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Aquella noche yo decidí levantar un campamento fuera del cuartel, al resto de arqueros no les pareció algo raro, de todos los del escuadrón yo era el único que había tenido que matar a su mentor para adquirir el rango. A pesar de todo, me gusta pensar que se preocupaban por mí, sé que eso vuelve más difícil odiarlos, como intento odiar a la Nación del Fuego, pero si algo me ha permitido esta prisión, es a ser sincero conmigo mismo y siendo sincero conmigo mismo, he de decir que no creo que todos en la Nación del Fuego sean culpables, así como creo que no todos los Yuyan que conocí en mi vida, fueron las máquinas de matar sin conciencia que el ejército nos dijo que éramos.

A veces me parece curioso. En mi tiempo como Yuyan, genuinamente llegué a creer que ese era mi propósito, que ese era mi camino, maté personas, cumplí misiones y aunque cada uno representó una carga emocional (aún lo hace), no fue sino hasta ver esa pira elevarse al cielo, que el niño sepultado en mi interior volvió a surgir.

Fue como despertar de un trance y ver la realidad por primera vez, tenía 16 años y el lugar en donde estaba me hacía sentir mal. El olor del fuego y la carne quemada aún impregnaba mi nariz. Supongo que eso es algo que nadie menciona de los funerales con piras, el símbolo es estoico y muy romántico incluso, pero el olor... el olor es insoportable.

Aun conmigo fuera del fuerte, recargado en un árbol con la hierba moviéndose por el viento, el olor de Keizan seguía pegado en mi nariz, si me concentro, puedo superar el olor a podredumbre de este lugar y volver a percibir el de él.

Aunque se empieza a remplazar con el olor de la humedad, el olor del moho. El olor de las catacumbas de cristal en el Lago Laogai... donde Jet, se fue.

Un día conocí a un viejo, fue cuando Keizan Aye-Li y yo estábamos en una misión, el viejo era un granjero o campesino, algo que tenía que ver con el campo. Keizan lo contrató para darnos información sobre el gobernador de su pueblo, un viejo noble obeso del reino tierra. El viejo se negó a darnos información. Nos dijo que si participaba aunque fuera solo con sus palabras, causaría una honda incontenible en su estanque del karma. Keizan lo tomó por loco y lo amenazó como era su costumbre, pero el viejo no cedió, ni siquiera tembló cuando la primer flecha de mi maestro le rosó la mejilla abriéndole una herida (que de seguro se infectó por las esquirlas), simplemente se nos quedó mirando y nos dijo:

Aquellos que arrojan una roca al océano del destino, aunque esta sea minúscula, pueden ser los causantes de un poderoso Tsunami al otro lado de la costa.

Lo que haya sido de ese viejo, no lo sé. Tal vez murió en el olvido como muchos viejos en esta guerra, pero sus palabras son algo que me han acompañado toda la vida y es que... tenía toda la razón.

Yo arrojé una roca al océano el día que decidí dormir fuera del fuerte y el tsunami me trajo hasta aquí.

Pues, lo que pasó, es que mientras yo trataba de reencontrar el sentido de mi vida, Aye-Li fue atendida por el médico del fuerte, un arquero Yuyan caído en desgracia por cusa de las cataratas en sus ojos. Si no puedes ver bien, no sirves para disparar. Hasta hoy es el Yuyan más viejo que conozco, no es común vivir mucho en el negocio de los cazadores y asesinos.

Cuando el hombre extrajo todas y cada una de las 135 esquirlas de vidrio volcánico del hombro de Aye-Li, fue enviada a su dormitorio, debía de esperar una noche para saber cuál sería su destino, puesto que los aprendices que fallaban en la prueba final, solían ser desterrados de la hermandado... o ejecutados. Aunque creo que esa fue otra de las razones por las cuales Keizan eligió 2 aprendices, para asegurarse de que tanto ella como yo estuviéramos protegidos, pues, como nuevo Yuyan, era mi deber elegir un nuevo aprendiz. O dos sí así lo quería. Pero para ello debía de esperar a la mañana, cuando llegaran los nuevos reclutas y todos participáramos en la primera prueba.

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