TREINTA Y UNO

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El joven se tumbó en la arena. Maela se lanzó sobre él y presionó sus manos con fuerza contra la herida. Pero no había nada que hacer. Sangre brotaba a montones del agujero de su pecho. La lanza lo había atravesado de lado a lado.

─ ¡Aguanta, Jace, te llevaré con el Maestre Gerardys!

Maela intentó ponerlo de pie, pero Jace la sujetó del brazo y sacudió levemente la cabeza.

─ No, Maela ─le dijo, con sus últimas fuerzas.

─ Jace, por favor.

Las lágrimas la atacaron de lleno, y comenzó a sollozar. Su hermano tomó su mano y la apretó apenas.

─ Está bien.

Pero no lo estaba.

Sangre comenzó a surgir de su boca también. Maela se asustó. Intentó volver a levantarlo. Lo cargaría a lomos de Veraxes y lo llevaría a Rocadragón. El Maestre Gerardys podría salvarlo. Eso pensaba ella. Pero los ojos de Jacaerys iban perdiendo de a poco su brillo y la sangre que salía de su boca se escurría por su cuello y manchaba su ropa.

Ella tomó su rostro entre sus manos temblorosas. Miró a su hermano con una pena terrible. Jacaerys parecía no estar sufriendo, a pesar de la lenta agonía. Recobró el aire y con su último aliento, exclamó sus últimas palabras.

Perzys ānogār.

Luego sus ojos se quedaron mirando perdidos a un punto fijo. Sin vida. Muertos.

Maela soltó un grito tan desolador que logró oírse desde las costas de Mercaderiva hasta la isla de Rocadragón. Veraxes rugió, capaz de sentir el mismo dolor que afligía a su jinete. La joven terminó desplomada sobre el cuerpo sin vida de su hermano, llorando desconsoladamente. Su cuerpo temblaba ante el llanto. Sentía un gran vacío en su interior. Había perdido a su abuelo y a su hermano en el mismo día. Lo poco que le quedaba. Lo único que le importaba. Ya no los tenía con ella. Se aferraría a ese momento por el resto de su vida.

Tal enfrascada en ese momento estaba Maela, que no sintió cuando Aemond y Adamm aterrizaron cerca y corrieron hacia ella desesperados. Aemond se arrodilló junto a su esposa y la rodeó con sus brazos. Tiró de ella para que soltara el cuerpo de su hermano. La joven se resistió, pero ya no le quedaban fuerzas. Dejó que su esposo la acunara entre sus brazos. Se permitió llorar con él. Adamm, por su parte, se agachó a un lado de Jacaerys y cerró sus ojos, permitiendole descansar en paz.

─ Llevaremos su cuerpo de regreso a Rocadragón ─anunció Aemond, acariciando el cabello de Maela. Ella asintió contra su pecho.

─ Lo siento mucho, princesa ─Adamm lamentaba la muerte del príncipe. Habían compartido grandes momentos desde que la guerra se desató. Lo que sabía de dragones e historia se lo debía a él.

─ Mae, debemos irnos.

Aemond se puso de pie, arrastrandola con él. Maela despegó su cabeza de su pecho y dio una mirada a su esposo. Él secó sus lágrimas con sus pulgares.

─ Ayúdame a llevarlo con mi madre ─su voz sonaba quebrada, a pesar de que intentaba con todas sus fuerzas mantener la compostura. Aemond asintió.

Maela voló a lomos de Veraxes sola, seguida de Adamm y Bruma. Mientras que Aemond cargó el cuerpo de su sobrino en la montura de Vhagar y lo sujetó con fuerza hasta llegar a la isla. Aterrizaron cerca del castillo. Dos guardias estaban allí, escoltando a la reina, quien había salido del castillo apenas le avisaron que tres dragones se acercaban. Rhaenyra supo que algo no estaba bien cuando no reconoció a Vermax entre esos dragones. Y confirmó sus sospechas cuando Maela corrió hacia ella, conteniendo sus lágrimas.

Traicion de Sangre || HOTDWhere stories live. Discover now