I. La boda

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Padre, Herrero, Guerrero.
Madre, dama, anciana, extraño.
Yo soy de él y él es mío.
Desde este y hasta el último de mis días.

Desde este y hasta el último de mis días

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(Lucerys con su traje de bodas © @neki.snape )

Había sentido los hombros pequeños de Lucerys tensarse bajo sus manos cuando lo cubrió con su manto. Notó cómo sus rodillas se doblaban ligeramente bajo el peso de la tela gruesa y pesada. El bordado de los dragones bajaba por su espalda, tela verde cubriendo por completo el traje negro de su ahora joven marido. Un marido que no había despegado la mirada del altar desde que Daemon se lo había entregado en ausencia de Laenor.

Le ofreció nuevamente su brazo y Lucerys apenas y apretó la tela de su manga. ¿Era su impresión o estaba totalmente helado? Quizá no habían estado tan cerca desde el incidente que le había arrebatado el ojo. El bastardo lo evitaba como a la plaga, oculto entre las faldas de su madre, acobardado por el peso de su crimen y de la amenaza de que Aemond pediría justicia.

"Un ojo por un ojo"... supuso que su madre había olvidado ya la ofensa. Pudo verla de reojo, junto a Rhaenyra. Había sonrisas en su rostro, como si estuvieran aliviadas y hasta satisfechas con sus decisiones. Ambas habían complotado en secreto, a espaldas de Viserys, de Otto. No había manera de oponerse pues lo habían anunciado cuando ya estaba prácticamente hecho.

Rhenyra le había confesado en secreto a Alicent la naturaleza de sus primogénitos. Jacaerys, un alfa. Y Lucerys...

Se miraron frente a frente.

Los ojos castaños subieron desde el suelo hasta el rostro de su tío. Quiso hacer todo lo posible por no mirar la cicatriz que se asomaba debajo del parche pero era imposible. La piel rosácea y tirante que hundía la mejilla pálida, interrumpiendo lo que hubiera sido un rostro simétrico y atractivo. Todavía recordaba la sensación de hundir la daga, el sonido desagradable que había hecho y el grito de Aemond. Un grito que no lo dejó dormir por noches enteras... Reemplazado solamente por la sombra del acecho. Lucerys no se sentía seguro ni siquiera en Dragonstone. A veces sentía que, al dar la vuelta en cualquier pasillo, Aemond saldría para arrancarle el ojo y comérselo o... Alguna otra barbaridad. Lo creía capaz. Incluso Jace lo asustaba con eso.

Tragó saliva y entonces se encontró con la mirada incompleta de un ojo azul que parecía querer atravesarlo.

Su mentón temblaba, intentando contener las lágrimas.

Aemond sostuvo su rostro entre sus manos. Se sentía pequeño y suave. Lucerys tenía aún esa redondez infantil en las mejillas que no sabía si alguna vez podría irse del todo. Vio cómo sus ojos oscuros brillaban y pensó que no podía existir un color más soso que ese. Apagado y sucio, como las tablas del suelo, como la piel de los plebeyos apestosos y ebrios... Las puntas de sus dedos sintieron algunos mechones castaños. Rizos color caoba. Un distintivo de la casa Strong. Sonrió para sus adentros. Irónicamente pensó que podría arreglar los problemas del bastardo al engendrar hijos con verdadera sangre Targaryen. Sus descendientes tendrían todos el cabello platinado y los ojos claros como él, como su padre. Limpiaría de su sangre y su apellido cualquier sucio rastro de Harwin Strong.

La sangre del dragónМесто, где живут истории. Откройте их для себя