Parte 1

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HISTORIA CON CONTENIDO ADULTO, SI NO ES DE TU AGRADO ES MEJOR QUE NO LEAS


*Yeonjun es quien narra la historia

—¿Cómo que Eve ya no está?

La recepcionista no desdibuja su sonrisa de cartón piedra ante mi pregunta. Hoy debe de habérsele revolucionado medio club ante la noticia de que la mejor profesora de yoga del planeta Tierra se ha marchado a la India a vivir una «experiencia». ¿Qué mierda es esa? ¿Cómo ha podido abandonarnos? Cuando precisamente esta semana le he recomendado a mi novia que deje su centro de yoga y se apunte al mío.

—Eve necesitaba escalar en su espiritualidad —me explica con la misma sonrisa estática—. Aquí se sentía oprimida, asfixiada.

Pago doscientos dólares por sesión y en nuestro grupo somos veinte.

Teniendo en cuenta que trabaja seis horas de lunes a jueves y que todas sus clases están llenas... ¿Cómo se puede sentir asfixiada con esa cantidad de dinero?

—Lo entiendo —intento parecer comprensivo—, pero... ¿Y qué vamos a hacer ahora? ¿Cómo se lo explico a mi novia? Ha dejado a su profesora esta mañana. No pretenderás que cojamos nuestros bártulos y nos larguemos a la India, ¿verdad?

Su mirada de condescendencia me hincha aún más los huevos.

—¿Has probado con Rosalinda? —sus ojos se iluminan, como si fuera una buena idea—. Sus alumnos están encantados.

—No quiero a Rosalinda, quiero a Eve.

—¿Y Brenda? —insiste—. El yoga vinyasa te dejará agotado.

—No quiero estar agotado. —¿Cómo es que no se entera? —. Tengo un trabajo estresante y solo Eve ha conseguido que me serene.

Me mira con tanta lástima que me entran ganas de arrojarle a la cara el montón de folletos sobre comida vegana que hay en la recepción.

—¿Has practicado alguna vez Tantra? —cabeza daleada, parece un gorrión.

—¿Tantra? —pregunto—. Pensaba que este era un centro decente.

Ella echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Sé que es fingida porque sus ojos siguen siendo igual de analíticos cuando vuelve a la posición erguida.

—Lo del Tantra y la sexualidad son simples mitos, Yeonjun—me aclara—. Se basa en ciento doce máximas ancestrales de las cuales solo seis tienen algún contenido sexual. Además, lo que impartimos aquí es Tantra blanco. Absolutamente inocente. Y dicen que es la vía más rápida para conectar con uno mismo.

Me conozco bien. No necesito estas mierdas new age para conectar con algo que supuestamente está dentro y fuera de mí. A Eve no le iban esos rollos. Ella nos hace trabajar duro, doblegar nuestro cuerpo, nuestra mente, hasta estar en un estado de presente donde todos los marrones desaparecen y puedo dormir como hace años que no recordaba. Ese es, precisamente, el argumento por el que Karina ha dejado a su profesora «fabulosa» para venirse a este centro.

—No estoy seguro de que me vaya ese rollo —comento.

—¿Por qué no pruebas una sesión? La primera es gratis.

—Pruébalo —escucho que dice alguien detrás de mí—. Así podrás decidir.

Ha sido una voz masculina, a mi espalda, quien ha repetido la frase de la recepcionista. Una voz profunda y cálida, con matices de pimienta y almizcle, que arrastra un acento extranjero que no reconozco.

Me vuelvo, con el mismo pésimo humor que me ha invadido desde que me han dicho lo de Eve.

Frente a mí, a un par de pasos, me encuentro a un hombre joven, quizá algunos años menos que yo. Lleva pantalones blancos y sueltos de algodón y una camiseta muy holgada del mismo color y material. Tiene una sonrisa amable, de esas con las que empatizas de inmediato, y va descalzo.

Me mira fijamente, a los ojos, como si intentara saber qué pienso. Los suyos son serenos, de un color miel que no he visto antes, grandes y sinceros. Es atractivo, guapo, diría yo. Con el cabello ondulado y crecido que le llega a los hombros y le cubre media cara, y una argolla de plata perforando su lóbulo derecho.

—Soy Beomgyu—me tiende la mano—. Soy quien guía las prácticas tántricas.

La observo, pendida en el aire, con cierta desconfianza. No le entrego a cualquiera doscientos dólares a la semana. Tiene la piel bronceada, de venas marcadas en el envés, y me parece de las más masculinas que nunca he visto. Dedos largos, gruesos. Me recuerdan a los de un pianista. Al final se la estrecho.

—Yeonjun —murmuro, con escasa confianza en todo aquello.

—Sé quién eres. Eve me habló de ti antes de marcharse. Sé que se te cargan los trapecios a pesar de todo el deporte que prácticas, que puedes mejorar la flexibilidad y que te gusta tomarte una cerveza después de cada sesión.

Noto que se me ha arrugando la frente.

—Parece que te han contado muchas cosas sobre mí.

Él sonríe y creo que se sonroja, porque aparta la vista para mirar al suelo, un solo instante, lo justo para volver con una sonrisa deslumbrante, de dientes blanquísimos y hoyuelos en las mejillas.

—El equipo del centro hemos repasado con ella las fichas de todos sus alumnos antes de que se marchara. En tu caso recomendó que siguieras con vinyasa...

—Me niego —le corto.

—O que probaras el Tantra —añade.

Lo miro otra vez, de arriba abajo.

A pesar de mi ofuscación, este tipo me genera confianza. Parece saber lo que hace y cómo transmitirlo. La recepcionista está conteniendo la respiración, como si mi respuesta fuera a cambiar el destino del mundo.

—De acuerdo —asiento—. Una sesión. Si me gusta, seguiré. Si no... ya veremos.

La muchacha suelta el aire contenido y casi se le saltan las lágrimas. Lo dicho, doscientos a la semana son para llorar.

—¿Traes ropa de deporte? —me pregunta Beomgyu, porque aún voy de traje.

—La tengo en la taquilla. Hoy solo he venido para tratar el tema de Eve. Pensaba pasarme mañana.

—Cámbiate —me guiña un ojo—. Te espero en el hangar dos.

Y se marcha.

Yo me quedo allí, sin estar muy seguro de qué voy a hacer ni de qué mierda va esto del Tantra. Al final decido que es mejor probar, y después... que me lleven los diablos.

Experimental 《Yeongyu》Where stories live. Discover now