Capitulo 2

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Las insoportables caniches empezaron a ladrar como locas en cuanto Chris detuvo el coche frente a la casa. Haciendo una mueca, apagó el motor y miró hacia el jardín, donde las furiosas enanas estarían seguramente intentando arañar la valla para llegar hasta él.

Sacudiendo la cabeza, Christopher bajó del coche y se preguntó de nuevo por qué aquellas perras lo odiaban tanto. Quizá en otra vida había sido empleado de la perrera o algo sí.

—¡Callaos ya, pesadas! —les gritó, aunque sabía que no valdría de nada. Todo lo contrario. Los ladridos aumentaron de volumen, como era de esperar.

Lo único malo de vivir en el apartamento que le había alquilado a Kim Sana era soportar a sus perras. Pero era lo único. Alquilar ese apartamento de una sola habitación era un buen acuerdo tanto para él como para Sana. A la anciana le gustaba tener a alguien cerca por si le pasaba algo y él conservaba su intimidad, porque al apartamento se accedía sólo a través de una escalera exterior.

Además, no tenía que preocuparse por perderlo cuando lo enviaban de servicio al otro lado del mundo y disfrutaba de una dulce ancianita que cocinaba de maravilla y que de vez en cuando, lo invitaba a cenar. En general, merecía la pena soportar a Muffin y a Peaches. Además, había otra cosa buena: Sana era la abuela de su ex esposo y de ese modo, Christopher mantenía una tenue conexión con Bang Seungmin. Seguramente no era sano, pero aunque llevaban casi cinco años divorciados, Seungmin siempre estaba en sus pensamientos.

Los ladridos aumentaron de volumen cuando se dirigía a la escalera y él maldijo en voz baja a las «ratas peludas», como solía llamarlas cuando Sana no podía oírlo. Pero entonces se abrió la puerta de la casa y... Chris se quedó paralizado. Era como si todo el aire que contenían sus pulmones se hubiera esfumado y una bola de algo duro se instalara en la boca de su estómago.

—A juzgar por tu expresión —dijo Seungmin— no te alegras mucho de verme...

La luz del sol lo iluminaba como si fuera un actor en medio de un escenario. Sus enormes ojos castaños brillaban, divertidos. El pelo oscuro caía sobre sus hombros. Llevaba un top verde pálido sin mangas y... casi se alegraba de no poder ver nada más desde allí.

—Seungmin —consiguió decir, después de tragar saliva—. ¿Qué haces aquí?

—He venido para cuidar de «las niñas» mientras mi abuela está en Italia.

Las niñas eran, por supuesto, Muffin y Peaches.

—Sana no me dijo que fueras a venir.

—¿Y por qué tenía que decírtelo?

—¿Y por qué no iba a decírmelo? —replicó Chris.

—Ah —sonrió Min—. El mismo Christopher de siempre. Contestando a una pregunta con otra pregunta. Buscando tiempo.

Las perritas seguían ladrando y tenían que gritar para hacerse oír. Además, el corazón de Christopher daba unos saltos muy preocupantes. Sana debería haberle advertido. Debería haberle dado la oportunidad de irse de Busan. Pero, como seguramente intuía que saldría corriendo, ésa era la razón por la que no le había dicho nada.

La anciana nunca había mantenido en secreto, que en su opinión, Min y él deberían estar juntos. Era típico de ella intentar emparejarlos incluso estando a miles de kilómetros de distancia. Y era demasiado tarde para hacer nada, de modo que debía calmarse. 

Seungmin abrió la puerta del jardín y, enseguida, las perritas se lanzaron sobre Chris como si fueran lobas para morder los cordones de sus zapatillas y el bajo de los vaqueros. Él las miró, casi agradeciendo la interrupción.

—Dejadme en paz.

—No les gustas nada, ¿eh? —bromeó Seungmin—. Mi abuela me dijo que no se llevaban bien contigo, pero pensé que estaba exagerando.

La tentación vuelve a casa. [Chanmin]Where stories live. Discover now