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Si los entrenamientos de la nación del fuego son crueles y duros. Los castigos lo son aún más. Muchas veces vi a jóvenes salir de ellos con heridas tan fuertes y profundas que pasaban semanas en las enfermerías, otros entraban en un estado catatónico semi permanente.

Mientras todos los chicos se miraban entre ellos y me miraban a mí, yo no podía dejar de ver la corriente de sangre que se esparcía por el piso y bajaba con abrumadora velocidad a mis pies.

En esos instantes mi cerebro era como un tanque de guerra a todo vapor. Pensé en huir, pensé en ocultarme, pensé en enterrarme un cuchillo y acabar con todo, pensé y pensé, pero los guardias fueron más rápidos, o bueno, inoportunos.

Como la hora de dormir no era una sugerencia, sino una orden, los guardias fueron advertidos de que algo andaba mal por todo el ruido en nuestro barracón, mientras avanzaban por el campamento desde sus cabañas de vigilancia, se dio mi altercado con el chico gordo. Lo que dejo a 4 guardias molestos y preparados para acallar una fiestecita, completamente helados y atónitos frente a nuestra puerta. Viendo al cadáver en el piso y a 14 chicos señalar a una sola persona, a mí.

Ya pasaron unos días, como lo imaginé, uno de los dos guardias que llegaron con el nuevo alcaide es un perfecto maldito, logró encontrar mis antiguas páginas y estuvo a punto de quemarlas, fue gracias a la nueva guardia que esto no pasó. Ella abogó que como no saldría nunca, no hacia daño que tuviera un pasatiempo en mis horas libres.

Me parece increíble que alguien con un corazón tan amable sirva en un lugar así. Es en efecto amable, después de salvar lo que llevaba, se aseguró de conseguirme tinta y papel real, además de unas pequeñas velas de contrabando que amablemente me enciende cuando todas las luces de la prisión son apagadas.

Si tan solo pudiera creer que lo hace por un buen corazón y no por un sentimiento de culpa, pero simplemente no puedo confiar en un maestro fuego.

Esa lección la aprendí luego de que los 4 guardias me arrinconaran y con sus llamas en las manos me sometieran de la forma más brutal. No busco generar simpatía, puesto que acababa de matar a alguien, pero era un niño de 12 años sin presentar resistencia, en verdad no era necesaria tanta fuerza.

Una vez sometido, me arrastraron medio muerto a una celda, oficialmente la segunda celda en la que mi propia nación me encerraba. Mi cara era una papaya magullada, me tiraron 2 muelas y me mordí la lengua 3 veces, sumado a mis cuerdas atrofiadas, el hablar se volvió mil veces más una actividad limitada. Debí pasar encerrado unas 3 noches, porque para cuando abrieron la puerta y me dejaron ver la luz, uno de los guardias ya tenía una poblada barba en las mejillas, símbolo de que mi acto había causado un cambio en las actividades del campamento.

Mientras me hacían caminar por el campo, con un par de esposas en las manos y un palo atravesado en mis brazos, pude ver que los 15 chicos de mi unidad colgaban de palos por las muñecas, los habían castigado e interrogado a todos. Incluso al pequeño que recién había llegado. Gracias a esas entrevistas la versión de los hechos fue confirmada de acuerdo a:

El chico gordo había comenzado las burlas, todos jugaban y reían, luego yo no había resistido e inicie una pelea, lo que acabó con el chico usando su fuerza para arrojarme 3 metros hacia atrás y conmigo lanzándole una estaca de 10 centímetros directo a su ojo.

Cuando llegamos al centro de mando del campamento, los guardias me quitaron el palo y las esposas y me sentaron en una silla frente a un ventanal que daba hacia el bosque. Entre el ventanal y yo, había un hombre alto, fornido pero no exageradamente musculoso. Usaba un traje negro con cintas, grebas, espinilleras y otros aditamentos en rojo oscuro; como me daba la espalda, podía ver su carcaj con exactamente 30 flechas y su arco, una preciosa herramienta de metro y medio de madera oscura talada de los mejores bosques del reino tierra y un cordal extraído del pelo de un caballo-avestruz.

El diario de LongshotWhere stories live. Discover now