Un niño

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Vimos a Sebastián y Kiran salir del despacho, conversando como si se conocieran de toda la vida.

—Qué bueno que salen. Ella está algo mareada— le dije a Kiran.

—Y hambrienta... — agregó, dejándose caer en el pecho de Kiran.

Siento algo de envidia por la manera en que demuestran su amor abiertamente, sin importarles siquiera que estemos aquí.

Las veces que había visto a ese hombre, siempre lucía intimidante por su seriedad, pero cuando la mira a ella, su semblante cambia por completo, pues luce más relajado.

Estaban hablando entre ellos, no sé sobre qué, pues la verdad es que no me interesa escuchar conversaciones ajenas.

—Nos quedaremos unos días— me avisó Sebastián.

—¿Unos días? ¿Por qué? ¿Le dijiste?

—Sí.

—Tal parece que lo tomó bien. Se veían en confianza.

—Supongo que sí.

—¿Supones? ¿Por qué supones?

—No hagas más preguntas, ¿sí?

—Antes de venir estabas medio cariñoso conmigo y ahora estás comportándote como si fuera una molestia para ti.

No pudo responder mi comentario, cuando Esmeralda se volteó hacia nosotros.

—Me dice mi esposo que eres parte de la familia. ¿Por qué no lo dijiste antes y nos hubiéramos ahorrado tanto mal rato?

—Eso no importa, preciosa. Se quedarán con nosotros por unos días. Tenemos mucho que conversar y veinticuatro horas no bastarán para ponernos al día— se alejó de Esmeralda, caminando en dirección hacia la cocina—. ¿Dónde demonios se ha metido Bertha?

—Ya que se quedarán, mandaré a que suban sus cosas y les preparen la habitación de huéspedes.

—Gracias, señora— respondí, pues Sebastián no se veía de ánimo para hacerlo.

No sé qué le sucede. «¿Habrá pasado algo entre ellos ahí dentro, como para que esté actuando tan extraño?». Sus cambios de humor me afectan.

[...]

Cenamos los cuatro, antes de que nos prepararan la habitación. Era bastante espaciosa y la cama se veía cómoda. Ellos estuvieron hablando en la mesa y quedaron en ir a jugar golf más tarde. La señora Esmeralda se mostraba más tranquila conmigo, supongo que ahora se siente en más confianza al saber que Sebastián es familia de su esposo. Por supuesto que es algo que me tranquiliza grandemente ahora.

—Has estado con cara de perro todo el día, incluso manteniendo distancia de mí. Si no querías quedarte, se lo hubieras dicho. ¿Por qué debes desquitarte conmigo?

—No me estoy desquitando contigo.

—Está bien. Lo que digas— entré al baño, cerrando la puerta detrás de mí.

«Será mejor dejar las cosas así. Soy yo quien no está de ánimo para discutir».

[...]

Anoche me fui a la cama antes que él, pues fue a encontrarse con Kiran. No sé a qué hora en sí regresó, lo único que sé es que cuando desperté, él todavía estaba dormido y balbuceando, como si estuviera teniendo otra pesadilla. Era raro, pues siempre se levanta antes que yo, sin importar la hora en que se acueste.

Tenía una lucha interna entre dejarlo dormir o levantarlo. Todas las noches tiende a tener pesadillas, lo sé porque le escucho balbucear y quejarse. Algunas veces tiende a ser más ruidoso que en otras.

«Me pregunto, ¿qué será lo que sueña? ¿Podría ser su pasado que lo atormenta o su oficio tiene que ver aquí?».

Sus orejas se ven demasiado rojas. Las toqué solo por curiosidad, pero sentí que no solo ellas estaban calientes. Su rostro entero, hasta parte de sus hombros descubiertos estaban ardiendo.

«¿Acaso se había estado sintiendo mal y por eso estaba actuando raro ayer?».

—Sebas— acaricié su mejilla, jamaqueando su cuerpo, pero no hacía nada más que balbucear.

Me levanté de golpe de la cama, buscando la bata para ponermela por encima y cubrirme, para así salir de la habitación en busca de la empleada, pues no estaba segura de que Kiran o Esmeralda estuviesen despiertos, pero para mí sorpresa, ella sí estaba despierta, en la mesa del comedor y en compañía de un hombre con canas que lucía bastante mayor por su barba blanca.

—Buenos días, señora. Qué bueno que la encuentro despierta.

—Vaya, veo que eres de las que madruga.

—¿Tiene ibuprofeno?

—¿Calambres menstruales?

—¿Perdón?

—¿No es para ti?

—No. Sebastián está con fiebre y no reacciona a mis estímulos.

—Depende de qué tipo de estímulos le estés dando.

—No estoy de ánimo para bromas, señora.

—Cálmate. Se pondrá bien. Ve a la cocina y pídele a Bertha que te prepare unas compresas frías y te dé la medicina. Ve, no pierdas tiempo.

—Gracias.

[...]

Vine a la habitación de vuelta en compañía de la señora Bertha, pues trajo una bandeja con el desayuno. Esmeralda quiso darme espacio para que pudiera atenderlo.

Estoy acostumbrada a verlo de muchas formas, pero no así de vulnerable. Me siento como una tonta. No me di cuenta de que, probablemente, se estuvo sintiendo mal todo este tiempo.

—Sebas, necesito que te sientes un momento para que te tomes estas pastillas. Te ayudarán a reducir la fiebre.

—Maldita sea— refunfuñó en voz baja, sentándose, aún con los ojos cerrados y frotando su sien.

Tomó las pastillas de mala gana, suspirando varias veces corridas.

—Aparte de la fiebre, ¿qué más te sientes?

—Estoy bien. Con un baño quedo como nuevo— intentó levantarse de la cama, pero puse mis dos manos sobre sus hombros, evitando que lo hiciera.

—Por supuesto que vas a bañarte, pero después de que comas. No seas tan orgulloso y déjate cuidar, ¿quieres? Tu estilo de vida va a acabar contigo. Duermes y descansas poco, no te estás alimentando bien, todo el tiempo estás pendiente a hacer ejercicios, explotando tu cuerpo y trabajando como un burro. ¿Podrías tomar un maldito descanso por un día y velar más por tu salud?  Ahora mismo me siento frustrada, porque estoy segura que esto era lo que te estaba ocurriendo ayer y no me di cuenta, más tú no me dijiste nada. ¿Dónde está la comunicación que dijiste que tendríamos? Eres un mendigo terco y orgulloso. ¿Así es como quieres que las cosas funcionen entre los dos? Ocultándonos las cosas no llegaremos a ningún lado, Sebastián.

Guardó silencio, relajando los hombros y resignándose.

—¿Podrías cerrar esa cortina? Me molesta la claridad.

Hice lo que me pidió y aproveché el viaje para poner la bandeja sobre su regazo.

—Come.

—¿Tú comiste?

—Todavía no, pero ya mismo lo haré. Ahora solo come para que puedas darte un baño y regresar a la cama a descansar—toqué su oreja, al ver que aún están rojas.

Abrió por fin los ojos, aunque con dificultad.

—¿Por qué me miras así?

Iba a retirar la mano, pues pensé que se había molestado por haberle tocado la oreja sin avisar, pero su mano sostuvo la mía, llevándola a sus labios y estampando un suave beso sobre ella, el cual me robó las palabras de la boca y calentó mis mejillas.

«Es como un niño encerrado en el cuerpo de un hombre…»

Dulce Veneno 2 [✓]Where stories live. Discover now