Parte 5

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—Claro que me acuerdo —exclama Beomgyu al otro lado del teléfono.

El corazón me palpita, acelerado. Tengo la sensación de que estoy haciendo algo reprobable, cuando lo único que pretendo es concertar una clase.

—He estado dándole vueltas —digo, aunque mi voz suena dubitativa—, y me gustaría seguir trabajando contigo.

¡Mierda! Qué mal ha sonado eso.

—Serás bienvenido al grupo. Creo que hay mucho potencial en ti.

Ahora viene la parte delicada.

—Verás —dudo de nuevo—, no estoy muy seguro de que me sienta cómodo con tanta gente como me hablaste. Prefiero... bueno, ya sabes... clases particulares. El dinero no es un problema.

Hay unos segundos de silencio al otro lado, donde solo se escucha el crujido magnético de la línea. Por algún motivo aguanto la respiración, aunque solo me doy cuenta cuando escucho de nuevo su voz y el aire sale de mis pulmones.

—En el centro no es posible. Todas las aulas están completas.

Es como si me acabaran de echar un jarro de agua fría. Voy a contestar cuando él continúa.

—Pero puedes venir a mi estudio. Es algo que hacemos a menudo.

Me entra un cosquilleo en el estómago.

—¿Y cuándo podemos empezar?

De nuevo el silencio.

—Yeonjun —su voz parece cuidadosa—, esta práctica tiene muchos niveles. No sé muy bien en cuál de ellos deseas pararte.

¿Me está insinuando algo? ¿Advirtiendo? La idea de que la última vez que me he follado a mi novia quien ocupaba mi cabeza en el mejor momento era el tipo que está al otro lado del teléfono, no sale de mi cabeza.

Contesto de la forma que menos me compromete.

—¿Tú qué me recomiendas?

Sí, se lo piensa antes de hablar.

—En Tantra, un maestro debe aplicar a cada buscador el camino que le lleve de manera más rápida y eficaz a encontrar su unidad. Yo no soy un maestro, solo un tipo que practica Tantra e intenta expandirlo —debe haber sonreído, porque su voz se vuelve más cálida—. En tu caso, siendo tan receptivo, daría un paso más.

Trago saliva. No sé lo que significa y podría decir que no me importa, pero otro cosquilleo me ha recorrido la espalda.

—Me pongo en tus manos —contesto.

La conversación se hace formal. Me dice el precio, la dirección, y me explica que el centro se llevará una comisión, para que todo quede claro.

Quedamos esta misma tarde, a las seis.

Hasta ese momento el día pasa rápido. En la oficina el trabajo se acumula y los inversores se ponen nerviosos. Karina me llama para decirme que no sé qué amiga le ha recomendado a no sé qué profesor de yoga.

Parece entusiasmada, pero apenas le prestó atención. Quedamos en que hoy no nos veremos y en cuanto termino la jornada cierro el ordenador y me largo a casa. Voy con el tiempo justo, aunque me demoro más de la cuenta en la ducha, teniendo especial cuidado en cada recodo de mi cuerpo.

Pantalones holgados, una camiseta negra y el macuto. A la hora justo estoy en el estudio de Beomgyu.

Se encuentra en un barrio alternativo de la ciudad, donde antes había naves industriales que ahora son estudios de artistas. Es un espacio amplio, de paredes dejadas y el suelo original de madera muy vieja. Alfombras por todos lados, cojines, algunos tapices hindúes en las paredes. Velas e incienso. Suena una música parecida a la del otro día, una música que me gusta.

—Casi todos se pierden la primera vez que viene hasta aquí —me dice cuando aparezco.

Lleva el cabello recogido en una coleta, pantalones jogging negros y camiseta de tirantes del mismo color que la mía. Está guapo a rabiar.

—No sabía si traer una esterilla —me disculpo—. No quería molestarte otra vez para preguntarlo.

Sonríe, se da la vuelta y me indica un rincón donde dejar el macuto.

El espacio tiene un encanto que destila magia. Quizá los desconchones de las paredes, o los ventanales de hierro, que le dan un aire antiguo y cálido. El techo es muy alto, forjado, cubierto por grandes placas de cemento.

—He estado dándole vueltas a cómo proceder contigo.

Yo asiento y cambio el peso de un pie al otro, síntoma de que sigo nervioso.

—El otro día noté que tu cuerpo es muy receptivo y que el contacto te ayudó a desbloquear la energía. Había pensado que trabajemos en esa línea.

Me encojo de hombros.

—Me parece bien.

—¿Sería muy incómodo para ti que lo hiciéramos desnudos?

Parpadeo, y me miro. Como si necesitara reconocerme.

—Supongo que no —contesto—. Esto es completamente... —busco la palabra—, normal, ¿no?

—Tenemos infinitos caminos que explorar, pero mi obligación es conducirte por el que te acerque más a ti mismo.

Trago saliva. ¿Y si me excito de nuevo? ¿Y si se me pone dura? ¿Y si le mancho el vientre de precum? Pero me convenzo de que no tiene por qué pasar lo mismo, y que esta vez es muy posible que solo hagamos... ejercicios.

Por toda respuesta me quito la camiseta y, con la ayuda de cada pie, me intento sacar las deportivas.

Él sonríe, y sigue mi ejemplo.

La forma que tiene de descubrir su pecho tiene algo de sensual. Lo hace despacio, como si pretendiera seguir una secuencia de lo que va a exponer.

Cuando se saca la camiseta, un mechón de cabello se le escapa de la coleta y le cae sobre el rostro. Me mira y sonríe.

Yo tengo problemas con el segundo zapato, pero él va descalzo. Sin ninguna preocupación se quita los pantalones y los deja sobre un banco, de cualquier manera.

Yo me detengo, casi sin darme cuenta, y me quedo mirando aquel cuerpo moreno y hermoso. Como había supuesto, el delicado vello de su vientre se puebla al llegar a la ingle. Tiene unos glúteos redondos y fuertes, donde no hay marca alguna de bañador, tostados por igual a lo largo de sus largas y musculosas piernas.

Trago saliva porque me he quedado mirándole la polla. No está circuncidado, aunque el glande asoma ligeramente por el prepucio. Es grande, densa, surcada por venas nudosas, que me recuerdan a las que tiene en las manos y los brazos. Está relajada sobre unos testículos que cuelgan, uno más que otro, tan morenos como todo en él.

Aparto la vista y al fin consigo sacarme la zapatilla, aunque estoy a punto de perder el equilibrio.

Casi a manotazos me quito los pantalones, que tiro sobre los suyos, lo que hace que me ruborice.

Allí, desnudo, permanezco quieto, con las manos a los lados, aunque mi primera intención ha sido taparme las ingles con ellas.

Beomgyu me mira, como la otra vez. Sus ojos recorren la piel blanca de mi pecho, salpicada de vellos muy rubios, como todo en mí. Bajan por el vientre y se quedan unos instantes sobre mi polla. Contengo el aliento. Soy un tipo dotado. Lo sé y me gusta. El vello rubio que la corona la hace especial: una buena porción de carne terminada en un glande abultado y libre de piel.

—¿Empezamos? —dice al fin, y se lame los labios.

Yo asiento, bajando la cabeza, y, cuando se da la vuelta, me quedo mirando ese precioso culo y la ligera oscuridad que se vislumbra entre las nalgas.


Experimental 《Yeongyu》Where stories live. Discover now