿cómo solía pasar estos momentos de enfermedad?». 

Siendo como es, asumo que los pasaba en silencio y en soledad. Es triste, porque en esos momentos en que uno se siente tan mal y vulnerable, uno quisiera sentir el afecto y cuidado de quienes amas, pero no siempre se cuenta con ello. 

Las veces que enfermaba, pasaba todo sola. De vez en cuando, la empleada me hacía compañía, aunque sé que era por compromiso. 

Cada día descubro que esto que siento hacia él se fortalece. Aunque los momentos que compartimos juntos sean tan fuera de lo común, creo que me he ido acostumbrando a ello, sobre todo, a su compañía. Así sea en completo silencio, me gusta sentir el roce de su cuerpo, sentir su calor, su olor. 

Levantó la cabeza y, aún con los ojos cerrados, dejó un camino de besos en mi pecho, ascendiendo despacio hacia mi cuello. Me está contagiando su calor, pero no precisamente en las orejas. 

«Luce tan tierno. Me derriten sus acciones, esa expresión tan serena que muestra». 

Llevó su mano por detrás de mi nuca, atrayéndome a él y fundiendo sus labios en los míos. Los besos lentos se han vuelto mis favoritos, pues puedo deleitarme por más tiempo del dulce néctar de su boca. La intensa danza entre nuestras lenguas, al compás de ese fuego que se aviva en nuestras pieles, despierta miles de sensaciones y turbulencias en mis adentros. 

Se detuvo, descansando su frente en la mía, donde nuestras miradas por fin se encontraron. Mi corazón latía desbocado por esa sensación tan cálida que invadió mi pecho al haber descubierto que él no solo me gusta, pues gustarme se queda corto al lado de lo que verdaderamente estoy sintiendo aquí dentro. 

Siento que lo estoy queriendo y esto se vuelve más fuerte que yo. Es difícil, diría que imposible, ocultarlo. Al mismo tiempo, aún guardo cierto temor de que lo espante con confesarle esto. No sé si es demasiado prematuro o no. Todo ha ocurrido con tanta naturalidad que, a veces me cuesta creer que realmente esto está ocurriendo. 

Suspiró pesadamente, acariciando despacio mi mejilla y sonriendo ladeado de un modo algo forzado. 

—¿En qué momento hice algo bueno en la vida, como para merecer todo esto? —murmuró sobre mis labios. 

Su pregunta me sacó de base, tal vez porque logré entender de dónde nacen sus inseguridades. Y duele pensar que se siente de esa forma, a pesar de todo lo que hemos pasado juntos. 

Dulce Veneno 2 [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora