CAPÍTULO 69| Belén

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Gracias a mi profesión, debía saber y estar atenta a los cambios lunares y gracias a ello me había dado cuenta de varias cosas: los vampiros atacaban menos en luna creciente porque la fuerza de los licántropos aumentaba en ella hasta llegar a la luna llena, aunque eso es algo que la mayoría sabía; las licántropas embarazadas también daban más a luz en esta luna que en cualquier otra; los adolescentes licántropos también tenían más probabilidad de tener su primera transformación en la luna creciente más cercana a la noche de luna llena.

En la ceremonia de renovación de votos me di cuenta de que la luna creciente estaba casi llegando a llena. Para mí en sí solo había un momento en el que la luna mostraba todo su lado claro, un momento que apenas duraba unos instantes antes de que comenzara a menguar. Por eso, al verla y saber que a los dos días, justo el día de mi graduación de la escuela de medicina, sabía que algo pasaría.

No lo supe en su momento, pero el día siguiente mis niños amanecieron enfermos, con fiebre y dolor en sus huesos. El día de la ceremonia Marta tuvo que perdérsela porque la llamamos para que los cuidara mientras nosotros íbamos por el título y luego salíamos de nuevo corriendo a nuestro hogar.

Los planes se cambiaron. Se suponía que luego de la ceremonia Adrián y yo saldríamos a un pequeño y corto viaje, casi como una segunda luna de miel, pero con Alan y Trevor enfermos retrasamos ese plan.

Mi marido se miró estresado de camino a casa, aunque se emocionó con mi egreso y estuvo para mí, su rostro no dejó de tener una mueca de preocupación. Ambos sabíamos lo que esa «enfermedad» significaba y debíamos preparar a nuestros hijos para esa primera transformación, la más dolorosa y la que los convertiría en licántropos «reales».

Al llegar los encontramos a ambos en la sala de estar mirando la televisión. Se habían acurrucado entre ellos con una manta grande cubriéndolos. Nos sonrieron en cuanto nos notaron.

Dejé mi bolso y mi título en la mesa para acercarme a ellos y besar sus frentes.

—¿Cómo se sienten?

—Mal —respondieron ambos al tiempo.

Si supieran que se sentirían peor al día siguiente.

Me senté en medio de ambos por un minuto en el que solo me dediqué a acariciar esos cabellos y hablarles de lo que pasarían.

No se veían asustados, de hecho, parecía más ansiosa y asustada yo que ellos.

Dejé a Adrián con ellos mientras yo iba a cambiar mi ropa por una mucho más cómoda para luego bajar a la cocina y comenzar a preparar todos los brebajes que les ayudaría a no sentir tanto dolor.

No les gustaría, debía admitir que sabían asquerosos, pero era por su bien.

Todavía faltaban algunas horas para que se pusiera la noche, por lo que aproveché para darles varias bebidas para sus huesos y el dolor.

Charlotte estuvo conmigo en todo momento, atenta a lo que hacía y pasándome los aceites o plantas que le pedía. Ella ya estaba aprendiendo de mí. Era muy posible que Charlotte fuese un rango bajo o medio, así que me alegraba que se interesara en la herbolaria desde pequeña.

Sin embargo, sí tuve que llamar a mi casa para que la recogieran. Adrián y yo nos tendríamos que concentrar solo en Alan y Trevor y no quería que nada le sucediese a la bebé de la casa.

El que contestó fue mi padre.

Las cosas entre nosotros, incluyendo a Adrián, habían mejorado muchísimo luego de la presentación de los bebés a la manada y de que mi esposo confirmara frente a casi todos los miembros de la manada que no quería seguir participando en los asuntos físicos de ella, pero sí se necesitó de algo más de tiempo para arreglar todo. Se necesitó, más que todo, que yo tuviera a Charlotte. Mi hija parecía llevarse la atención de todos los hombres de la familia con esa encantadora sonrisa. Papá, se notaba mucho, tenía una preferencia por Lotty, así que cuando le dije que fuera por ella no se negó y a los pocos minutos estaba ayudando a mi hija a preparar una mochila.

Luna creciente (Precuela Cantos a la Luna)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant