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Claiden 

—Nooooo...—no me toma por sorpresa su negativa, es más el tono de voz que emplea para alejarse de mí. Y es que su decisión era lo que podía ayudarme a terminar de recoger mis cosas e irme de España. Acaricio su mejilla mientras ella balbucea nerviosa, sonrió porque después de todo sabía que esto iba a terminar en el momento en el que ella quisiera. Son varios años teniéndola a mi lado sin ser así, viéndola quedar con más gente y yo llenando ese vació con otras mujeres que debo reconocer tienen gran parecido a Violeta. No me hacía falta que la psicóloga me lo dijera, son cosas que fui deduciendo en cada sesión con algo de su ayuda. Aquella anciana a punto de jubilarse fue quien me recomendó poner agua entre ambos y desde luego que es la mejor decisión que pude tomar. 

—No. — repito como un loro mientras me rio entre dientes. —Necesitaré un tiempo para volver a saber de ti, sabes que no es un adiós. 

—Entonces... es definitivo, te vas. —asiento, sujeto su rostro sin quitarle los ojos de encima. Veo la acumulación de lágrimas en su rostro y la tristeza por mi partida; sin embargo, sé que ese amor fraternal que me procesa no es lo que quiero en este momento. 

—El avión sale en unas horas, voy directamente a los Ángeles. Allí me espera mi padre y algunos inversores. —suspiro al retroceder para servirme una copa de whisky. 

—¿El club? ¿Nos despedirás a todos? — sujeto en una pinza que forman mis dedos el puente de la nariz, por una parte, sería más fácil irme sin decir nada. 

—No, lo traspasaré. La gestora se ocupará de ello y me tendrá al tanto. — no me deja continuar, agarra sus cosas para salir por la puerta. —¡Violeta! ¡Espera! —no escucha, únicamente sale por la puerta y me deja allí. Yo salgo detrás de ella, quiero que todo acabe bien, no sé cuándo volveré a verla. Cuando logro alcanzarla está con los ojos rojos, un mar de lágrimas desciende por sus mejillas y ha pasado a encenderse un cigarrillo que usa para señalarme con malestar. 

—No Claiden, no te despidas de mí. No te atrevas a irte y quedar como una jodida víctima. ¿Por qué no podemos seguir como hasta ahora? Ser amigos. — sé que ella lo sugiere porque realmente quiere que me quede, pero yo necesito la distancia que este viaje me puede proporcionar. 

—Violeta...—ella no me permite hablar balbucea entre sollozos, al mismo tiempo que arremete con los puños sobre mi pecho. —Escúchame, necesito esto, quiero hacer esto. Yo estoy harto de verte salir con más gente, quiero tenerte a mi lado como algo más que amigos y si eso no puede ser es mejor que pueda pasar página. Tienes que entenderme, por favor. —suena más como una súplica, pero ella finalmente accede, me abraza apoyando su cabeza sobre mí, la cual acaricio con cariño. Puedo notar como su dulce aroma a flores sube por mi nariz, que se mezcla con el toque frutal de su champú. Ella alza la cabeza para mirarme y se queda callada unos segundos. 

—Claid, debo marcharme. —vuelvo de mi ensoñación, perdido en el tono esmeralda de sus ojos. 

—Claro, ya hablaremos. Recuerda que esto no es un adiós. — en el momento que pierdo el tono castaño de su melena y la puerta se cierra, espero unos minutos para asegurarme que ella no me escucha. De un solo trago acabo con la copa que me queda y después reviento el vaso de cristal contra el suelo. Un grito gutural se escapa de mi garganta, frotando mi sien y alborotando mi pelo por el estrés. ¿Estoy haciendo lo correcto? 

Sé que esta nueva etapa no va a ser nada fácil, pero tendré que aprender a sobrellevarla. Cuando me quiero dar cuenta mi mano está sangrando, uno de los cristales ha quedado clavado en la palma, haciendo que se vea peor de lo que es. El tiempo parece correr más rápido, voy hasta el que ha sido mi hogar durante estos años para recoger el equipaje e ir hasta el jet privado que mi padre ha mandado para recogerme. Algo más de doce horas metido en un avión, para matarme con mis propios demonios. Me estoy empezando a arrepentir de mi decisión. La puerta del despacho suena, alguien al otro lado espera. De pronto, sin la propia invitación de dejarla pasar, ella entra contorneando sus curvas en su falda de tubo. El sonido de los tacones maltratando el antiguo suelo de parquet y me quedo observando como trae la camisa abierta.La viva imagen del pecado la llamaría, ya que sé que viene a darme una merecida despedida. Pero tendría que quedar en otro momento. 

—¿Marina? ¿A qué has venido? —exijo saber mientras preparo lo necesario para que Gorka lleve el negocio hasta completar el traspaso. 

—Me pone... muy triste que te marches sin decirme adiós. —cuando intenta iniciar contacto me retiro hacia atrás. 

—No tengo tiempo de esto. — soy tajante, recojo mis cosas y veo como la mujer viene tras de mí. Cuando estamos al lado del escritorio, continúa insistiendo. Quedo apoyado sobre el borde de la mesa, y sin previo aviso ella se abalanza sobre mí. Su boca devora mi cuello mientras sus habilidosas manos desabrochan la camisa que llevo puesta. 

Empieza un camino sin retorno, donde desciende hasta quedar de rodillas frente a mí, yo cierro los ojos y me dejo llevar. Puedo sentir el suave tacto de sus manos por mi abdomen y como retira el cinturón, pasando al botón que haga caer mis pantalones.  Al retirar mi ropa interior, estoy expuesto ante ella. Mi miembro erecto está deseoso de ser satisfecho, clama atención y ahora es el momento perfecto de atención. Cuando abro los ojos solo puedo ver la cabellera castaña, con las puntas onduladas sobre mí. Indirectamente, mis manos se sujetan a ella y así puedo ayudarla a llevar el ritmo. Con la lengua repasa todo el largo, haciendo énfasis en la cabeza, donde un escalofrío recorre mi espalda por aquella satisfactoria acción. Verla llegar hasta el final y producirle esa gloriosa arcada hace que la emoción sea mayor. Procedo con leves embestidas, agarro su mentón y la guio mientras ella masajea la parte baja de mis genitales. Gemidos que pasan a ser gruñidos y algún arañazo que queda marchado sobre la piel de mi estómago. Antes de poder terminar le obligo a levantarse, la lujuria se apodera de ella y la vuelve más poderosa. Su mirada brilla y sus carnosos labios están enrojecidos. Tumbada sobre la mesa, le doy la vuelta, colocándola de espaldas a mí, con la falda subida y expuesta. 

—Claiden...— escucharla, gritar mi nombre es una dulce melodía y tenerla para mí el mayor de los manjares. Acaricio la parte baja de su cadera, masajeo la zona antes de dar un liviano azote que la hace retorcerse bajo el roce de mis manos. Embriagados, no miramos el tiempo, nos dejamos llevar por lo que nuestros cuerpos desean, empezando un Valls que parece que nunca va a terminar. Una de mis manos desciende, masaje la perdición de sus deseos y dejo que mis dedos la lleven al borde de la locura. Cuando finalmente nos separamos, regreso a la realidad y me doy cuenta de que sigue siendo Marina.

 Mi perversa mente siempre me juega esa mala pasada, donde siempre deseo que Violeta sea la que me haga regresar al primer día que la vi. 

—Ahora sí, yo tengo un avión que coger. Cuando quieras eres bienvenida de venir a verme. —le guiño un ojo mientras recojo la ropa para vestirme. Es cierto que todo este tiempo la gestora de mi empresa ha sido un buen entretenimiento. Pero debería de aprender a no juntar los negocios con lo laboral, al final si algo sale mal ella sabe demasiadas cosas. Tendré que cuidarla bien. 

—Estaré encantada de visitarte, Claiden.— al escucharle decir mi nombre por completo se me eriza la piel. Ya que solo hay dos personas que me llaman así. Mi madre y Violeta. 

—Dejémoslo solo en Claid, si te parece. —invitándola a salir con sutileza, ambos nos marchamos y me dirijo a casa a por las maletas. 

En la puerta del portal del ático, Gorka espera con mi coche preparado para ir al aeropuerto. En Barajas el tráfico es horrible, agradezco tener el suficiente dinero como para permitirme llegar justo de tiempo o tarde. Paso directamente a las pistas, donde me espera el piloto y una azafata de vuelo varón. 

— ¿Por qué padre? —pienso ya en inglés, cambiando el chip mental respecto al idioma. Es por ello que al entrar me dan la bienvenida en mi idioma natal, no espero mucho, enseguida despegamos y mi viaje comienza. Mientras me sirven algunos aperitivos y un cojín para estar más cómodo, observando por la ventana con pesar, me maldigo a mí mismo, porque ya la echo de menos. 

—Volveré, Olet... Volveré.



A.

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