Capítulo 8

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El entrenamiento |
— Mónica —

A veces no entiendo a los directivos, de primero dijeron que no habrá entrenamiento para ningún equipo, ahora resulta que los del equipo de béisbol si lo tendrán, no en la Universidad, sino en las canchas del pueblo, exactamente a las 7 p.m. Una hora perfecta para entrenar, según el entrenador.

Nuestro uniforme deportivo era de color gris y blanco, el de "competencias" eran negro y blanco. Demasiado hermosos. Les mandé mensaje a los chicos, querían pasar por mí, pero mejor les dije que los vería en las canchas, ya que yo ya iba un poco retrasada, me quedé viendo por dos horas vídeos de como jugar, tengo una memoria muy buena, eso me hace aprender demasiado rápido.

—Tienes suerte —Liz me extiende una botella de agua —el entrenador llega en dos minutos.

Todos venían con los mejores ánimos del mundo.

—Debo de suponer que los nuevos ya saben de beisbol —no se veía para nada feliz.

—Si —miento.

—Muy bien, les acabo de mandar un correo, en él les dirá que posición les tocará.

Genial, me tocó ser bateadora diestra.

—¿Será permanentemente o solo por un tiempo? —pregunta un compañero.

—Será su posición hasta que se gradúen de la Universidad... Si es que gradúan —hace caras despreciando a cualquiera que lo mire—. Acomódense, en diez minutos empezamos.

—Mira quienes viene allá.

Todos los jugadores de americano venían, traían sus bolsas de entretenimiento. El entrenador no parecía sorprendido al verlos, más bien parecía irritado con su repentina presencia.

—¿Se les ofrece algo?

—Si —responde, James —se supone que nosotros entrenaríamos aquí.

—Tal vez se equivocaron de hora.

—No —interviene el imbécil de nombre, Donovan—. El coordinador nos dio esta hora específicamente, los que se equivocaron de hora son ustedes, no nosotros.

—Iré a hablar con él, no hagan ninguna tontería mientras no estoy.

¿Qué necesidad de irse y dejarnos con estos? Aunque supongo que fue hasta su casa, algunos de los profesores vivían aquí, otros eran de las afueras del pueblo.

—Hay que calentar—. Félix sacó su guante del bolsillo.

—No —lo interrumpe un chico, cuyo nombre e identidad desconozco —ustedes se van y nosotros nos quedamos.

Todo el equipo de americano lo apoyó.

—Ya les dijimos que no —respondo, segura de mis palabras —ustedes no son los dueños de estas canchas.

Si se ponen de agresivos (porque así siempre son los de americano), no dudaré en usar mi bate de metal para darles en los huevos. Primero empezando por el neandertal de Donovan.

–Les vamos a dar un minuto, si no lo hacen, tendrán que atenerse a las condiciones.

—No les tenemos miedo.

Sombra de Lágrimas (Nueva Versión) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora