Carta 2

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Mamá al fin pudo liberar tu habitación por unas horas cuando se fue a descansar a la suya. Tomé valor e intenté ocuparla yo. Digo intenté porque me quedé en el umbral sintiendo como si irrumpiera en tu propiedad privada. No pude dar un paso más porque las lágrimas comenzaron a caer y el corazón se me arrugó por completo. 

 Desde allí pude ver tu escritorio perfectamente ordenado, tu espejo de cuerpo completo a un costado, tu mochila del colegio apoyada en la pata del escritorio, y las fotos en la repisa que cuelga de la pared violeta. Pude notar la almohada húmeda por las lágrimas reciente de mamá y la ventana abierta dejando entrar una brisa de aire otoñal. Me quedé allí, observando, imaginándote sentada frente aquel escritorio blanco, escuchando música contus auriculares mientras escribías, vaya a saber qué cosa, en una hoja blanca. 

Antes de todo esto, siempre que pasaba por el pasillo me detenía unos segundos a observarte, como vieja chismosa, y me daba cuenta de lo mucho que habías cambiado. Tu pelo ya no era castaño claro como el mío, lo habías teñido de negro con puntas azules. En la nariz te colocaste un piercing, me gustaba como te quedaba, y tus atuendos pasaronde tener colores brillantes a otros más opacos. Por momentos pensé que habías bajado algo de peso, pero no estaba segura, ya que tu ropa holgada no me dejaba averiguarlo. 

Mamá se puso muy sobreprotectora últimamente. Me pregunta cómo me encuentro, si quiero que me cocine algo rico (la última comida hecha por su propia cuenta fue cuando tenías quince años), me pide que me quede en casa unos días más antes de volver a la universidad, e incluso me sugirió proponerle a Mateo que venga a casa así no se quedaría sola. Le dije que todo iría a estar bien. Fue la primera vez que le mentí mirándola a los ojos. Ella no se creyó mucho mis palabras, lo noté en su rostro expresando un poco de disgusto y soltando, sin poder retener más, un llanto silencioso. Intenta aparentar ser fuerte como lo hago yo, pero no puede.

Trato de no llorar cerca de ella para no hacerla sentir peor, por eso digo que aparento ser fuerte también. Sin embargo, cuando estoy sola, me derrumbo. A mi corazón le cuesta latir por el dolor puesto encima, mis ojos se tornan dos bolas rojas hinchadas, y el cuerpo me tiembla como el de una viejita débil y enferma. Papá es el más fuerte de la casa, no lo volví a ver llorar desde ese día. 

Para mi suerte, Coco llega a mi encuentro para brindarme su apoyo con su cola peluda yendo y viniendo. Sabe que no te encuentras en la casa, lo percibe porque ya no te ve ni te huele. Mucho menos porque ya no le tiras su pelota en el patio. ¿Sabrá que ya no volverás más? ¿Algún día dejará de esperarte? ¿Por qué yo también estoy esperando a que vuelvas? 

La mano me tiembla al escribir estas cosas. Mi mente viaja y viaja a todos los recuerdos existentes en los que apareces y trata de repasarlos miles de veces para no olvidar nada. Quisiera seguir escribiéndote, pero el alma se me deprime con cada palabra trazada en el papel y, si continuo, temo que mancharé todo con gotas saladas y correré así la tinta fresca. 


PD: Una gota cayó al final del papel. Te quiero.

ESCRIBIENDO(TE)Where stories live. Discover now