IX

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PERCY


Uno de los problemas de volar en un pegaso a la luz del día es que, si no tomas precauciones, puedes provocar un accidente en la autopista de Long Island. Procuré mantenerme por encima de las nubes, que por suerte son bastante bajas en invierno. Íbamos lanzados, tratando de no perder de vista la camioneta del campamento. Si abajo hacía frío, imagínate allí arriba, en el aire, donde me acribillaba una lluvia helada.

Me habría ido bien un juego de ropa interior térmica como los que vendían en el almacén del campamento. Aunque después de la historia de Febe con la camiseta rociada de sangre de centauro, no sabía si volvería a confiar de sus productos.

Perdimos de vista la furgoneta un par de veces, pero estaba casi seguro de que primero pasarían por Manhattan, así que no me fue difícil localizarlos de nuevo. 

El tráfico era pésimo con las vacaciones. Entraron en la ciudad a media mañana. Hice que Blackjack se posara cerca de la terraza del edificio Chrysler y desde allí observé la camioneta blanca. Creía que se detendría en alguna estación de autobuses, pero siguió adelante.

"¿Adónde los llevará Argos?" murmuré.

«No es Argos el que conduce, jefe —contestó Blackjack—. Es esa chica.»

"¿Qué chica?"

«La cazadora. La que lleva una corona de plata en el pelo.»

"¿Zoë?"

«Esa misma. ¡Eh, mire! Una tienda de donas. ¿No podríamos comprar algo para el viaje?»

Intenté explicarle que si entraba en la tienda con un pegaso, le daría un ataque al guardia de seguridad. Pero él no lograba comprenderlo. La camioneta, entretanto, continuaba serpenteando hacia el túnel Lincoln. Nunca se me habría ocurrido que Zoë supiera conducir. Y es que para ser sinceros, no parecía haber cumplido ni los dieciséis. Claro que era inmortal. Me pregunté si tendría un permiso de conducir de Nueva York y, en tal caso, qué fecha de nacimiento figuraría allí.

"Bueno," dije "vamos tras ellos."

Íbamos a emprender el vuelo desde lo alto del edificio Chrysler cuando Blackjack soltó un relincho y casi me derribó. Algo se me estaba enroscando por la pierna como una serpiente. Busqué mi espada, pero al mirar vi que no era ninguna serpiente, sino ramas de vid. Habían surgido de las grietas del edificio y se enredaban entre las patas de Blackjack, y en mis propios tobillos, inmovilizándonos a ambos.

"¿Iban a alguna parte?" dijo el señor D.

Estaba reclinado contra el edificio, aunque en realidad levitaba en el aire, con su ropa deportiva atigrada y su pelo oscuro ondeando al viento.

«¡Bueno! —exclamó Blackjack—. ¡Pero si es el tipo del vino!»

El señor D resopló, exasperado.

"¡El próximo humano, o equino, que me llame «el tipo del vino» acabará encerrado en una botella de merlot!"

"Ah, señor D." Procuré hablar con calma, aunque la vid seguía enroscándose entre mis piernas "¿Cómo le va?"

"¿Que cómo me va? ¿Acaso creíste que el inmortal y todopoderoso director del campamento no se enteraría de que te ibas sin permiso?"

"Bueno..."

"Debería arrojarte desde aquí sin el caballo volador para ver con qué heroísmo aúllas de camino al suelo."

Apreté los puños. Sabía que debía mantener la boca cerrada, pero el señor D se disponía a matarme o arrastrarme al campamento, y yo no soportaba ninguna de las dos ideas.

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ᴍᴀʟᴅɪᴄɪᴏ́ɴWhere stories live. Discover now