Parte 3

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Toda la intimidad ha terminado de la misma manera que empezó.

Beomgyu se ha puesto la camiseta y ha comenzado a apagar velas, dándome tiempo para recobrarme.

—¿Estás bien? —me pregunta—. ¿Quieres que hablemos sobre lo que has sentido?

Al fin he conseguido ponerme de pie. La excitación ha cedido, pero el bulto dentro de estos pantalones sigue siendo evidente, cosas del tamaño.

También me cubro el pecho, como él, mientras intento averiguar si hay una intención oculta en sus preguntas.

—¿Qué ha pasado? —No tengo ni idea.

Él sonríe, y detiene su tarea, aunque se coloca a una distancia prudente de mí, con los brazos cruzados y su franca sonrisa clavada en el rostro.

—Te he ayudado a conectar contigo mismo.

—¿Esto es conectar?

Su sonrisa se amplía. Le ilumina el rostro. Ladea la cabeza y su ondulado cabello le cubre media cara.

—¿Qué has sentido? —me pregunta.

¿Le contesto qué se me ha puesto dura? Por supuesto que no. Pensará que soy un enfermo. Opto por una fórmula más convencional.

—Sería difícil de explicar.

Él asiente.

—Entonces es que lo has logrado. El Tantra a veces es así de inmediato, aunque hay practicantes que tardan años en alcanzar sus beneficios.

No sé lo que quiere decir. Lo resumiría en una cosa rara donde un tío me abraza y a mí se me pone como una maroma de barco.

—No estoy muy seguro de haberme percatado cuál ha sido la mecánica —expongo.

Él se descruza de brazos para cruzarlos de nuevo. Ahora es él quien parece incómodo. Seguramente no estará acostumbrado a tipos duros que no saben qué han sentido después de una de sus sesiones. ¿Si viniera Karina le haría lo mismo? ¿La abrazaría de la misma forma?

—Tampoco es importante —dice al fin—. Mi misión es encontrar el camino más rápido para que encuentres tu unidad.

Arrugo la frente, porque se me ha despertado una curiosidad.

—¿La próxima sesión será igual?

Él alza una ceja y me percato de lo guapo que es.

—¿Eso significa que has decidido volver?

Aquel descubrimiento vuelve a trastocarme. Me temo que se me han incendiado las mejillas, como a una colegial, y eso que yo fui capitán del equipo de rugby del colegio.

—Tengo que reconocerte, tío, que ha sido raro —sé que estoy más colorado que un coche de lujo—. Lo de las caricias, el abrazo, estar tan cerca.

Él no sonríe con lo que ha pretendido ser una gracia, y me mira con aquella serenidad centrada en su rostro.

—Puede ser desconcertante, es cierto.

Bajo la cabeza.

Es ahora el momento de decirlo.

—Y creo que me he excitado.

Cuando lo miro, él no ha cambiado la expresión.

—Has desbloqueado canales de energía que pueden llevar mucho tiempo erráticos —una mirada de complicidad—. Y has movilizado Svadhisthana.

—¿Svahdi... qué?

—Los nombres no son importantes —vuelve a sonreír—. Quédate con que has desbloqueado tu energía sexual. Pero simplemente por llevarlo a conceptos que nos hagan la ilusión de que lo comprendemos.

Asiento, aunque no tengo ni idea de qué significa todo aquello.

Permanecemos en silencio unos segundos. Él me mira, y yo observo las ventanas que se alzan cerca del techo.

—Y ahora... ¿qué? —pregunto.

Beomgyu da una palmada al aire.

—Date una buena ducha, y disfruta. Si al final decides volver, llámame. —Se dirige a la puerta. — La sesión ha terminado y es posible que necesiten ocupar esta sala.

—¿Las próximas las tendríamos tú y yo? —Me cuesta trabajo explicarme—. ¿A solas?

Él no capta el especial matiz que creo haberle dado.

—En principio no. Somos diez, paridad entre hombres y mujeres. Que las energías masculinas y femeninas estén equilibradas es muy favorable.

Permanece parado, junto a la puerta. Espera una respuesta para poder marcharse.

—De acuerdo —atino al fin—. Me lo pensaré y hablaré con recepción.

Beomgyu hace el gesto de unir las palmas de la mano a la altura del corazón y me deja solo. Permanezco allí unos instantes. No he entendido muy bien lo que me ha dicho, pero al parecer tenía un atasco en mi energía sexual.

Me extraña, porque ninguna de las chicas con las que he estado se han quejado nunca ni de la práctica ni de la frecuencia. Aunque quizá eso explique por qué se me ha puesto dura.

Me voy a las duchas y me descubro observando, por si Beomgyu está allí, pero solo hay un par de tipos que se quejan entre ellos de la jugarreta que nos ha hecho Eve.

Arrojo la camiseta y los pantalones al fondo de la taquilla, y cuando me voy a bajar los calzoncillos me doy cuenta de que hay una untuosa mancha de semen que, al separarlos, se alarga en un hilo transparente. De nuevo me quedo bloqueado. No solo me he puesto cafre al tener a Beomgyu entre mis brazos, sino que se me ha escapado una generosa cantidad de precum.

La energía sexual, me consuelo para que mi cabeza no llegue a conclusiones raras y, sin más, me voy a la ducha.

El agua caliente me reconforta, desentumeciendo mis músculos, y sobre todo estos malditos trapecios que me maltratan por tantas horas de ordenador. Mientras dejo que el calor descienda sobre mi piel, me viene a la cabeza la imagen de Beomgyu, de aquellos labios jugosos, ligeramente húmedos, que se abrían a escasos centímetros de mí.

Intento recordar su rostro, un óvalo perfecto, de ojos grandes y melados, medio oculto por aquel cabello ondulado que le cae a ambos lados.

Y el tacto de su piel. Cuando rememoro los ligeros pliegues que llevaban a su axila, mi polla reacciona. Trago saliva y me hecho una generosa porción de jabón en la mano. Cuando empiezo a masturbarme me doy cuenta de cuánto lo necesitaba.

Me la masajeo despacio, mientras con la otra mano me acaricio los testículos.

Logro sentir lo mismo de hace unos instantes, cuando nuestros vientres han estado juntos, pegados, piel contra piel. Ha sido una sensación deliciosa. La vellosidad ligera de Beomgyu frotándose con delicadeza contra mi abundante pilosidad rubia.

Acelero el movimiento de mi mano. El jabón lo está haciendo delicioso.

Contengo un suspiro, porque puede haber alguien en una ducha vecina.

Vuelvo a activar mi memoria. A intentar recordar más detalles. Él ha estado sentado entre mis piernas, lo que indica que nuestras pollas han debido de estar en contacto. El corazón se me acelera y una luz enciende mi mente. Sí. Ahí está mi dureza contra la suya. Lo noté cuando él se recolocó y yo lo así aún más contra mí. Fue solo un instante, pero se produjo el frote, el contacto a través de dos delgados trozos de algodón mientras sus manos me acariciaban la espalda y yo aspiraba el aroma de su cuerpo en el hueco de su clavícula.

Apenas puedo contener el gemido cuando el chorro de lefa impacta contra la pared de mármol negro en oleadas espasmódicas. Me retuerzo contra mí mismo mientras el placer atraviesa mi cuerpo y se vacía poco a poco. Ha sido un orgasmo portentoso. De esos que se recuerdan.

Me apoyo en el antebrazo, sobre la pared, para intentar recuperarme, mientras el agua caliente sigue cayendo sobre mi espalda.

Y entonces me doy cuenta de una cosa: que, efectivamente, la cercanía de Beomgyu me ha excitado, aunque se debiera a esa mierda de la energía sexual atascada, pero que él la tenía tan dura como yo.

Experimental 《Yeongyu》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora