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Todavía no puedo creerlo, soy libre. Aun ni siquiera sé si estoy del todo seguro de saber lo que pasó. Hace un tiempo que no utilizo estás páginas, de hecho, no quería o tenía pensado seguir escribiendo en ellas, pero cuando pude ver la puerta de mi celda finalmente abierta y el aire fresco de la libertad me rozó las mejillas, algo dentro de mi me dijo que no podía olvidar todo esto que escribí. Simplemente no tenía ningún sentido el haber pasado tantas semanas escribiendo para al final no hacer nada con esto.

Entonces no, no dejé este pequeño diario y ahora que lo pienso, luego de haber repasado cada una de sus páginas, que bueno que no lo hice.

Es extraño el sabor de la libertad, no recordaba que el viento fuera tan fuerte, o que los árboles tuvieran un olor tan penetrante, pero eme aquí, nuevamente soy libre.

¿Cómo pasó?, creo que jamás podré explicarlo... creo que aunque lo haga nadie me creería. Pero trataré de escribirlo.

Era de día... o quizá era de noche, creo que desde este punto la historia se vuelve confusa, no era de día, pero tampoco era de noche. Creo recordar que previamente mencioné en este diario que llevaba un registro para saber cuándo era de día y de noche (o que por lo menos lo intentaba), esa mañana todo fue como siempre, el turno de noche se despidió dejando la charola de gachas de arroz podridas en la puerta de mi celda, el desayuno que llevaba comiendo por casi 2 meses. Luego llegó Ming, solo que no estaba tan conversadora como otros días... no voy a decir que nuestras charlas eran las más animadas o que éramos amigos o algo así, solo sé que algo le pasaba, ella parecía confundida.

—¿Qué pasa? — me arriesgué a preguntarle.

—No lo sé... temo, temo que algo ocurrirá... un buen ami... alguien me dijo que me fuera, que no estuviera aquí esta tarde.

Un escalofrío recorrió mi espina, la única otra persona que podía decir algo como eso en una prisión, era sin lugar a dudas otro prisionero, uno que llevaba tiempo planeando un escape y si estamos hablando del dragón del oeste, es más que seguro que tiene el sentido de todo el mundo que haya querido alejar a la única persona que se ve inocente de este maldito lugar.

—¿Qué crees que sea? —Le pregunté devorando el bollo de arroz que me obsequió.

—No creo que sea nada, aunque me resulta tan extraño, porque es la segunda orden confusa que recibo hoy. Antes de mi turno el alcaide nos dijo que tuviéramos preparadas las armas para el atardecer.

—Pero eso no tiene nada de raro, es una prisión, los guardias deben usar armas.

—No en esta prisión, todos los guardias aquí somos maestros fuego.

Yo hubiera querido saber más, pero escuchamos pasos al fondo y Ming estaba en extremo alertada, así que se fue sin más. Yo supe de inmediato que el general iba a llevar a cabo su escape esa tarde, y con todos los guardias distraídos con él, era el momento de atacar.

¿Saben porqué el arroz es el alimento más usado en el ejército?

Es barato, puede producirse con relativa facilidad... y si sabes como conservarlo, puede petrificarse como una roca... o en mi caso... una punta de flecha.

2,5 centímetros que harían la diferencia entre el encierro y la libertad, solo necesitaba un arco... o, algo de goma.

Era el momento de la verdad, usé la punta de flecha para descarapelar poco a poco mi pelotita, fue algo que debió llevarme horas, pero la labor era sumamente delicada, un corte demasiado profundo o demasiado delgado y todo se acabaría. Cuando finalmente tuve una tira lo suficientemente larga, la aseguré a los barrotes, apunté y como aquella noche con el viejo ciego, disparé.

El diario de LongshotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora