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El secreto para el control de los elementos, es la repetición, un maestro agua no nace con la capacidad de controlar el océano, lo logra porque repite y repite la técnica hasta lograrlo, pero lo más importante, se repite y se repite que puede lograrlo.

Mi primera semana con los arqueros Yuyan, nos acondicionaron para repetir y repetir y repetirnos y repetirnos una y otra vez que podíamos y que debíamos.

Empezamos siendo 50, cada uno de esos 49 chicos era diez veces mejor que yo con sus arcos, uno de ellos incluso llegó en un elegante carruaje y con un carcaj y flechas nuevas. Todos eran mayores y todos se veían muy seguros.

La primera noche dormimos en una barrica con literas de madera de 4 niveles, el lugar se saturaba de olores pestilentes y yo no logré dormir ni un minuto. La campana sonó a las 5 de la mañana y cuando dejó de sonar, 3 arqueros nivel 3 entraron a la barrica y nos empaparon de agua.

—Ya deberían estar afuera —. Gritaron dejando las cubetas en la entrada.

Lógicamente todos salimos furiosos para pedir una explicación. Ese fue el peor error, afuera nevaba y la nieve nos cubría los pies, la mayoría íbamos descalzos.

—El día de hoy — oímos gritar a un hombre desde la sima de la torre—. El día de hoy van a recibir su primera lección, anticipación y previsión. Cada uno de ustedes tiene la oportunidad de ganar esto —. Alzando el brazo que ocultaba tras su espalda, nos mostró un abrigo de piel de camello-drilo—. Para lograrlo deberán llegar a las puertas de la torre, comiencen.

Nos quedamos congelados como idiotas, sin habernos dado cuenta, habían cerrado las puertas del dormitorio, no teníamos armas, ropa o los sentidos preparados para hacer nada, fue entonces que aparecieron los demás arqueros.

—Veo, veo — canturreó uno de ellos —, veo, veo palomitas en el cielo.

—Veo, veo —, respondió otro —, muchos muertos en el suelo.

Acto seguido, alzaron sus arcos y comenzaron a dispararnos. La punta de hierro forjado atravesó al chico junto a mi directo en su hombro, el pobre cayó como costal de alimento, pintando la nieve con su sangre.

—¡Están usando flechas reales! —exclamó el que había llegado en carruaje— ¡No pueden hacer es...! —. Una flecha le atravesó la lengua y el labio inferior y se clavó en el piso. Me tomó un rato darme cuenta, que era una de sus flechas.

«Todo es una prueba, pero si quieres obtener la respuesta, debes tener los ojos abiertos» recordaba las palabras de Keizan mientras los chicos que aún no les disparaban corrían despavoridos como gallinas-cerdo enloquecidas.

—Debo prestar atención—. Me dije en voz alta.

Como pude, corrí hasta el muro más próximo, al ser de metal era imposible escalarlo sin algún pincho o espada como apoyo. En el piso había una serie de túneles que pasaban por debajo, pero con la nieve era imposible saber dónde estaban las rejillas de acceso.

—Conocer, el terreno, conocer a tu enemigo, ojos abiertos —, me repetía una y otra vez.

—¡Cuidado! —. Oí que una voz muy fina me gritaba. Cometí el error de mirar hacía donde venía la voz, no hacía el peligro.

De pura suerte, la flecha que iba dirigida a mi antebrazo falló por unos milímetros. Cuando miré hacía arriba, descubrí que Keizan la había disparado.

Uno de los reclutas, el que me había gritado llegó a mi lado.

—¿Estás bien? —. Me preguntó tomándome del brazo que por poco me atraviesan. Yo asentí sin decir nada—. Bien, tengo un plan

El diario de LongshotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora