Huellas involuntarias

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Conforme los nueve se adentraron en el bosque, sus pasos se hacían más sigilosos, para así tratar de sorprender a los lobos una vez los encontraran, lo que no era difícil, pues había rastros de sangre y ramas rotas, así como una línea intermitente, hecha por la espiga de atizar a los caballos, que de seguro pertenecía a las botas de Cristina, la esposa del señor Almonte, quien tenía problemas en una pierna y por ello se movía casi siempre a caballo. 

Corazón detonadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora