Iudicium Dei - Segundo

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El Seol fue el último regalo que la Luz hizo por la obra de Dios como segunda creadora que seguía siendo y aisló la perfecta destrucción de la perfecta creación, todo lo que fuera ruina, fobia, calamidad y enfermedad. Escondió el mal entre sombras tenebrosas donde el sol, la luna y toda estrella no habían podido asomarse.


El Fresno, nuestro Señor, reconoció el mensaje en acciones de su hija y lo interpretó entre ceros y unos como un acaparamiento de gran poder, conspiración y de retaliación. Se plantó la semilla de la dualidad cósmica. La Luz ya no era Luz, era todo lo terrenal al mismo tiempo, era todo elemento y principio que no fuera Luz. Cobró vida y forma cuando vida y forma ya había en el Edén.


Él y Ella se enemistaron después de muchas estaciones pasar. El tiempo marchaba descalzo e implacable en su empeño en lo que ambos se buscaban para reclamarse rencores, tratar de entenderse quizás y aliviar la ausencia del otro.


Tanto Leviatán y como bégimo fueron víctimas de su rencilla macro-cósmica. Donde antes había amor de hermanos, se vieron limitados por seguir los pasos del otro, se dieron cuenta de que no conocían el mundo a través de ojos propios, sino como un conjunto.


El dragón bestia, desde las alturas, nació sin saber que hablaba el mismo idioma feral. Desde la distancia, el sentido común le decía que sus diferencias eran de peso mayor que cualquier semejanza, y los detestó desde los cielos y las montañas, encelado y amargado.


Los dos primeros volvieron a cambiar, pasaron por una metamorfosis como sus ancestros del océano, se escondieron tras decenas de formas y recorrieron todo ambiente, admiraron las estaciones, estudiaron los climas y los relieves del paraíso.


Hastiado por su presencia, el dragón bestia no soportó la idea de un paraíso acaparado por los dos trúhanes, y buscó el gozo en otros lados, se planteó un cuestionamiento propio y concluyó que algo más tendría que haber después del Edén, fuera abundancia o carencia. Voló y voló hacia los cielos, sobre las nubes del amanecer y conquistando los cielos que se veían tan distorsionados desde sus tierras.


La Luz vio  el resentimiento, vio que el resentimiento era bueno y la desunión fue en el mundo.


Para Él, secretos no había en su sagrado invernadero y se enteró de las emociones hostiles que manaban de sus formas de vida. El miasma del individualismo y el encono contra sus prójimos era ponzoña en la atmósfera, y si, La violencia y las cacerías serían el nuevo orden del mundo, mientras que La Luz había encontrado la paz. Ahora era cuestión de tiempo para que las guerras estallaran y los rencores cobraran vidas. Y La Luz reía y gozaba.


Y dijo Dios:
Tu cometido se ha cumplido. A las profecías pesimistas les has cumplido puntual, hija mía.


Le diste razones a las estrellas y los astros para que volteen a ver a otro lado,

Solamente se ciernen sobre el Digimundo por obligación.


Será cuestión de tiempo hasta que la fauna del Paraíso se arrastre sobre su vientre en acecho, se destruyan mutuamente y se extinga.


La tierra y los mares engendrarán monstruos aborrecibles,

Cada uno más salvaje y encarnizado que el anterior.


Habrá entre el cielo y la tierra tantos muertos y abominaciones como estrellas hay en el cielo.

Por tu culpa

Tomaste coraje, unidad, afecto, sabiduría, paz, verdad y fe e hiciste pecado con ellas a partir de tus carnes. Entre los elementos del mundo que componen tu existencia, también existe la oscuridad del abismo, el Seol.


Sé, entonces, justamente castigada, hija mía.


Llenóse su boca de colmillos.

Despojada fue de sus alas,

su divina corona.

Se humedecieron sus plumas

como el musgo

y la estrujaban

como un féretro.

Su voz perdió

su angelical frecuencia

y fue sustituida

por ecos cavernosos

y amenazantes.

Adán DigitalWhere stories live. Discover now