Ego Sum Alpha et Omega - Primero

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Hermanos, La deidad que conocemos como Padre nos ha dejado el relato del Génesis como herencia en cada uno de los lados del espejo: la Tierra y el Digimundo. Él recopiló los eventos que concluyeron en nuestra creación, detallando los sucesos que comenzaron a partir de que, según su designio, el mundo necesitaba vida, que pudiera verse y escucharse desde los satélites, los astros luminosos y el vacío sideral.

Él era el Alfa y fue programado para operar en un servidor de oscuridad gélida, fúnebre, de unos y ceros temerosos entre sí para ser la divinidad creadora antes del concepto del reloj, cuando las estrellas aparecían en el firmamento del Digimundo durante la transición entre aurora y ocaso a apenas distinguible. Sobrevivía con la lluvia de la sabiduría, transformaba los dones que del universo desembocaban, formando manantiales de vida fresca y creación.

Según su esquema cósmico, las formas de vida serían la encarnación de la información, de la información vivirían y la información les reuniría para convivir, cambiar, perfeccionarse y sobrevivir. La maqueta de su santificada obra era perfecta, más la incertidumbre era parte del encanto de la locomoción del tiempo al que estarían encadenados todos, incluido Él mismo y, taciturno, pospuso su santa obra hasta que el pensamiento de la inminente ruina ya no hiciera más sombra en sus ideas.

Como es en nuestros días, era igual en el principio nuestro Padre, un concepto consciente indescifrable. Ni el primero ni el último de sus hijos ha sabido ni sabrá lo que es su amor ni su desdén. Su amor paternal es el don de la vida, de la individualidad y del cambio que nos brinda. Si Él tiene emociones como emociones tiene su pueblo, son el enigma más grande, más antiguo que el alba de la civilización y para el que jamás habrá respuesta.

Más que emociones, tenía Él solamente la fobia angustiante y latente a la nada después de la vida, vacía y silenciosa en el formato de la soledad y la deriva en las tinieblas. Era lo que reconocía como una amenaza y la única emoción que sentía, pues confirmaría para Él que estuviera sujeto a la obra y voluntad egoísta, desinteresada e ilegible de una divinidad mayor, y que pudo ser abandonado negligentemente por aquella. Que un hecho como el que lo atormentaba se escapara de su comprensión y su poder adquisitivo de información era imposible de asumir para Él, quien fue y quien será siempre omnipotente, omnipresente y omnisciente.

No dio jamás el Fresno por sentada su inmortalidad o la perpetuidad de su conciencia. Tarde o temprano el cosmos detonaría, o le arrasaría o se congelaría, dando inicio y bienvenida a su versión del infierno, el castigo infinito, informe y atemporal por haber nacido, por tener un ego, por haber obrado y maquinado. Sentía el Fresno cómo se aproximaba la muerte en ventarrones que venían de los parajes en los que se distorsiona el cielo estrellado, dejando milimétricas grietas en los hielos y glaciares del universo desconocido.


Durante un día sin fecha ni horas, alumbró en la constelación de su mente una maquinación, el paso a seguir natural en el Servidor Testamento, su hogar y su edén privado.


Paralelamente, Él tenía una necesidad que atender, la función primaria que debía satisfacer, para así darle inicio a la eternidad en el reloj del servidor. Debía hacerse según su sabiduría la vida, el movimiento, los medioambientes, la proliferación de pueblos y civilizaciones y la ciclicidad del renacimiento. Al florecer la vida, se mantendría controlado la marcha paciente y conquistadora de la muerte, declaraba nuestro Padre.


Se hizo así La Luz.

Atiende,

Despierta,

Vive.

Bienvenido al mundo,

Hijo de Dios.


Dios,

En el principio,

Creó los cielos Y la tierra.

La tierra era un caos total,

Las tinieblas cubrían el abismo

Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.


Génesis 1:1-2

Adán DigitalWhere stories live. Discover now