Carta 8

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No lo entiendo. Sé que no es excusa, pero tenías un lugar al cual poder desahogar todo el dolor que sentías. El club de los poetas, por lo que he visto, te ayudó bastante. Todos tus escritos tienen tanta verdad y expresan cosas que jamás supe cómo explicarlas yo también. Al parecer, nosotras, tan desconectadas, no estábamos. La diferencia fue que yo pude superar esa situación, tú no pudiste afrontarla y te tumbaste a sus pies rindiéndote.

Quise traerme todos tus poemas para poder pegarlos por toda la casa. Quise guardarme para mi sola lo que quedaba de ti. Pero no. Los dejé allí, en el lugar donde deben estar, para que puedan salvar a alguien más del abismo llamado depresión.

¿Sabías que los del club no estaban enterados de los acontecimientos?

Hoy en la tarde, un par de días después de encontrar el lugar que tenía en secreto, volví para conocer a las personas con las que te abrías. Los puse al tanto sobre la situación por la que estábamos viviendo, y se lamentaron (como todos). En forma de respeto, me dieron la opción de elegir uno de tus poemas para publicarlo en el diario local. Les agradecí con el alma ante el hermoso gesto, pero les dije que hicieran ellos los honores. Es lo justo. Conocen una parte de ti desconocida para mí.

La extraña reacción de una chica luego de mencionar nuestra triste realidad, captó mi atención. Se retiró de la sala con los ojos empapados de lágrimas queriéndoles salir. Me despedí del grupo y fui tras la chica. Su mirada se chocó con la mía erizándome toda la piel junto al aire frío del exterior. Su rostro estaba empapado de lágrimas, le faltaba cada vez más el aire, y repetía en susurros solo tres palabras: "No pude ser".

Me acerqué lo más despacio posible, como si un mínimo movimiento brusco haría que se escapara sin antes responder a mis miles de preguntas. Apoyé la mano en su hombro y susurré que se tranquilizara respirando lentamente. Sufría. Lo supe desde qué vi su mirada, colándose con lo inesperado y el dolor.

<<¿Cómo te llamas?>> pregunté.

<<¿Qué te dijo Amalia de mí?>> respondió ella, evadiendo mi pregunta.

<<No sé qué decirte si no me dices tu nombre>>

Su nombre es Valeria Lombardi. Es pelirroja, mide alrededor de un metro sesenta y cinco, sus ojos son celestes como el mismísimo cielo, e irradia un aroma parecido al de coco. Pero todo eso tú ya lo sabías porque eran muy unidas. Demasiado. No quiero hablar sin saber, sin embargo, tengo la sensación de que me hablas sobre Valeria en la carta que me has dejado y que aún no he leído.

Todo me tiene confundida. Ya no sé quién eras realmente. Ya no te conozco.


PD: Yo jamás te hubiese juzgado por el amor que sentías hacia ella. Te quiero.

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