Parte 4

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*Alerta: Este capítulo tiene escenas de s**o hetero, si gustas saltártelo, bien, es el único capítulo así, solo deja ti voto XD

—¿Cómo que esa tal Eve, de la que no has dejado de hablar en meses, se ha ido?

Karina tiene las manos en la cintura y me mira con la frente muy fruncida.

—Me he enterado cuando he querido inscribirte a sus clases —me excuso—. De verdad que lo siento. Más que nada en el mundo.

Llevamos juntos cerca de un año. Ella trabaja en el banco «enemigo», en un puesto similar al mío. Nos conocimos en un congreso de Banca, mientras ambos nos largábamos de la última ponencia para tomar algo en el bar del hotel. Congeniamos al instante. Esa noche durmió en mi habitación.

Bueno... corrijo: esa noche ninguno de los dos pegó ojos, pero estuvimos juntos en la cama de mi habitación.

—Yeonjun... ¿y qué hago ahora? Esta misma mañana me he despedido de mi maestro porque has sido tú quien me ha convencido de que esa Eve es milagrosa.

Tiene razón. Es culpa mía.

—¿Y por qué no lo llamas y le dices que ha sido un error?

—¿A Salim? —alza las cejas—. Tiene una lista de espera de años. Antes de haberme marchado ya tenía ocupada mi hora de los martes.

Me siento fatal. Y todo por culpa de la recepcionista. Y de Eve. ¿Por qué no me han avisado con, al menos, quince días de antelación?

—Sabré recompensarte —le susurro, acercándome hasta ella y cogiéndola entre mis brazos.

—Esto es muy serio —se intenta escabullir—. El yoga es mi vida. No soportaría mi jodido trabajo si no fuera por la recompensa que supone conectar conmigo misma una vez en semana.

Fue Karina quien me recomendó que lo practicara, a pesar de mi escepticismo. Tardé en hacerle caso, pero al fin claudiqué. Soy un tío práctico, o al menos eso pensaba de mí antes de la primera clase. Su Salim, por supuesto, me apuntó en esa larguísima lista de espera, hasta que encontré a Eve a través de una compañera de trabajo.

—¿Has pensado en el vinyasa? Dicen que es espectacular.

Ella suspira y se recuesta sobre mi hombro.

—Estoy jodida —resopla—. Si no me gustaras tanto me mosquearía mucho contigo —se aparta para mirarme a los ojos—. ¿Y qué harás tú? Decías que Eve te había cambiado la vida. Casi tenía celos de ella.

Estoy a punto de decirle lo de Beomgyu, pero algo me detiene.

Intento encontrar una explicación a mi comportamiento, nosotros nos lo contamos todo, o casi todo. Quizá tenga que ver con que no quiero que le haga a Karina lo mismo que me ha hecho a mí. O quizá...

—Ya se me ocurrirá algo —concluyo—. La oferta del centro es amplia. Será cuestión de probar hasta encontrar algo que me funcione.

La proximidad de Karina, acurrucada entre mis brazos, muy pegada a mí, hace que me estremezca. Su olor tan fresco siempre me ha gustado. Creo que fue lo que me atrajo de ella en aquel bar de hotel, incluso antes de levantar la cabeza y enfrentarme con aquella hembra morena, guapa y excitante.

Hundo la cabeza en su cuello y paso la lengua.

—No sé si eso será suficiente —dice tras un gemido.

Su forma de provocarme me pone berraco.

La tomo por la cintura y me le echo al hombro. Ella ríe a carcajadas, y patalea, y eso me excita más. La arrojo sobre el sofá un tanto cromañón, aunque tengo cuidado de que no se haga dañó.

Con el forcejeo se le ha abierto la camisa, y el negro sujetador de encaje asoma por el filo. Yo la miro a los ojos. Negros, calientes y dispuestos, que me observan con el mismo deseo que yo siento por ella.

Cuando me pongo de rodillas suelta un gritito, porque sabe lo que me voy a comer. Le abro las rodillas. Ella forcejea entre risas, pero se deja hacer.

Mi mano avanza, despacio y firme, subiendo por sus muslos bajo la estrecha falda, reconociendo cada centímetro conquistado. Me detengo en el borde de sus braguitas, porque previamente necesito lanzarme un instante a su boca. Sus labios me recogen, jugosos. Nuestras lenguas se mezclan, se pelean, me muerde y a mí se me escapa un gemido.

Consigo apartarme, aunque me quedaría ahí una eternidad, pero mi objetivo es otro y debo reconducir mi acción.

Vuelvo a sus braguitas, hasta meter los dedos en el ligero pliegue de la cintura, por debajo de la falda que la tiene tan subida que casi no existe.

Ella alza las caderas para facilitarme la misión: es una conquista consentida.

Con la misma lentitud, se las voy bajando, mientras mis pulgares trazan círculos en su piel, hasta rozar levemente la deliciosa protuberancia de su vulva.

Antes de arrojarlas, las huelo. Me vuelve loco este aroma a hembra, a picante y especies con algo marino. Sé que también le excita, verme haciendo aquello, porque es una antesala de lo que voy a hacer con ella misma

Karina abre ligeramente las piernas, lo justo para que yo vea lo que quiere enseñarme. Y yo no aguanto más. Sin preámbulos llevo allí mi rostro.

Primero impacto con mis labios cerrados, usando mi nariz y mis pómulos para restregarme. Para empaparme de aquel aroma a coño que tanta hambre me da.

Cuando ella arquea la espalda, al fin uso mis dedos para abrirlo, para dejar al descubierto el rosado interior, bordeado apenas por una ordenada hilera de deliciosos vellos. Lo miro un instante antes de lanzarme, y al fin mi lengua plana impacta sobre los labios jugosos, insistiendo para entrar, para absorber la humedad lechosa que expele.

Karina gime y se retuerce, cuando asciendo hasta el clítoris. Está duro y excitado, lo justo para que reaccione al avance de mi lengua, a los suaves mordiscos de mis labios y a toda la humedad que soy capaz de aportarle.

Disfruto del festín tanto como ella. Y solo cuando sé que está bien lubricado, abandono ese fuerte para conquistarlo de otra manera.

A manotazos me bajo los pantalones, a manotazos los calzoncillos, y me agarro la polla para llevarla justo a esa apertura, no sin antes escupirme en la mano para que la acometida sea suave.

Ella me toma por el cuello para que la bese y yo no me resisto. Tanteo hasta encontrar lo que busco, y una vez posicionado, arremeto como un ariete contra la muralla de una ciudad a conquistar, muy despacio, rompiendo las escasas resistencias, hasta colarme dentro.

Sé lo que le gusta y se lo voy a dar.

Me incorporo sin sacársela, para ser yo quien se siente y dejarla a horcajadas. Soy fuerte. Mucho. Puedo hacerlo sin dificultad. Que me la folle contra la pared, empotrada contra el muro, le encanta.

Yo ya he hecho mi parte y ahora le toca a ella.

Karina se mueve como una gacela y su cintura parece diseñada para dar placer. La forma que tiene de penetrarse con mi polla es impresionante. Es capaz de metérsela y sacársela tan rápido como de tardar una eternidad en dejarla libre para engullirla de golpe en una rápida bajada.

No sé cuánto tiempo jugamos.

El sexo es delicioso con ella.

Se corre un par de veces antes de que yo decida terminar.

Lo hago sujetándola fuerte, para que no se mueva, mientras yo la penetro a fondo, agarrada por la cintura, con la longitud de mi verga clavada muy a dentro.

Me corro con un gemido que se me hiela en los labios cuando me doy cuenta de que, en los últimos minutos, cuando la pasión por el cuerpo de Karina ha sido más intensa, mi cabeza estaba llena de una sola imagen, y esa imagen era Beomgyu.

Experimental 《Yeongyu》Where stories live. Discover now