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Bajo las escaleras corriendo, se suponía que esto no iba a continuar. Decido ser la inmadura en este momento e irme antes de llegar más tarde, tras mi espalda la puerta suena de la fuerza con la que cierro.

—¿Te llevo?—me sigue mientras bajo las escaleras de dos en dos.

—Sé ir sola, gracias.—soy cortante, no me apetece nada verle y es una perdida de tiempo seguir con algo que no llegará a nada.

—Solo quiero saber que estás bien. —noto su agarre, tira hacia atrás para que pueda mirarme.

—De puta madre, llegó tarde.—continuo bajando.

—¿Te importa si voy esta noche contigo? Me gustaría ver que tal sale todo, controlar desde fuera.—freno en seco el paso y cojo aire antes de darme la vuelta para darle una bofetada. Le cruzó la mirada y al verme retrocede unos pasos.—No me malinterpretes, Violeta.

—¿Cómo dices? ¿Qué soy tu conejillo de indias? Abstente no tengo tiempo para gilipolleces... «Ni gilipollas»—Susurro.

—Tranquilízate, déjame que me exprese. Sé que el otro día...— continuaba hablando y yo le ignoraba. Me sigue hasta la moto y aun así prefiero ignorarlo. Coloco el casco y me subo sobre mi preciosa yegua de color fucsia. Se queda de pie justo enfrente para impedirme que me vaya.

—Quítate de en medio, no creo que quieras enfadarme.—es inútil lo que le diga.

—No eres capaz de nada, Violeta.

—No me subestimes, no me conoces.—Sonrió con maldad. En ese momento arrancó la moto y aceleró con suavidad. Mi preciosidad de dos ruedas ronronea con sutileza y él se asusta.—La siguiente no será un aviso, adjunto Hernán.

Y me da rabia mientras le miró, el alza los brazos en señal de rendición y a mí me dan ganas de pegarme cuando mis pensamientos se desvían. Regreso a esa parte de los recuerdos, donde su cuerpo y el mío se fundían en uno solo. Donde sus cálidos besos y sus delicadas caricias me mimaban.

Finalmente, agitó la cabeza para borrar todo lo que acaba de arrasar mi mente, me marcho y le esquivo para dejarle atrás.

No tardo en llegar y estacionar, entro a toda velocidad sin saludar a nadie. Los vestuarios están prácticamente desiertos y en la sala de adjuntos ya están saliendo los últimos compañeros.

—¡Por fin llega señorita Arbuaz! La compañera a cargo con usted en consultas tuvo que marcharse a una urgencia. —Me temo lo peor.

—¿Con quién estaré hoy? ¿Con usted?—el hombre niega con la cabeza.

—Carlos Hernán no tardará en llegar, ya le conoces de otras veces y no tendréis problemas. —me maldigo por dentro, esto tiene que ser cosa suya. Esto tiene que ser una broma, estiro con los dedos mi labio inferior y deseo en este momento darme de cabezazos contra una pared.

—Gracias, continuaré entonces con las consultas en lo que llega.— con decisión recojo las hojas con los pacientes y voy encendiendo el ordenador. Para que no tenga motivos para enfadarse, coloco las historias y voy leyendo de que se trata.
Y me doy cuenta de que es mi cuerpo quien reacciona, deseo que venga. Por algún motivo su despreciable comportamiento no es suficiente para apartarlo, y es cuando reflexionó y pienso en sí todos los problemas con mi padre se están viendo reflejados ahora.

Me juzgo a mi misma, atacándome con mi pasado y revolviéndome por creer que un arte marcial me salvaría en vez de un psicólogo. Ni el mejor de los tratamientos me ayudaría, pero si lo que tenía más a mano era un médico, lo aprovecharía.

Sumida en las extrañas y a típicas historias de algunos de los pacientes, no me percató cuando llega.

—Buenos días.—Sus pasos llegan hasta mí, esperando justo detrás de mí.

PROYECTO MENTE 🧠 [BORRADOR][+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora