Carta 7

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Nunca te gustaron tus cumpleaños. Eso si lo supe siempre. Solías decir que ese día era el peor de todos porque la mayoría lleva una máscara en el rostro mientras te felicitan por tu día. Los regalos tampoco te llamaban la atención, sin embargo, yo siempre me empeñaba en regalarte el mejor de todos. Unos meses antes, te preguntaba qué era lo que querías. Te limitabas a responder con un simple <<Lo que tú quieras. >>. No querías nada, en realidad, pero como sabías que iba a insistirte, terminabas decidiéndote por un libro. Recuerdo que era de poesía.

No fue hasta pararme frente a la estantería pequeña, que me percaté de algo que estaba frente a mí todo este tiempo. Libros. Algunos tienen una especie de papel pegado al costado con unos códigos. Hay un solo lugar del cual pueden provenir: la biblioteca pública. Pasabas más tiempo entre tus libros, que con las personas. No te culpo por eso.

Al llegar, una mujer de edad media me atendió. Le pedí si me podía decir los libros que has retirado últimamente, además de los que yo he devuelto. Ella me iba tirando títulos jamás escuchados antes, pero que apostaba de que eran de poesía. Sus palabras me lo confirmaron. Luego mencionó que el último libro retirado de tu parte no era de aquel género. Es de autoayuda, lo cual significa que, de algún modo, intentaste buscar ayuda. No sé lo que pudiste rescatar de ese libro, pero sí que no fue suficiente para poder evitar lo sucedido aquella noche.

Decidí tomar asiento en uno de los sillones al fondo de la sala y comencé a leer un par de hojas del libro de autoayuda para interesarme en el tema. Por unos minutos me envolví en la lectura, hasta que volteé la mirada a un rincón que llamaba mi atención. Una de las paredes estaba llena con hojas de papel de cuadernos y periódicos. Iba a retomar la lectura, pero una sed de curiosidad insaciable me invadió el cuerpo y no pude quedarme allí sentada más tiempo. Al acercarme, noté como cada hoja de cuadernillo tenía una tipografía diferente. Los fragmentos de periódicos no tenían notas periodísticas, sino que fragmentos de versos. Lo entendí unos segundos después: eran poemas.

Abandoné la pared para dirigirme hacia la mujer en busca de respuestas. Le pregunté de qué se trataba todo eso, lo cual, me respondió diciendo que se trata de un grupo de personas dedicadas a escribir poemas, y que el poema más votado por los integrantes, se publica en el periódico de la ciudad. Aquellos fragmentos de periódicos pegados en la pared, eran los poemas ya publicados en el diario local.

Todo empezó a aclararse de a poco. Sin pensarlo dos veces, volví a casa. Mamá comenzó a interrogarme con su voz chillona que, más de una vez, te hace salir de las casillas. Me dirigí a tu habitación ignorándola en todo el trayecto, y hurgueteé en tus cuadernos ignorando también el remordimiento de estar revisando tus objetos privados. Cuaderno tras cuaderno revisé. Algunos tenían anotaciones de clases de años anteriores, otros tenían dibujos, pero hubo uno que, por alguna razón desconocida, me dió una sensación extraña. Al instante de tomarlo con mis manos temblorosas por la adrenalina, la voz de mamá y cualquier otro sonido, se enmudecieron. Todo, absolutamente todo, desapareció. Solo éramos yo y tu cuaderno.

Mi corazón dejó de palpitar al ver pequeñas oraciones ordenadas perfectamente como un poema. No las leí. Le di vuelta a la hoja para verificar si había más, y sí. Había páginas y páginas de poemas escritos por ti. Tomé las llaves del auto y volví a la biblioteca. Mi celular casi explota con las llamadas entrantes y mensajes de mamá preguntando qué era lo que estaba pasando. Esta vez, mi corazón no se detuvo, sino que se rompió por no poder contarle todo lo ocurrido hasta el momento.

Una vez frente a la pared, abrí el cuaderno y comencé a buscar con la mirada cualquier similitud de tu letra. No podía verificar la de los periódicos, pero si las hojas de los cuadernos de anotaciones. Sucedió en tan solo un segundo. Había sobre un pequeño trozo de papel, escondido en un rincón, tu letra formando un poema de pocas líneas. Al final tenía una firma de dos letras: A. E.

Solo quedaba leerlo, conocer tus palabras, entender como veías el mundo a través de tus poemas. No mentiré al decirte que no lloré en el verso final, que dice: "Solo el amor puede doler de esta manera".

Sí, solo el amor puede doler así. Por amor hacemos las cosas que hacemos. Solo por una cosa como el amor hacemos de todo para recibirlo, ya sea de parte de nuestra familia, amigos, e incluso por nosotros mismos.

El amor es suicida.

Tú creías en él hasta que te decepcionó, como lo hicieron nuestros padres, tus compañeros de clase, yo, y como lo has hecho tu misma al hacerte daño.

El amor es suicida. Y todos, en algún momento de nuestras vidas, nos volvemos su víctima.


PD: Yo tenía cariño suficiente para las dos. Te quiero. 

ESCRIBIENDO(TE)Onde histórias criam vida. Descubra agora