V. El Heredero (pt. 2)

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La piel pálida de Aegon brillaba al reflejar el brillo de las velas. Aún estaba bastante mojado por el agua de la tina, pero nunca les había importado ser o no desordenados al momento de la intimidad.

Jacaerys recogió con la lengua algunas gotas de agua del cuello de Aegon y confirmó que simplemente no había mejor aroma ni mejor sabor que el de su omega. Su amado príncipe heredero. Sus manos subieron por su cintura y su cadera hasta llegar a las costillas del Targaryen, que se retorció un poco por las cosquillas que los dedos rugosos de Jacaerys le causaban.

El castaño guió los pasos de Aegon hasta que ambos subieron a la cama. No era la suya, claramente, pero eso solamente le daba más ganas al alfa de hacer un desastre. Lucerys podría perdonarlo y seguramente su madre también.

Aegon se sentó sobre sus piernas y quitó del camino la camisa de Jacaerys. De todos modos ya estaba húmeda. Ansiaba sentir su piel cálida. Adoraba el color que tenía. Le recordaba tanto a la arena dorada de Dorne y le transmitía una sensación de calor y resguardo que lo hacían dormir profundamente por las noches.
Acarició las mejillas de su alfa y dedicó unos segundos a ver sus ojos oscuros... que cuando el sol los iluminaba, se revelaba su verdadero color: un marrón rojizo que era la ventana directa al alma de Jacaerys. Si alguna vez había visto una mirada intensa y sincera... esa sería la de Jace.

Volvieron a unir sus labios una vez más hasta que pudo probar la lengua del castaño. Su sabor era el mismo de siempre: carbón y lino almidonado, con un toque apenas perceptible de especias. No era abrumador ni apabullante. Era justo el aroma que necesitaba para relajarse, para recuperarse de una larga resaca o para encontrar el camino a casa.

- Issa gēlenka hūra... Mi luna de plata... - Jacaerys murmuró sobre sus labios ese apodo que solo le repetía en la intimidad y que lo dejaba sin aliento. ¿Cómo había podido dudar de su amor...? ¿Cómo había pensado que lo odiaba o que sentía asco?

- Te sentía lejos de mí... - Aegon susurró. Las manos de Jacaerys estaban sobre su espalda baja y luego siguieron el camino a sus muslos - Pensé que ya no querías estar más conmigo... por no poder darte un heredero...

Su esposo apartó algunos mechones plateados y húmedos de su rostro con delicadeza. Le hizo una caricia en la mejilla y sonrió.

- Quería darte tu espacio... creí que te sentías presionado por mí... pero no puede haber nada más lejos de la realidad, Aegon. - nuevamente lo besó en los labios - Si acaso, no puedo mantenerme. Tocarte, besarte abrazarte... Sentía que me moría cada segundo que pasaba lejos de ti. Soy un estúpido. Un estúpido lujurioso... ¿Aún así me amas...?

Aegon se rió e inició otro beso. Ya no había más palabras que pudiera decir. El corazón se aceleraba en su pecho y su excitación quedaba evidenciada por la humedad entre sus piernas.
Pronto se frotaba sobre Jace, humedeciendo todavía más sus pantalones pero deseando estimular el bulto de su erección. Sabía que eso le gustaba. Le gustaba cuando se daba placer usando su cuerpo.

Jacaerys era un amante entregado. Prefería dar placer y él recibía el suyo cuando Aegon disfrutaba. Le gustaba escucharlo, verlo y probarlo. Era insaciable y él, mientras pudiera, le daría lo que pedía.
Los dedos de Aegon se enredaban en su cabello y lo despeinaban. Oía los suspiros de su amante y conocía perfectamente los tonos e inflexiones de su voz.

Se levantó de la cama con Aegon en sus brazos para después recostarlo sobre el colchón. Iba a aprovechar la desnudez de su cuerpo.

Sus besos bajaron por su cuello y su mandíbula. Repasaron las marcas en sus clavículas y las refrescó con cuidado y deseo. Bajó por su pecho, prestando su debida atención a los pezones de Aegon hasta que lo escuchó gemir y continuó hasta su vientre. Levantó la mirada y los irises violetas de su omega lo miraban. Jacaerys le sonrió.

La sangre del dragónWhere stories live. Discover now