El cojo

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El señor Wilkins estaba petrificado. Los lobos habían destrozado a su mujer y a su hijo más pequeño, mientras él yacía impotente en el suelo; la herida en su pierna derecha sangraba y no podía levantarse. Se arrastró hasta el hasta el arcabuz, posó la rodilla en el suelo y metió la bala de plata por la boca del arma. —¡Malditos lobos! —gritó, mientras echaba con un potecito de cobre la pólvora por el agujero—, ¡los mataré! —sacó de entre su bolsillo la mecha y la colocó donde había puesto la pólvora, después la encendió y apuntó—. ¡malditos lobos!El disparo salió entre una nube de polvo blanco. La bala se rompió en varios trozos por el exceso de pólvora y no atino a ninguno de los tres lobos

Corazón detonadoWhere stories live. Discover now