Carta de Amalia para Verónica

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Te amo.

De esta manera empiezo y termino esta carta: diciéndote la mayor de las verdades.

Ahora, seguro que te estarás preguntando por qué lo hice. Sin embargo, no responderé a esa pregunta primero. Comenzaré explicándote cuando fue que surgió ese dolorcito en el pecho. Como se fue expandiendo y haciéndose cada vez más grande, logrando así, ocupar todo mi cuerpo.

Papá y mamá no son la gran cosa. Yo los quiero, los admiro, y les tengo el mayor de los respetos. Pero, seamos realistas. Tanto como tú, como yo, sabemos que no cumplieron su rol como debían. Y ese lugar lo ocupó la abuela. Ese hueco lo rellenó el amor de aquella mujer dándome el apoyo, hermosos momentos que siempre recordé, y la compañía que tanto necesité de un adulto. Todo era perfecto a su modo. Lo era, hasta el día de su muerte. Desde aquel momento, ese hueco no solo volvió, sino que se convirtió en un agujero multiplicando su tamaño.

Los días pasaron junto a la idea de sanar. Pensé que sería cuestión de tiempo, pero no era así. Intenté aferrarme a ti, a la mujer que más admiro en el mundo. Pero habías comenzado la universidad y conociste a Marcos. No podía molestarte con mis problemas cuando ya tenías suficiente con todo ese estrés que te generaba la universidad.

No quiero que sientas culpa, Verónica. Solo hacías lo que una chica como tú fue destinada a hacer. Vivías tu vida, y jamás te culparé por eso, porque yo era la que estaba rota, desencajada con el resto.

Ese mismo año fue peor en el colegio. Unos chicos, del colegio con nombre de santo, pero con personas sacadas del mismísimo infierno, se burlaban de mi físico. En aquel entonces, comencé a bajar de peso, a no dormir como debía, y a sobre pensar cada cosa en mi cabeza. Esas estúpidas personas notaron lo débil que me sentía, y lo usaron en mi contra. Todo, absolutamente todo lo que hacía, vestía o decía, era motivo de risas y bromas. Sus carcajadas en susurros me invadían la mente desde la mañana hasta la madrugada cuando apenas podía pegar un ojo. Se sentía fatal. Era como si estuviese estorbando en un lugar que, claramente, la sociedad me decía que no era para mí.

Esos pensamientos, cada vez más, se fueron convirtiendo en mi única compañía por meses. Sabía que no debía caer porque solo me tenía a mí misma y nadie más me podría salvar de semejante oscuridad. ¿Alguna vez te has sentido inservible, asquerosa, fea, agotada, con un peso encima como si arrastraras kilos y kilos de pesas en tus pies? ¿Alguna vez has llorado hasta quedarte dormida con los ojos rojos e hinchados? ¿Alguna vez has pensado reiteradas veces en quitarte de encima la jodida vida que cargas?

Yo sí, Verónica. Esto es lo que soy porque en esto me convirtió la sociedad. De un día al otro dejé de llorar y terminé ahogándome en el mar salado que se acumuló con mis propias lágrimas.

Pensé que había encontrado una solución en el club de los poetas. Allí pude hablar de lo que me pasaba, sentía, y callaba. También conocí a Valeria Lombardi. La pelirroja que me trae loca de pies a cabeza. Otro secreto más al cual creía llevarme conmigo, pero que de alguna forma te lo estoy contando. Mis sentimientos hacia ella, no sé si nuestros padres lo aceptan, o si la sociedad en sí lo hace en realidad. Todos te dicen una cosa, pero después hacen otra. Estaba confundida. Sin embargo, estaba perfectamente consciente de junto a ella podía encontrar algo que tampoco tuve y tanto necesité: la seguridad de que lo eres todo para alguien con tan solo ver sus ojos. Una compañía.

Todo comenzaba a mejorar, a sentirme un poco más viva. Así fue, hasta que llegó la noticia que arrasó con todo como una chispa de fuego en un pajal seco. Valeria se iba a mudar en unos meses a otra provincia. ¿Cómo se supone que sane si la única persona al tanto de mi situación más que cualquier otra, se iba a alejar quinientos kilómetros de mí?

Todo se acababa poco a poco. Solo me quedaban las palabras en forma de poemas con la fuerza insuficiente para sacarme a flote. Así que una noche, de esas en las que te quedas mirando el techo con los ojos como dos monedas de oro sin pensar y sentir nada, me paré frente al espejo de mi habitación y me quedé allí. Esperé a que mi mente le dijera a mi cuerpo que reaccione, que hiciera algo para estar segura de que vivir era lo que quería en el fondo, más allá de la tristeza y dolor. Nada. Esperé, con una pizca de esperanza, a que, al menos, mi corazón pensara diferente o me dijera algo por el famoso dicho "El corazón tiene razones que la razón ignora".

Tomé el papel de estúpida por pensar que mi corazón estaba más vivo que mi conciencia.

Tengo presente el amor que tienes por mí, hermana. Sé que la razón por la cual estoy escribiendo esta carta, te dolerá, y sufrirás por eso. Sé también que te culparás de todo porque solo el amor puede doler de esta manera. Pero no es así. No pienses por un minuto semejante estupidez. Siempre has estado para mí, y tu amor fue el más honesto de todos. Pero debes entender que cuando dejas de sentir, instantáneamente te conviertes en un cuerpo que solo sigue sus instintos naturales; dejas de ser un humano que siente. En aquel punto, no hay más nada para hacer. Cuando una persona decide morir, ya no se le puede brindar la ayuda que debió haber recibido antes. Esa persona ya escribió su destino final. Y yo escribo el mío.

Se acerca la hora de finalizar esta carta. Estoy muy cansada, y no sé de donde sacar fuerzas. Con toda la esperanza que alguna vez hubo en mí, espero que cuando te levantes por las mañanas, el café te sepa a energía, te sientas libre de bailar con esa canción que tanto te gusta. Sueño con que te mires al espejo y te reconozcas, descubras todo el amor posible que puede dar y recibir un ser humano, logres todo aquello que una vez me contaste de pequeña para tu futuro. Pero, sobre todo, que nunca te pierdas en este gran laberinto llamado vida.

Y si, alguna vez comienzas a olvidarte de mí o a sentir más que nunca mi ausencia, solo ve y siéntate en aquel banco blanco frente al mar cuando íbamos de pequeñas con la abuela. Cierra los ojos, respira, y aprecia como el aire salado choca contra tu cuerpo. Yo siempre estaré allí, porque en ese entonces, yo era yo.

Te amo.

Att: Amalia. 

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