Parte 2

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Hangar dos es el pretencioso nombre con el que llaman al aula más pequeña del centro. Una sala cuadrada y tapizada con una moqueta cruda que recibe la luz de las altas ventanas que rodean todo el espacio.

Acogedora a la vez que íntima.

Cuando accedo, solo está Beomgyu, que termina de prender las velas que ha diseminado por los rincones, sobre platillos de latón. Huele a incienso, y descubro un par de varitas que expelen unas perfumadas columnas de humo.

—He sido demasiado rápido —hago saber, porque solo estamos él y yo.

Beomgyu se incorpora y apaga la cerilla con un movimiento ágil.

—La primera sesión la tendremos los dos solos —dice, acercándose despacio, sin prisa, hacia mí, con aquella sonrisa encantadora—. Así nos iremos conociendo. En esta práctica es fundamental que sepamos conectar.

Yo también le sonrío, aunque soy consciente de que la mía resulta incómoda.

Sin más, Beomgyu se quita la camiseta y la arroja a un rincón. Me quedo mirando su torso moreno, donde cada músculo se marca bajo la piel de manera suave, poco pretenciosa. Me llama la atención la marcada línea inguinal, y el bajo vientre, donde anida una ligera vellosidad que parece suave y germina según se avanza hacia la línea de algodón blanco de la cinturilla del pantalón. Mis ojos van hacia sus pezones, de areolas pequeñas y oscuras, que coronan unos pectorales potentes y definidos. Y hacia sus hombros, rotundos y torneados, que dan paso a brazos fuertes, de bíceps poderosos y tríceps marcados.

Nada debajo de aquella camiseta holgada daba a entender que el cuerpo de Beomgyu fuera tan atlético.

—Te invito a que tú también te despojes de ella —me ofrece, y yo al fin puedo dejar de mirar su piel para mirarle los ojos—. Nuestro cuerpo es nuestro templo.

Trago saliva. La situación no deja de ser incómoda. Al final accedo. Si es necesario para que esto surta efecto, sea lo que sea que vayamos a hacer, lo mejor es proceder.

Me la saco y la tiro en el rincón opuesto a donde él la ha arrojado.

Beomgyu se me queda mirando, casi analizándome diría, sin el pudor que yo he mostrado cuando me he sorprendido con aquel cuerpo tan perfecto.

Observo sus ojos mientras recorren mis brazos, muy despacio, como si necesitara memorizarlos, se pasean por mi pecho y descienden hacia mi ombligo. Noto que se me riza la piel y temo que él también lo vea. Es extraño. Nunca antes me ha pasado nada así. Debe tratarse del aire acondicionado. A veces la temperatura baja demasiado.

Si sabe tantas cosas de mí, sabrá que entreno todas las mañanas, y que entreno duro. Por eso mis pectorales son fuertes y definidos, mis brazos marcados y rotundos, y mi vientre plano se ajusta en la cintura y las caderas.

—¿Podrás dejarte llevar? —me dice. Su mirada clavada en la mía.

—Todo esto es un poco raro.

—No vamos a hacer nada con lo que te sientas incómodo.

Al final asiento, aunque todo lo que hemos hecho hasta ahora, y acabo de llegar, me ha hecho sentir incómodo.

Beomgyu se aparta para poner música, un tema rítmico y suave de aires hindúes, y se sienta en el suelo enmoquetado con las piernas cruzadas. No dice nada. Solo cierra los ojos y permanece quieto, mientras su respiración se va suavizando.

Miro alrededor. En este momento me tomaría una cerveza. Pienso en si se dará cuenta si salgo por la puerta sin despedirme. Pero de inmediato me arrepiento. Eve se ha ido, Karina se cabreará cuando se entere, y yo necesito desconectar. A lo mejor todo este rollo sirve para algo.

Experimental 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora