Capitulo 10

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Dos días después, Chan seguía pensando en el asunto. Pero no servía de nada. Había conseguido evitar a Min por el momento, pero eso no podía durar. No era fácil ignorar a su ex esposo.

Chan sonrió al recordar la noche anterior, cuando Min subió a su apartamento y aporreó la puerta, exigiéndole que abriese porque tenía que hablar con él. Naturalmente, Chan no lo hizo. Le gritó que se fuera y, después de un rato, Min desapareció. Pero sabía que aquella tregua no podía durar.

Mientras bajaba del coche miró alrededor para comprobar si había moros en la costa. ¿Dónde iba el mundo si un marine tenía que entrar y salir de su casa a escondidas para evitar a su ex? Estaba atardeciendo y el aire era un poco más fresco gracias a la brisa del mar. Del otro lado de la calle llegaba el olor a barbacoa y un par de niños estaban jugando a la pelota en la acera, cerca de la casa de Sana. Una situación normal. Entonces, ¿por qué se sentía tan nervioso como cuando estaba a punto de volar enuna misión de combate?

La respuesta a esa pregunta abrió la puerta y salió al porche, con Muffin y Peaches pegadas a sus talones, ladrando mientras se lanzaban hacia él a la carrera. Seguramente, dispuestas a roer sus huesos cuando Seungmin hubiera terminado con él. Tenía una expresión decidida mientras se acercaba. De modo que había llegado el momento, pensó, intentando decidir si lo mejor sería volver a entrar en el coche y escapar de allí a toda velocidad.

Entonces, a uno de los niños que jugaban en la acera se le cayó la pelota, que rodó hasta el macizo de flores de la entrada. Peaches cambió de dirección y corrió hacia ella como si fuera una gacela y ella una fiera leona... Estaba a punto de atraparla cuando un niño tiró una piedra que le dio en la pata. La perrita lanzó un grito de dolor.

—¡Oye, niño! —exclamó Min, furioso.

Asustado, el crío intentó salir corriendo, pero Chan lo agarró del brazo.—¿Dónde crees que vas?

La bola de pelo, o «bestia inmunda», como solía llamarla, y él no eran precisamente amigos, pero no iba a permitir que nadie le hiciera daño.—¿Se puede saber por qué has hecho eso?

—Es mi pelota —contestó el crío.

—¿Y te parece bien tirarle una piedra a un animal indefenso? ¿Por qué, creías que iba a comérsela?

—No —contestó el niño.

—Le has tirado una piedra a un perro que no pesa más de tres kilos —insistió Chan, usando el tono que usaba cuando quería asustar a un subordinado.—No quería hacerle daño...

El otro niño había salido corriendo para evitar la regañina. Y éste estaba temblando de miedo.

—¿Qué diría tu madre si supiera que le tiras piedras a los perros?

—No se lo cuente, por favor. Lo siento mucho, de verdad. Por favor, no se lo cuente a mi madre.Chan se percató de la desesperación que había en su voz. Lo entendía. Cuando sus hermanos y él eran pequeños, habrían hecho lo que fuera para que sus padres no se enterasen de sus travesuras.

—Muy bien, no le diré nada. Pero vas a tener que acariciar a la perrita y luego vasa pedirle disculpas a su dueño. Entonces te devolveré la pelota.

El chico dejó escapar un suspiro de alivio mientras se dirigía hacia la pobre Peaches.

—No quería hacerle daño —dijo con voz temblorosa.

—Pues entonces no deberías haberle tirado una piedra —replicó Min.

—Lo siento mucho —el chico se puso de rodillas en el suelo para acariciar a la caniche—. No volveré a hacerlo, se lo juro.

La tentación vuelve a casa. [Chanmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora