Carta 4

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No soy una persona que acostumbre juzgar a nadie. Tú lo sabes. Pero, ver a familiares que ni te saludaban para tu cumpleaños en la casa consolando a mamá y diciéndome que todo pasará, me hace pensar muy mal de ellos. ¿Te acuerdas de aquella tía que viajaba siempre y que nos mandaba los regalos por encomienda? Hoy estuvo sentada en el sillón hablando con mamá mientras tomaban unos mates con menta. Al principio, me incomodó verla, pero luego pensé que podría ser una buena idea para poder salir de la casa sin que mamá requiera mi presencia. Desde lo ocurrido, solo he salido al jardín del patio para recibir algo de sol.

Mamá tenía la mente ocupada en la tía, así que tomé un abrigo y las llaves del auto mientras le explicaba que iría a casa de Mateo. Una vez más le mentí mirándola a los ojos. Esos ojos rojos por el llanto y la falta de sueño, mezclándose con el azul grisáceo. Los mismos que tenías tú, solo que ellos han visto tantas cosas y tú ya no podrás hacerlo.

Ir a casa de mi novio no era una mala idea. Sin embargo, tomé rumbo hacia el colegio católico al cual ibas. Estacionar frente a las puertas del establecimiento educativo "San Pío de Pietrelcina" me hizo acordar a todas las tardes en que la abuela nos pasaba a buscar a la salida de la escuela para ir a casa. Luego de su muerte, nos vimos obligadas a ir y volver solas porque nuestros padres siempre estaban trabajando. Eso ya lo sabes.

Al entrar, la directora me recibió con sus palabras formales y respetuosas conocedora de "lo ocurrido recientemente". Me dio una especie de consuelo y me recalcó que "las puertas del establecimiento educativo siempre estaban abiertas para hacer una oración en tu nombre". Luego, me guió a su oficina para dar comienzo a la charla. Tomé asiento en una de las sillas frente al escritorio y coloqué en el respaldar el abrigo que traía puesto porque la calefacción encendida en la sala hacía muy caluroso el ambiente. Me entregó algunos papeles con tus datos ya que el establecimiento debía devolverlos a la estudiante o, en este caso, a algún familiar; le pregunté cómo eras en las clases, tus calificaciones -ya que no las mencionabas en casa-, y si tenías alguna amistad aquí adentro. Me respondió que en los últimos años tu rendimiento escolar había decaído notablemente, te costaban sobre todo los trabajos grupales, y no sabía decirme exactamente cuáles eran tus amistades o si las tenías. Le agradecí por su atención y me retiré.

Justo cuando salía, había tocado la campana que indicaba el recreo. Algunos alumnos salieron del aula a la cual tendrías que estar yendo. Esos adolescentes convivían contigo dentro de un edificio cinco horas al día, algo debían saber sobre ti. Tuve necesidad de respuestas y me encaminé decidida a hallarlas. Una chica rubia y alta que estaba sacándose fotos, se lamentó por lo que estamos viviendo en la familia, y me contó que no eras tan participativa en clase, pero que igual importabas en el grupo. Su tono de voz chillón me irritaba y me daba cierta sensación de falsedad. Al final de cuentas le agradecí y volví hacia la oficina de la directora en busca de mi abrigo que había olvidado en el respaldar de la silla.

Apenas llegué, pude oír la voz de una mujer mayor mezclándose con la de la directora.

<<Pobre niña —comentó una mujer—. Ojalá Dios se apiade de ella>>.

<<Era de esperarse por parte de una chica como esa. No creo que Dios se apiade de su alma con todos esas argollas y coloretes en el pelo>> —agregó luego la inconfundible voz de la directora.

Al parecer, la falsedad está en todos lados. El estómago me dio un vuelco ante aquellas palabras tan miserables. Me pregunté quien se creía para decir semejantes cosas. Sin duda, concluí que ese ser humano no tiene ni una pizca de empatía.

En eso, sus ojos se abrieron grandes como dos monedas al verme entrar en la oficina en busca de mi abrigo. Ambas intentaron decir algo, pero yo las interrumpí antes.

<<Si tanto era de esperarse, ¿por qué no hizo algo al respecto, directora? Claramente, mi familia y yo no supimos verlo por la desinformación sobre el tema que llevó a mi hermana atentar contra su vida —hablé con tono indignado —. Tal vez si se hablara sobre la concientización del suicidio, sobre la depresión, y la ayuda que se pueden brindar en vez de rezar, las cosas serían distintas para muchos adolescentes.>>

Iba a retirarme, pero agregué una cosa más.

<<Será mejor que Dios se apiade de su alma por ser una perra disfrazada de santa.>>. Me retiré con un sabor amargo en la boca. Las lágrimas ya comenzaban a salir por sí solas y el nudo interior en la garganta era cada vez más grande.

Pensé que lo peor del día ya había terminado al salir de allí, pero no sería así. Una hora después de llegar a casa, una estudiante de un año anterior al tuyo vino hasta aquí para decirme cómo eran tus verdaderos días de escuela. Y juro que en el momento en que comenzó a decirme que había chicos que se burlaban de ti, que pasabas los recreos metida en la biblioteca, y que más de una vez te vio llorar en los pasillos, no pude contenerme más de pie. Las piernas me fallaron, mi cuerpo se congeló, y el rostro se me tornó blanco.

No lo sabía. No tenía ni idea de que ese lugar era un infierno para ti. Sin embargo, no me basta con solo ser una ignorante respecto a tu vida. No me siento tranquila porque pude hablar contigo. Pude hacer tantas cosas y ahora ya no.

Le pregunté a la chica si era tu amiga y si te acompañaba en esos momentos. Su respuesta debió sorprenderme, pero no lo hizo.

<<—Si me juntaba con ella, se burlarían de mí también. Lo siento—>>.

¿Por qué no confiabas en mí? ¿Por qué no me lo has dicho? Pudimos buscar una solución juntas. Pudimos sobrellevarlo ambas y no sufrir todo esto tu sola.

¿Qué más ocultabas, Amalia Evan's?


PD: Te quiero. 

ESCRIBIENDO(TE)Where stories live. Discover now