Parte 7

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Se tira sobre mí y caemos rodando sobre la alfombra.

Sus ganas se parecen mucho a mis ganas.

Cuando siento su boca sobre mis labios mis manos sostienen su rostro, y le meto la lengua tan adentro como puedo.

Rodamos una vez más, sin parar de besarnos.

Las ganas contenidas se destilan con saliva y ligeras mordidas. Me concentro en el labio inferior, el que me ha tenido obsesionado desde que lo conozco. Lo recorro con la punta de la lengua antes de chuparlo. Él gime contra mi boca y su cuerpo se retuerce sobre el mío. Buscando todo el contacto posible.

El movimiento de sus caderas es imparable. Hacia delante y hacia atrás, masturbándose contra el vello rubio de mi vientre mientras mi polla queda aprisionada en aquel vaivén y es sometida a las mismas ganas de piel.

En algún momento, le sujeto las caderas para que se detenga, si no me voy a ir antes de empezar. Él sonríe sobre mi boca. Nuestros incisivos chocan. Me muerde la barbilla, el cuello, un bocado en la clavícula. La idea de la marca de sus dientes sobre mi piel me aterra. Pienso en Karina, pero cuando sus labios atrapan mi pezón, cualquier otra cosa que no sea el placer desaparece de mi cabeza.

Es una de las zonas más sensibles de mi cuerpo y él tiene una especial habilidad parta trabajarlos. Mientras su lengua recorre el derecho, su mano pellizca el izquierdo. Mi espalda se arquea de felicidad. Le agarro el largo pelo para apartarle la boca un instante, mientras un ramalazo de aquel deseo contenido me electriza la columna. Beomgyu no me hace caso y vuelve a mi pecho. Juega con el vello tan rubio que parece una ligera capa de oro esparcido sobre mis sólidos pectorales.

Su boca sigue descendiendo mientras deja sus manos jugueteando en la protuberancia de mis pezones. Siento cómo saliva por la profunda línea de mis abdominales hasta recorrerlos uno a uno, obviando...

Pero no tengo una polla que se pueda obviar, veintidós centímetros de rabo, gordo, bien dibujado y con la disposición precisa de estar deseando ofrecer placer.

Lo tiene justo delante. Una verga que está tan excitada que ha lubricado la cabeza con un rastro de semen vagabundo.

Levanto la cabeza para mirarlo, quiero ver cómo se lo traga, cómo se enfrenta a él, si se sorprende por su forma, por su olor, por cómo vibra.

Su cabello tapa parte de la visión, pero veo cómo lo mira, cómo le brillan los ojos, y cómo se relame ante el festín que tiene delante.

Me la come como nunca me lo han hecho, despacio, disfrutando de lo que hace, usando cada parte de su lengua, la totalidad de los labios, y hasta la garganta, donde la oculta casi en su totalidad.

Aquello me arranca otro ramalazo de placer. Sobre todo, cuando al fin la saca y tiene que toser para recuperar el aliento.

—Joder —exclama—, qué grande.

—Pues no sabes las ganas que tengo de metértela.

—No sé si me cabrá —le brillan los ojos—. Es enorme.

—Si lo hacemos despacio, seguro.

Sonríe, aunque el deseo le marca en el rostro un gesto delicioso.

—Así que quieres follarme.

—Quiero follarte desde que te vi en la recepción del centro.

—Y yo quiero que me folles desde que vi esas espaldas de machote protestando a la recepcionista.

No puedo aguantarlo más y le sujeto la cabeza por el pelo para obligarle a que repita la mamada que me acaba de dar, aunque ahora su cabeza está quieta en el aire, y soy yo quien le follo la boca.

Le doy fuerte. Se la meto hasta dentro para sacarla entera. Pero él aguanta con valentía, y cuando al fin dejo de hacerlo, agotado, él aún se relame y continúa trabajándomela con destreza.

Estas ganas, esta hambre, no las he visto en ninguna de las mujeres con las que he estado, que siempre sienten cierta reticencia a hacer una mamada.

Beomgyu se aparta y a mí me entra el pánico de que de nuevo me diga que se ha acabado, y yo me quede con toda esta lefa encajada en los riñones hasta que me pueda hacer un pajote.

Pero no es así.

Se incorpora y adelanta las caderas, hasta colocarse, sentado, encima de mi cintura.

Se me escapa un gemido cuando alarga la mano para cogerme la polla, y yo comprendo qué va a hacer.

—Joder —se me escapa de los labios.

Parece una profecía. Cuando me ha pedido que me lo folle lo ha dicho de verdad y, poco a poco, mientras su precioso rostro muestra un gesto de dolor, se va envainando, lentamente, hasta quedar ensartado, y solo entonces permanece muy quieto, gimiendo por el esfuerzo.

La sensación es deliciosa. La presión alrededor de mi verga, una presión vibrante, que parece contraerse alrededor, es lo más rico que he sentido nunca.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que empiece a moverse. Sus caderas hacia delante y hacia detrás, en un vaivén que va a volverme loco de placer

y que no quiero que termine.

Tiro de él hacia mí y lo abrazo, mientras le como la boca y tomo las riendas.

Unidos, con la piel pegada y tan caliente que está sudorosa por el esfuerzo, empiezo a follármelo, a dejar que mi cuerpo decida el ritmo, y que el placer sea la guía.

Las constantes convulsiones que me recorren son una muestra de lo que siento, de lo que mi cuerpo percibe, del gozo absoluto que estoy alcanzando. Él gime contra mi boca y su placer aumenta el mío.

Es como si nos comunicáramos con suspiros, porque sé exactamente qué hacer para que él perciba aún más y él parece conocer mi anatomía para tocar justo donde necesito.

Cuando no puedo soportar más la tensión deliciosa que electriza cada zona de mi cuerpo, se lo hago saber.

—¡Me corro! —gimo contra sus labios. Él acelera el movimiento de sus caderas, mientras sus dedos pellizcan

hábilmente mis pezones.

El lefazo es increíble. Sale en oleadas de placer que me arrancan corrientes eléctricas de la espalda y los riñones. Se la clavo muy adentro con el último cañonazo, tanto que noto el calor de su leche cuajada cuando sale expelida de su rabo y me llega hasta el cuello y el mentón.

Nos convulsionamos a la vez, envueltos en una oleada de goce que yo no he experimentado antes y que, sospecho, tiene que ver con todo lo que hemos estado haciendo hasta este momento.

Cuando al fin todo acaba, él me abraza con fuerza y permanece tumbado sobre mí, con los ojos cerrados. No hace por sacarse mi polla y yo no intento retirarla. Es una sensación extraña y agradable permanecer ahí, aún voluminosa, cuando todo acaba.

Mi respiración busca la normalidad, mientras una de mis manos acaricia su pelo.

Miro al techo, donde hay un sinfín de banderas tibetanas.

Entonces viene a mi cabeza lo que acaba de suceder.

Me acabo de follar a un tío.

Y me lo he pasado de puta madre.

Experimental 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora