Carta 6

2 1 0
                                    

No creía en los fantasmas. Jamás me permití creer en aquellos entes poderosos. No, hasta que tú te convertiste en uno.

Al principio comenzó con tu aroma. En las noches que no te escribía, lo sentía en el aire, en las prendas, en mí. Preferí creer que era una casualidad y que podría haberse caído tu perfume de la ropa en la mía. Sin embargo, cada vez que iba a visitar tu habitación, una foto de nosotras dos se caía. Nuevamente, pensé que sería una casualidad por tener la ventana abierta dejando entrar una brisa de viento, pero cuando la cerraba, la fotografía seguía cayéndose y yo levantándola una y otra vez.

Eso quería decir una cosa. Tú me estabas hablando. Te comunicabas conmigo porque me querías decir algo. Y supongo que necesitabas que te siguiera escribiendo porque aquella fotografía dejó de caerse al piso luego de la quinta carta.

Esta no la escribo en mi escritorio de mi habitación a las dos de la madrugada con las lágrimas manchando el papel junto con la tinta negra como las anteriores. Esta carta la escribo frente a la fotografía enmarcada en un portarretrato. Suena extraño mencionar estas palabras, al igual que ver tu rostro en un pedazo de papel tan diferente al que tenías aquel día. ¿Se puede acostumbrar uno a la ausencia de una persona? ¿De un hermano? Jamás. La palabra que usaría yo sería: aclimatado. Un ser jamás se acostumbra a la ausencia de otro ser, se aclimata a la condición de vivir sin aquella persona. Y ese proceso puede tardar días, semanas, meses, años, e incluso una vida. O, tal vez, jamás.

Llevo conmigo un ramo de crisantemos, pero no para un florero de casa. Estas flores son para el siguiente destino que tengo pensado seguir escribiendo parte de esta carta: la playa.


(...)


El aroma salado del mar reemplaza el olor a vacío. Este era tu sitio favorito y nunca supe si era por el mar, por la playa, o por la magia que posee el sitio al momento de reflexionar. Solo sé que siempre le pedías a la abuela que nos trajera al mismo banco blanco en el que me encuentro sentada ahora escribiéndote, y que nos quedáramos un rato largo. Tú te limitabas a observar la costanera, silenciosa, con la mente a mil voces. Lo recuerdo bien porque era uno de los momentos en que te prestaba más atención.

He cerrado los ojos por un momento y no pude evitar verte corriendo a los lejos por aquella arena cálida. Tu pelo castaño natural vuela contra el viento y tu vestido blanco le sigue en sintonía. En un momento detienes la marcha, te volteas hacia mi dirección, y me saludas con un leve movimiento de brazos. Tuve el impulso de salir corriendo hacia tus brazos, volver a sentir tu corazón latir contra mi pecho a través un abrazo reconfortante, y poder escuchar, una vez más, tu voz diciéndome cualquier palabra con tal de hablar. Sin embargo, no moví ni un músculo porque me di cuenta de que esa chica no eras tú. Era mi imaginación jugándome una mala pasada. Era la Amalia que habitaba en mi cabeza. No eras tú. Jamás usarías un vestido, y menos blanco. Además, tu pelo no tenía color, no tenía tu estilo.

Te seguiré buscando. Continuaré escribiéndote hasta conocer quien eras antes de todo lo sucedido.


PD: Las personas que pasan me miran raro por estar llorando mientras observo, desde un banco, el blanco de arena. Te quiero. 

ESCRIBIENDO(TE)Where stories live. Discover now